sábado, 31 de diciembre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro III: Horizonte Quántico, Adiós vieja Tierra





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Como todo tejido vivo, algún día la Tierra llegará a su vejez y muerte natural. El Hombre, por indolencia, se sigue aferrando al seno materno; pero tiene que reaccionar y elevarse hacia el Firmamento sino quiere pudrirse con la placenta que hasta ahora le venía alimentando.

Werner Von Brown (Convención de Astrofísicos Alemanes)

RUMBO AL ESPACIO

Adiós Vieja Tierra

 Atrás quedaba Megalópolis 13, una más entre las veinticinco cúpulas de hormigón, acero y aluminio transparente que aún permanecían en pie en lo que quedaba de Vieja Tierra.  El rojizo cielo del planeta así cómo la enorme esfera naranja que brillaba, mortecinamente, en aquél, nos hacía recordar tanto al Inspector Álvaro Rubio como a mí, lo equivocados que habían estado los científicos de pasadas épocas y que se dedicaban al estudio del Cosmos y del Espacio exterior.

Cuatro mil seiscientos millones de años llevaba la estrella conocida como Sol iluminando la oscuridad del firmamento como una vulgar y pequeña estrella amarilla. Aún le quedaban otros tantos años, decían, antes de que se transformara en una gigante roja para terminar su vida como una enana blanca que se fuera apagando muy, muy lentamente; pero no contaban, entre sus cálculos, con los principios del Caos descubiertos por el meteorólogo Lorentz a mediados del siglo XX; y mucho menos, que el equilibrio inestable que mantiene al Universo fuera quebrado por la energía utilizada en los viajes espaciales de la especie humana.

Era el comienzo del fin para Vieja Tierra; pero también había sido el principio del fin para el resto del Sistema Solar, para toda la Galaxia y para todo el Universo que se extiende hasta mucho más allá de la Gran Muralla. Cada treinta segundos, en algún lugar del mundo estrellado. se originaba alguna singularidad con el fin de abrir una brecha en el espaciotiempo que permitiera los vuelos hiperlumínicos.

El Gravitocar, en el que mi acompañante y yo nos dirigíamos a la plataforma de lanzamiento del trasbordador espacial, también disponía de una batería de duración ilimitada constituida por una singularidad cuántica encapsulada en un campo entrópico constituido por un superconductor refrigerado al cero absoluto. Millones de millones de vehículos similares circulaban por los planetas terraformados de cientos de sistemas estelares de multitud de galaxias.

Cientos de miles de aeronaves y cruceros espaciales utilizaban los gravitones para su navegación interplanetaria e intergaláctica. Mi propio holograbador, los cinturones emisores de campos de fuerza y hasta los mismos relojes de pulsera utilizaban diminutas células con distorsiones cuánticas para su funcionamiento.

Cuatro millones quinientos mil años terrestres le quedaban de vida útil a nuestra estrella amarilla; eso decían, pero nadie había contado con la contaminación gravito cuántica y de antimateria que la humanidad llevaría como terrorífico legado hasta los confines de la Gran Barrera. Ahora, nadie podía prever el auténtico tiempo que le quedaba a ese monstruo agonizante que se había tragado, en su expansión, a su hijo Mercurio y que estaba a punto de hacer lo propio con la diosa de la Belleza.

Todos sabíamos que no faltaba demasiado para que la corrosiva atmósfera de Venus fuese expulsada del planeta y éste engullido inexorablemente. Después le tocaría su turno a Vieja Tierra y después la Vida en Marte sería imposible. Todo volvería a ser helado e inmóvil cuando el gigante rojo se colapsara hasta adquirir un tamaño, tan diminuto para una estrella, como el de Vieja Tierra.

Atrás quedaban los oxidados pilares de hormigón enfermos de aluminosis. Las cúpulas meta cristalinas parecían enormes hongos harapientos cuyos cuerpos estaban inundados de una espesa capa de hollín. Al fondo, algunas nubes blanquecinas jugaban al escondite con el smog violeta que teñía inexorablemente una gran porción del cielo y que antaño fuera azulada.

