miércoles, 5 de octubre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, Atrapado

Quien pretende manejar los hilos de nuestra vida, posiblemente, se encuentra, de nosotros, más cerca que nuestra propia respiración; pero somos incapaces de reconocerlo porque nuestra fe en la lealtad y en la amistad nos vuelve ciegos.

Recolector de Té (Ceilán)

Atrapado


Una hermosa mujer entra en la cafetería. Vuelve su mirada una y otra vez hacia los parroquianos del lugar. Es evidente que está buscando a alguien. Su nerviosismo la delata.
Un anciano con la piel tostada y la cara arrugada se encuentra sentado en una de las mesas del lujoso café, tomando algún tipo de infusión derivada del té de Ceilán. De vez en cuando el anciano levanta su mirada y la dirige a la puerta principal del local. Es evidente que está esperando a alguien.
El anciano levanta su cabeza, una vez más. Observa a la bella mujer que ha entrado. No la conoce. Él espera a un joven de treinta y cinco años; pero el joven no aparece. La joven fija su mirada en el anciano, cuyo tupido bigote le concede una apariencia semejante a la de Einstein. El anciano ha captado su atención y se levanta de su asiento, dejando la taza humeante sobre su plato.
– ¿Y Roberto, no ha venido con usted?
–Está retenido –contesta la joven a la cuestión del anciano como si lo conociera de toda la vida–, ¿Es usted el Doctor Arpegio?
–Sí, jovencita; pero le ruego que me llame Armando –Afirmó el profesor mientras ponía una expresión de duda, como si esperase de su bella contertulia, una contestación del mismo signo.
–Me llamo Teresa soy...


–La psicóloga de Roberto –Interrumpió el Doctor Arpegio.
–Su amante o pareja diría yo –Replicó Teresa Rubio con un visible aire de preocupación.
Teresa Rubio sacó algo de su bolso de charol y lo ofreció al anciano Profesor.
–Siéntate, por favor, Teresa.
–No hay tiempo Doctor, tenemos que hacer algo y rápido, las vidas de Roberto y su hijo Miguel corren grave peligro.
Arpegio sonrió y le hizo un gesto a Tere para que le hiciera caso y se sentase. También pudo ver el medallón que Teresa llevaba alrededor de su grácil cuello.
–Insisto, Teresa, y tranquilízate. La vida de tu Amor no corre peligro y la de su hijo tampoco. Estamos tratando con gente poderosa; pero no se trata de asesinos. Estoy convencido.
– ¿Cómo sabe usted...? –Preguntó Teresa desconcertada.
–Al parecer, tanto Roberto como yo teníamos conocidos comunes. Me he enterado hoy mismo. Además –el Profesor tomó con sus manos el medallón que la joven portaba–, disculpa mi atrevimiento; pero esto que llevas contigo nos llevará, cuando queramos,  hasta donde el se encuentra.
–Uno de mis alumnos –intentó el Doctor responder a la inquietud de su interlocutora–, romano por más señas, es hijo de un poderoso funcionario de la embajada Italiana aquí en Iberia. Al parecer es un alto iniciado de la Orden de los Iluminados de Baviera y está al corriente de lo que sucede.
– ¡Usted está engañando a Roberto! –Dijo Teresa realizando un visible aspaviento.
–No, querida niña. Lo cierto es que todo ha sido muy rápido. Ese alumno del que te estoy hablando es muy amigo de otro de mis alumnos, que es a quien yo me dirigí en un principio. Su Padre regenta la mayor empresa juguetera de la Comunidad Valenciana. Bianchi, creo que se llama...
Se hizo un breve silencio, mientras el anciano jugueteaba con el objeto que Teresa le había ofrecido.
–Esto Teresa –interrumpió su silencio y dirigió su mirada al objeto que portaba–, ¿sabe de que se trata?
–Sí, Profesor, algo me dijo Roberto.
–Esto puede convertirse en un barato y adictivo juguete que impida que sigamos siendo manipulados por las gentes que han secuestrado a nuestro común amigo. Cuando le comenté a mi alumno lo que nos proponíamos Roberto y yo, él me comentó que su Padre le había mencionado algo parecido y me lo presentó. La Orden de los Iluminati, así  se hacen llamar también, ha venido detectando, desde hace muchos años, que alguna facción, de orden inferior, ha tenido acceso a tecnologías de última generación y están actuando de forma individual e incontrolada.


