La Vida y la Muerte son simples Actos de una Cósmica Obra de Teatro que está sucediendo en un Universo múltiple y cambiante. Los Grandes Venenos, como los Mejores Perfumes siempre se conservan en frascos pequeños.
Sicario anónimo, de la Orden de la Rosa
–Teresa, por favor, ¡no corras tanto que nos la vamos a pegar! –Exclamó Armando Arpegio, al vivenciar la nerviosa conducción del sedan rojo, de la que hacía gala su propietaria y conductora.
–Joder, Armando, la verdad es que no sé dónde vamos. Esto brilla cada vez más; y la cadencia es mucho más veloz; pero en el fondo no sé si tirar hacia la izquierda, a la derecha o quien coño sabe donde, ¡Joder, joder, joder!
No tardando mucho, la berlina blanca de la orden de los iluminatis se puso a su altura. Una de las ventanillas fue bajada y Amanda Ortiz hizo señas a la conductora del vehículo rojo para que hiciera lo mismo.
– ¿Qué quiere, Señora, no hay tiempo que perder?
–Por eso mismo, Teresa –gritó la elegante Ortiz–, Roberto, sabemos donde se encuentra, no más lejos de doscientos metros de aquí. Si sigue usted sola es posible que no pueda dar con él. Nos pondremos delante y usted síganos.
–De acuerdo, Amanda, de acuerdo.
Amanda confirmó al chofer la maniobra.
El Mercedes blanco, se situó delante del vehículo de Teresa Rubio y pronto estuvieron a la altura de un edificio negro, cuyo acristalamiento ahumado daba sensación, tanto de un algo siniestro como de una modernidad puntera.
De uno de los portales del gran edificio podía verse a dos personas salir corriendo. Una de ellas, por la estatura, era evidente que se trataba de un niño.
–Papá, esos hombres que nos siguen son los que asesinaron a Petunia.
–Vamos Hijo, no creo que se anden con chiquitas, sobre todo después de que hayan visto muerto a su Jefe.
Los dos hombres vestidos de gris y con gafas de espejo salieron detrás de Roberto y Miguel, mientras desenfundaban sendas pistolas a las que colocaron unos aparatosos silenciadores. Daba lo mismo que, estuviesen a la luz del día. Parecía que para ellos ya nada importaba excepto la venganza por la muerte de su Jefe.
–Ya tengo a tiro al adulto –dijo uno de los sicarios–, tu apunta al chaval. Dispárale al pecho si quieres alcanzarle.
–Ya tengo a tiro al adulto –dijo uno de los sicarios–, tu apunta al chaval. Dispárale al pecho si quieres alcanzarle.
Dos dedos índices sobre sendos gatillos. Un instante para apuntar y...
– ¿Joder! –Exclamó uno
– ¿Leche! –Gritó el otro, mientras el cuerpo de ambos era elevado del suelo tras el impacto de ambos vehículos contra sus cuerpos.
El vehículo blanco había arrollado a uno de ellos y el coche de Teresa Rubio no quiso quedarse atrás, haciendo lo propio con el segundo pistolero.
Las pistolas habían sido arrancadas, debido al impacto, de sus manos y alejadas de sus propietarios muchos metros. Sus cuerpos yacían inmóviles en el suelo y tan sólo se podía escuchar brevemente los naturales quejidos de alguien que ha sido magullado tanto en lo físico como en su orgullo.
–Teresa –sonó la electrónica voz de Calvito, el ordenador de a bordo–, Berta tiene un mensaje importante para Roberto Beltrán.
–Hazla pasar Calvito.
La imagen duplicada de Teresa apareció en el holomonitor del automóvil y empezó a contarle algo a Teresa. Algo que solo ella y Calvito pudieron escuchar, ya que Armando Arpegio se encontraba ya fuera del automóvil en compañía de los miembros de la Orden de los Iluminados de Baviera, esperando la llegada de la policía. Uno de ellos, ostentaba un teléfono móvil por el que hablaba con toda seguridad con algún agente de seguridad. Lo cierto es que la expresión de Teresa cambió de la duda a la alegría.
“Esto es una gran sorpresa para Roberto y para mí, que coño” – Se dijo.
–No lo sé, es tan pequeño. Además parece un Tamagochi.
–De eso se trata, querida, algo de muy bajo coste, de contenido adictivo y que permanezca permanentemente encendido en compañía de su propietario. Ya que no somos, aún, capaces de desmantelar la trama de manipulación; mientras tanto podremos evitar, con este juguetito, la mayoría de los atropellos que se han venido cometiendo.
–Esto, ¿no costará mucho, verdad?
–Es casi gratis Teresa. Cada tres meses se realizará una campaña en contra del hambre y a favor de los niños de todo el Mundo. La ONU por medio de UNICEF está implicada en ello. Cada vez que se adquiera uno de estos robotines, se estará llevando amor a las partes del mundo más necesitadas. En un principio pensé que sería buena cosa regalarlo con las magdalenas, pero luego me di cuenta que es mejor así ya que la gente necesita valorar las cosas que algo le han costado.
–Pues la verdad –dijo Teresa–, tu idea ha sido genial ¿cuántos se han distribuido ya?
Roberto Beltrán dijo una cifra, mientras Teresa Rubio contemplaba la grandeza de la factoría juguetera valenciana.
–Eso es una cantidad muy grande Roberto. Hace hoy un día espléndido, como si un nuevo amanecer hubiese tenido lugar. Un amanecer de ¿Cómo lo llamáis vosotros los Francmasones? Ah sí, Igualdad, Libertad y Fraternidad.