El suelo terrestre más parecía un paisaje exportado del pasado de Marte, en dramático  concubinato, con el efecto invernadero del sulfuroso Venus. Piedras sobre escombros. Dunas de arena rojiza y quemada. Mucha arena cargada de radioactividad.  Rayos gamma atravesando la atmósfera en compañía de los asesinos ultravioletas. Extintos árboles petrificados, en unos casos y carbonizados en otros. Nada de hierba, nada de ríos mares o lagos, sólo ácido soledad y muerte.

Mientras el antiguo gravitocar proseguía su automático viaje. el Capitán Álvaro Rubio y yo, intercambiamos puntos de vista e información en relación con los hechos acontecidos en los últimos días.

–Capitán Romero, supongo que llegó a investigar la muerte del Teniente García ¿no es así?

–Humberto, por favor, llámame Humberto –Álvaro asintió con un gesto–, lo cierto es que su oficial se lo buscó.

–No me cabe la menor duda, José era una bellísima persona; pero comprendo que algo rudo, un poco cabezón y demasiado testarudo..., demasiao echao palante.

– ¿Chulo? –Intentó matizar Humberto.

El Inspector Rubio negó repetidamente con la cabeza.

–Ingenuo, diría yo querido amigo. Demasiado ingenuo e indisciplinado ya que, maldito sea –Su rostro se enfureció–, desobedeció las órdenes de que no siguiese con esta puta investigación; por cierto ¿llegó a transmitirle los datos referentes al Caso conocido como el Otro, el Beltrán’Jr ese.

–Te refieres a ¿Roberto Beltrán’Jr?. No, no del todo. Por lo menos directamente. De hecho, la información que poseo ha salido, exclusivamente, de los restos de la memoria holográfica de sus respectivos terminales informáticos.  Alguien se ocupó de borrar la información; pero por lo que parece, o no supo hacer el trabajo con la suficiente limpieza o simplemente no le dio tiempo, también te puedo confirmar que alguien ha sustraído pruebas, algún objeto, pero...no sé.

– ¿No me habrá investigado a mí? –Sonrió Álvaro mientras me interrogaba sin perder una pizca de ironía.

–No había motivo, colega, tan sólo la conversación que el teniente mantenía grabada cuando descubrieron el asesinato virtual. Usted me vendrá muy bien en la investigación. Además, no entendería que un miembro de la policía ¿sustrajese prueba alguna? –Sonreí maliciosamente.

–De tu, por favor –“Que pesado es este tío”, pensaría el inspector Rubio.

–Claro, claro..., tengo entendido que en las gigantescas espacio naves de la Flota Estelar existen salas holográficas de realidad virtual. Allí podremos continuar la investigación; además, me apetece volver a visitar al Insecto de Miniun Acarus Bacteri.

–Perdona... pero... – La duda se reflejó en el rostro de mi acompañante.

–Disculpa tú, pensaba que estarías al tanto.

–Hay muchas cosas que no entiendo y otras tantas que desconozco. Como ejemplo te diré ¿Porqué tenemos que hacer escala en Marte y en uno de los satélites de Júpiter?

–El Almirante Contreras es como un Padre para mí. Estoy convencido que después de mi ¿accidente? virtual, debió mandar estudiar, con detenimiento, la información contenida en mi holograbador personal y…

–Ya entiendo. ¿Alguna visita a posibles testigos?

–O posibles sospechosos de asesinato. Aparentemente, tan sólo son unas prostitutas de la “Intima”; pero nunca se sabe.  Además la distancia a efectos de comunicación entre las lunas de Júpiter y de la Tierra me distorsionan el periodo temporal de investigación. Necesitamos acercarnos más para que no les dé tiempo a preparar las respuestas. Necesito ver sus gestos cuando contesten. Hay ocho minutos en radiofrecuencias. Las frecuencias subespaciales sólo pueden utilizarse en el espacio intergaláctico por medio de repetidores cuánticos. Abrir una singularidad para las frecuencias subespaciales, dentro del Sistema Solar, supondría un caos absoluto.

–Comprendo Humberto.

–Ahora dígame – pasé a la ofensiva –, dime que te trae por aquí. ¿Qué interés tienes en acompañarme? – Puse una expresión severa. 