– ¿Porqué confiaron en usted Doctor? –Preguntó Teresa extrañada.
–Tienes razón en hacer esa pregunta, hija mía, no fue por mí, en sí, sino por Roberto. Él es Masón del cuarto grado. Maestro del Arco Real de Jerusalén o algo parecido. Al parecer el Padre de ese amigo de mi alumno conocía muy bien la carrera de Roberto en tan digna Orden. También sabía de sus investigaciones y de que estaba siendo vigilado por una organización periférica de la que no caí en preguntar su nombre. No sé mucho más Teresa; pero mi experiencia me dijo que podía confiar en aquel caballero. Ahora, como tú muy bien dices, ha llegado la hora de que nos dirijamos a la casa de mi alumno. Tenemos que hablar con su Padre para comprobar la viabilidad de este pequeño artefacto.
El Doctor Arpegio volvió a frotar el pequeño objeto que se encontraba en sus manos, como si de algún modo, al hacerlo, pretendiera que saliese algún tipo de Genio o algo parecido.
–Por cierto Teresa –miró a la joven–, ¿habrás traído tu automóvil?
–Sí, si no se lo ha llevado la grúa..., lo he estacionado justo enfrente de la cafetería.
*
– ¡Javier!, ¿Dónde está mi Hijo? Como le hayáis hecho daño...
–Tu hijo se encuentra bien –Contestó el alto mandatario de la Orden de la Rosa, mientras hacía un gesto a alguno de sus secuaces.
–A la Orden de la Rosa solo le interesas tú –Dijo sonriente el anfitrión de Roberto.
Una señora entró en la estancia llevando, de la mano al jovenzuelo. El niño tiró con fuerza y se soltó para salir corriendo hacia su Padre. Roberto hizo lo propio y se dirigió hacia su hijo para tomarlo en alto y fundirse ambos en un cálido abrazo.
– ¿Estás bien Miguel, Te han hecho daño?
–No, papá –contestó el chaval–; pero estaba preocupado, porque ellos han matado a Petunia.
–Lo sé Hijo mío, lo sé –Contestó Roberto a su Hijo, mientras miraba con cara de pocos amigos hacia su conocido secuestrador.
Javier interrumpió el encuentro familiar.
–Roberto, la muerte de tu sirvienta ha sido un simple accidente. En algunas ocasiones no se puede evitar que haya bajas inocentes en el transcurso de nuestra cruzada –Javier dio una profunda calada a su puro habano mientras esperaba algún tipo de respuesta.


– ¿Qué cruzada Javier? –Reprochó Roberto.
–Deja que se vaya tu Hijo, no tiene porqué conocer ciertas cosas.
–Soy yo su Padre, quien tiene la responsabilidad de las cosas que debe saber y las que no. Puede quedarse conmigo, prefiero tenerle a mi lado.


–Está bien, Roberto, al fin y al cabo no deja de ser un Lobezno, hijo de Masón.
Padre e Hijo asintieron.
A una orden de Javier, los cuatro sicarios que se encontraban en la sala, así como el ama de llaves, desaparecieron del lugar.
–Sentaos, mis invitados, al parecer algo se nos ha escapado de las manos –Dijo Javier, cambiando su anterior sonrisa por una cara de preocupación que rallaba en la rabia más contenida.
–Javier –intervino Roberto–, yo te conozco como gran iniciado del grado treinta y tres del Rito Escocés antiguo y aceptado; pero esto no me lo esperaba. Yo pensaba que nuestras organizaciones miraban por el bien de la humanidad y que su primera regla era el altruismo.
El pequeño Miguel, educadamente, escuchaba intentando comprender las palabras que allí se decían; pero sin interrumpir una conversación propia de personas mayores.


–Roberto –respondió Javier–, el altruismo sigue siendo la primera de nuestras prioridades; pero hay que hacer uso de la alquimia para recabar fondos. El dinero tiene que salir de algún lado y creo que serás consciente de que la alquimia real es una falacia y de que los importes que aportamos a nuestras respectivas órdenes son irrelevantes.
–No sé que quieres decir –Puso Roberto cara de circunstancia, medio guiñando un ojo.
–Nuestras órdenes, Amigo mío –prosiguió su explicación el Mandatario de la Orden de la Rosa–,  no son más que las puertas de entrada a algo mucho más grande y secreto. Alejado de los gobiernos provisionales de las naciones. Algo que solo puede ser mantenido por el corporativismo fijo de algunos importantes funcionarios de todos los estados. Esa Orden, es la Sagrada Fraternidad del Ánfora Gris. Una reliquia que nadie supo, hasta hace poco, de su procedencia.
Roberto siguió con interés las palabras de su superior en la Orden Masónica. El jamás había sido funcionario del Estado Republicano y era consciente que jamás habrían contado con él para subir a escalafones más allá de lo puramente mecánico, por dicha circunstancia.
–Por Internet conocemos tus adelantos en la investigación de ondas cerebrales; y por eso estas aquí ahora mismo.