–Esa cantidad es ridícula –dijo Armando Arpegio, mientras se unía a la conversación de sus amigos–, acabo de hablar con el Padre de mi alumno, el propietario de estas instalaciones y me ha dicho que hay preparada una partida de un billón de robotines para ser entregada gratis a los países del tercer mundo.
–En breve estará inundado hasta el último rincón del planeta –Intervino un joven que debía de ser el gerente de la fábrica. No sé de donde se habrá sacado el dinero para financiar esto; pero nunca había pasado nada parecido en esta Empresa. Es como si los Estados Unidos de América hubiese desviado sus intereses armamentísticos hacia la fabricación de un juguete ridículo.
Todos echaron a reír, mientras el joven ejecutivo ponía cara de extrañeza, como si no entendiera de qué se reían aquellos invitados.
–Papá, papá –llegó corriendo Miguel Beltrán–, acabo de ver un Robot de verdad y no es muy caro. ¿Querrás comprármelo?
–Miguel –contestó su Padre–, no podemos llenar el apartamento con tantos trastos, pero bueno, vamos a ver qué podemos hacer.
Roberto había dirigido una mirada cómplice hacia Teresa, la cual guiñó un ojo a su hijastro.
–Tere, ¿Le vas a convencer a mi papá verdad?
–Claro Miguel –Susurró al oído del niño–, tu y yo tenemos un pacto ¿No es así?. Cuando seas mayor serás Ingeniero en Robótica.
–Claro que sí mami.
Teresa se sonrojó, cogió en vilo a su hijastro y le propinó un sonoro beso en el rostro.
–Vamos familia, nos esperan y tenemos mucho que hacer –Dijo Roberto.
–Por cierto, Petunia ¿Llegó? –Preguntó Roberto dirigiendo la cuestión al Doctor Arpegio.
–Se lo está pasando en grande contándole a tus camaradas de la Orden de los Iluminatis, como cayó sobre un bote de quetchup mientras luchaba contra los hombres de gris. Dice que le llevó un día entero limpiar el salón de tu casa.
–Sí, vaya susto, todos creíamos que estaba muerta cuando solo se encontraba inconsciente.
–No sabes la alegría que me dio ese duplicado mío –dijo Teresa refiriéndose a Berta, el Ordenador del domicilio de Roberto Beltrán–, cuando me comunicó que Petunia se encontraba en perfecto estado.
Dos seres humanos se encuentran fundidos en un tórrido abrazo de Amor. Son Teresa, la Sexicóloga y su compañero Roberto.
Una grúa se encuentra derribando un balaustre publicitario con termómetro digital. Ha comenzado un desmantelamiento que posiblemente lleve lustros.
*
Teresa tiene el miembro de su compañero introducido en la boca. Con su cálida estancia, ella acaricia, con un movimiento de vaivén, los nervios más sensibles de su compañero. Roberto, mientras tanto, no pierde el tiempo y con la propia posición del sesenta y nueve, no deja de absorber los efluvios internos de su compañera. Su lengua se ha convertido en un orgánico juguete que disfruta masajeando la rosada campanita del clítoris de su amante.
*
Un matrimonio dominicano se encuentra en un vagón de un anónimo tren de suburbano en la ciudad de Madrid, antaño capital de un reino. Alrededor del cuello lleva un robotín con su led centelleando. Llevan a su hijo en un cochecito y la próxima parada es donde deben de bajarse. Piensa, la mujer, en todos los accidentes que se han venido produciendo durante los últimos años. Es consciente de lo peligroso que supone traspasar la puerta del vagón con el carrito desplegado y con su hijo en su interior.
Entrega el niño a su marido mientras recoge el cochecito.
–Vamos Pepe, levanta y vamos a prepararnos. Ya sabes que con estos trastos no podemos ir con prisas.
Segundos antes, el matrimonio ya está preparado esperando que las puertas sean abiertas, pues han llegado a su estación. Primero sale el Padre con el niño en los brazos y después la sigue su esposa con el carrito de la mano como si de un bastón se tratase.
Miran atrás y observan como parte el tren. En esta ocasión comprenden que se han librado; pero son conscientes de que mientras hagan las cosas, no mecánicamente, podrán librarse de los lógicos accidentes que les depara la selva de la civilización. Se sienten libres y saben que las prisas no son buenas consejeras.
En la frontera del desierto africano con la selva tropical se encuentra una enorme grúa que está derribando una torre con antenas repetidoras.
La pareja cambia de postura y Roberto introduce su artefacto de amar en la rosada gruta de su Compañera. Él coge con sus manos su anhelante rostro y lo besa repetidamente mientras repite, entre quejidos –Cariño, cuanto te amo.
El rostro sensual de Teresa, muestra que está más interesada por el alma de Roberto que por la suya propia; pero en un instante de lucidez ella le dice. Mi amor, quiero que tengamos un hijo.
La pareja permaneció apretada en un férreo abrazo que si no hubiese sido en esas circunstancias, les habría producido dolor. Ella suspira, retiene el aliento. Él aguanta, aguanta y entonces en una explosión de furia sueltan todo el aire retenido en un único grito de puro placer. En un íntimo orgasmo, ella recibió, en su interior, la veloz semilla de la fecundación proveniente de su amado.
La Calurosa secuencia amatoria, con escenas de porno francés, se va difuminando hasta que solo se ven los rostros placenteros de sus protagonistas y una luz cegadora inunda la estancia. Esa luz se vuelve borrosa y reaparece el rostro de un cansado y lloroso anciano cuyo blanco pelo está alborotado por sus propias manos. Estaba llorando y llora, pero no de tristeza sino de alegría.