Álvaro Rubio pareció no extrañarse por la pregunta que le había hecho.

–José García, el Teniente García era mi sobrino. El único que tuve de mi hermana Luisa. Ella fue ingresada en un sanatorio – las lágrimas estuvieron a punto de escurrir por sus párpados –, los médicos no saben si saldrá de la conmoción que le aqueja. Si Luisa muere, habré perdido lo único que me quedaba de familia.

–Entiendo – Respondí, compartiendo su tristeza.

El enjuto inspector tosió levemente y se echó las manos a la boca para limpiarse algún cuajeron de sangre.
 
Las plataformas de lanzamiento de las lanzaderas espaciales habían cambiado muy poco en los últimos años; ya que la humanidad seguía dependiendo de los combustibles químicos para poner en órbita a sus navíos espaciales en Vieja Tierra, ya que los transportadores y teleyectores de materia no podían utilizarse en una atmósfera tan contaminada de radiaciones.

Otra de las incongruencias de la humanidad, pues se pensaba que los iones de gravitón podrían acelerar la destrucción de la capa de ozono del planeta.  Hoy, ya no existe la capa de ozono. El rojo Sol no permite que los gases de la atmósfera superior permanezcan atados a la gravedad del núcleo ferroso del planeta; pero ya se sabe, el hábito hace al monje y tantos años llevaban los humanos jodiendo la jodida capa gaseosa con los jodidos cohetes, que ya todo daba igual. La costumbre adquirida era lo importante, no el bienestar de los hombres. Aunque desde otro punto de vista, si los vehículos de gravitón fuesen utilizados para atravesar la atmósfera de Vieja Tierra, Dios sabe que podría ocurrir, a lo peor ya no tendríamos ni Tierra.

–Hemos llegado, amigo Humberto.

–No olvide ajustarse el cinturón – Previne.

–Claro, sin el campo de fuerza nos freiríamos en esta atmósfera radioactiva.

Las puertas de meta cristal polarizado se plegaron y pudimos bajar del viejo y mal cuidado gravitocar.

El cinturón consistía en un sensor unido por la hebilla a una pila cuántica que proporcionaba energía a un superconductor circular ubicado en la propia estructura del cinto. Al pulsar el sensor, se desplegaban dos campos magnéticos. Uno hacia lo alto cerrando el circuito con una especie de birrete por un lado y con las muñequeras de los guantes por otro. El segundo campo de fuerza se cerraba en unas pulseras situadas en las tobilleras de nuestras botas. 

El campo generado formaba una especie de jaula de faraday que aislaba todo lo que se encontraba bajo su cobertura, del inhóspito mundo exterior. Incluso era posible utilizarlos en el espacio exterior, por breves instantes, ya que el propio campo generado impedía el escape del oxigeno acumulado en su interior.

La enorme torre de lanzamiento daba servicio a los gigantescos Atlas de quinta generación. Dichos cohetes impulsarían a nuestro vehículo de transporte ínter orbital hasta una órbita media, en la que se encontraba atracada “La Buscadora”. Para ojos profanos, ver la gigantesca estructura del XLS de clase Viajero viene a ser como presenciar al antiguo Pájaro Azul vertical sobre sus toberas de reacción.

La estructura de titanio del XLS poseía memoria molecular controlada por diminutos nanobots. Dichos elementos impedían que su desnuda piel sucumbiese al roce de la atmósfera terrestre ya que los nanobots reparadores se ponían en funcionamiento en el instante que se detectaba algún tipo de daño por microscópico que fuera.

–Sujétese fuertemente al asiento, amigo Romero.

–Por la cuenta que me tiene, así lo haré – Realicé una mueca de desagrado.

Los potentes impulsores de la lanzadera rugieron ferozmente con la fuerza titánica de cientos de toneladas producidas por la ignición del queroseno y del oxigeno liquido. La terrible presión, tan sólo nos permitía pensar en nuestra propia supervivencia; pero durante un breve instante pude tener un recuerdo doloroso. Una amarga añoranza de lo que allí abajo dejábamos y de lo que otrora fuera un paraíso de agua y vegetación.

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