– ¿Peligran nuestras vidas, no es cierto Javier?
–Nada de eso Roberto. Creo que somos nosotros o alguno de nosotros quienes se han equivocado. Hemos empezado a utilizar unas herramientas que, si no me equivoco, se nos han ido de las manos. En nuestra lucha contra la superstición el fanatismo y la intolerancia, con la única idea de conseguir una educación laica, estamos utilizando los medios que la alquimia, la ciencia, nos proporciona. Es una herramienta terrible, ¿No es verdad Roberto? –preguntó Javier sin esperar respuesta–, hace ya muchos años, desde los cuarenta, del siglo pasado,  aproximadamente, utilizamos los estudios sobre telepatía y manipulación subliminal no solo para conseguir los objetivos fundamentales que ya conoces sino que fueron utilizados, igualmente, para conseguir los medios materiales necesarios. Creo Roberto, te lo digo de veras, que aunque la intención era buena algo se nos ha escapado de las manos. Los científicos de la Royal Society de Gran Bretaña están en ello.
–Pero en definitiva, Javier, si ya sabes lo que está pasando y que están nuestras organizaciones involucradas ¿Qué quieres de mí?
–En realidad, Roberto eres tú el que necesitas algo de mí. La Orden de la Rosa, de la que soy el más alto cargo aquí en Iberia, aquí se llama del Clavel, va a desaparecer. Tú hasta ahora no lo sabes; pero aunque detrás de la Masonería y la Rosacruz se encuentra la Orden Transnacional de Funcionarios, de Agentes Secretos, conocida con varios nombres Rosa, Clavel..., que más da. Hay una Orden que está sobre todas ellas y que antaño estaba constituida por los más grandes dirigentes de los estados. Reyes, Presidentes y Expresidentes de todas las repúblicas del Planeta...
– ¡Los Iluminati! –Interrumpió Roberto.


–Efectivamente, Amigo mío, pero no aquellas organizaciones que están registradas, con ese nombre,  como sociedades culturales –dirigió su mirada hacia el hijo de Roberto y este le contestó con el mismo silencio–, yo también tuve una hija muy querida, pero la perdí como consecuencia de los trabajos que llevamos a cabo. Los Iluminati saben que nos hemos equivocado y que se está utilizando la ciencia para oscuros motivos. Sus efectos secundarios, intuyo que no pueden ser nada buenos y ahí es donde entras tú Amigo mío.
–Sigo sin entender –Dijo Roberto.
–Lo tienes ante ti Roberto –Javier empezó a llorar y sus lágrimas resbalaron, sin ninguna ocultación, por sus mejillas–, Dime si la muerte de mi hija tuvo que ver con los medios que utilizamos para manipular. Dime si por hacer un bien estamos matando y haciendo involucionar a la humanidad. Estamos haciendo un mal mayor. Dime, en definitiva, Amigo, dime, por favor, dime que estoy equivocado...
Javier le contó a Roberto lo acontecido, hacía pocos años con su hija, mientras Miguel y su Padre hacían esfuerzos por contener las lágrimas.
–Lo siento mucho Javier –contestó Roberto–, pero tu inquietud es correcta y ahora no me queda ninguna duda de que como no se corte esa intervención, de raíz, a la humanidad no le queda mucho tiempo antes de su autodestrucción.
El Ingeniero comentó al gran mandatario, dentro del concepto más divulgativo, todos los entresijos de su descubrimiento. Para el Gran Comendador ya no quedaba ninguna duda. Para conseguir los medios económicos necesarios para dirigir a la Humanidad hacia no se sabe bien donde, habían convertido al propio hombre en simple ganado al que no importaba sacrificar en pos de una utopía.


–Ahora ha llegado el final de todo Roberto –Javier, alto mandatario de la Orden de los servicios secretos internacionales conocida como de La Rosa, abrió uno de los cajones de su mesa y sacó algo de él, mientras una sonrisa maligna adornaba su rostro.
– ¡Qué vas a hacer! –Exclamó Roberto al ver que su contertulio había sacado un revolver del que quitaba el seguro, en presencia de él y de su propio Hijo.

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