lunes, 24 de octubre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, El influjo de Leo

Los que se consideran, a sí mismos como Grandes, se disolverán en el Lago de Fuego y Azufre. Las Humildes marionetas es posible que puedan ser rescatadas por sus Avatares Arquetípicos. Sería algo así como rescatar la propia sombra o el reflejo del espejo en que se mira el Hombre de Verdad.

Sentencia Gnóstica (Anónimo)

(Dimensión Gaia 2070 d.c.)
El influjo de Leo

Mentiría descaradamente si dijese que esta historia es reciente, pero lo cierto es...que todo lo que me sucedió en un tiempo pasado ha vuelto a resurgir con la misma o más fuerza, si cabe, que entonces.
En aquel momento, todo lo sucedido me pareció un maravilloso aunque cruel sueño. Ahora sé, ciertamente, que fue y es una realidad que a algunas personas nos toca experimentar.
Nada del día anterior parecía que iba a modificar la rutina de mi propia vida, un científico, astrónomo, como yo, y aunque pudiera parecer mentira, suele llevar una vida vulgar y anodina.
A las tres de la madrugada todo cambió de repente. Una simple llamada telefónica me despertó de un maravilloso aunque inquietante sueño.
-Profesor Beltrán, debe personarse de inmediato en el observatorio astronómico-me dijo, turbado, uno de los miembros de la academia que se encontraba de guardia–, algo fuera de lo común está sucediendo y parece ser algo de extrema gravedad.
-Bien, bien, García no se excite. ¿Puede contarme algunos detalles con más calma? –pregunté a mi interlocutor, el cual, parecía ansioso y ofuscado.
-Poco puedo decirle, Profesor, pero es como si el mismísimo cielo fuera a despeñarse contra, Éste, nuestro pequeño planeta...
-¿Qué dice García?, Por el Amor de Dios –exclamé, pues algo me decía que tenía mucha relación, lo que estaba sucediendo, con los sueños que me habían atenazado durante estos últimos cuatro años desde que abandonara la robótica– voy inmediatamente.
-Contesté sin permitir que mi compañero, en la lejanía, me diera alguna explicación y que, de algún modo, yo le había exigido previamente.
El observatorio astronómico se encontraba en lo alto de una colina, a varios kilómetros de la ciudad; esto hacía posible que la contaminación luminosa y los influjos radio-eléctricos, de aquella, no turbasen las precisas mediciones y observaciones del astronómico laboratorio estelar.
Sin apenas haberme calzado, ni vestido, llegué sofocado a mi habitual puesto de trabajo.
-Celador, ¿ha visto al profesor García?.. –pregunté al anciano guarda.
No terminé de hacer la pregunta, cuando la persona a la que hacía referencia salió disparado hacia mí, mostrando una leve sonrisa en sus labios, aunque más bien denotaba preocupación que alegría.
-Don Miguel Beltrán, tiene usted que ver lo que está sucediendo, allí, en el cielo; Dios mío, parece el fin del mundo.
Nos dirigimos aceleradamente hasta el telescopio principal de ocho metros y allí pude observar, aterrado, cómo una especie de nebulosa incandescente surgía del firmamento estrepitosamente.
-Parece como si se dirigiese hacia acá –interrumpió mi observación el profesor
-García–, había una cosa que yo tenía bastante clara, aunque mi acompañante no se hubiese percatado. Lo que allí arriba sucedía era exactamente lo mismo que pasaba en los sueños que con cierta periodicidad me atormentaban. ¡Yo sabía lo que era!, claro que lo sabía... Me pasaba desde que tuve mi primer encuentro amoroso con Laura Estrella Luminosa, el alter ego de Inteligencia +3.
-Es el núcleo ígneo de una de las principales nebulosas de la constelación de Leo y que se ha separado de sus hermanas.
-¿Que dice? ¡Eeeso es imposible...! ¿No? –me increpó García, incrédulo y turbado al mismo tiempo.
-¿Cree que estoy loco verdad?, venga conmigo y se lo demostraré.
Nos dirigimos a la sala principal de radio telescopios. Con unas pocas mediciones y tras comprobar éstas, visualmente, en el planetario, mi compañero quedó convencido.
Su extrañeza se había convertido en algo inexplicable, Quizá angustia.
-¿Profesor...? –no permití que continuase hablando. De sobra sabía que el mismo corazón del universo se había desmembrado para venir en mi búsqueda, pero esto, yo no debía comentarlo pues me hubiesen tildado de majareta. Hacía cuatro años que mi amada me abandonó. De hecho, solo nos amamos una sola vez. Después …, nunca más supe de ella.
-García –Le dije tras la breve interrupción–, debemos hablar con el comité aerospacial; tenemos la obligación de salvar al Planeta Tierra de una certera colisión.
-Debemos ponernos en comunicación, directa, con el comité Internaciones, para disponer de alguna astronave militar que nos permita desviar la trayectoria de ese demonio ígneo –comentó García dirigiéndose hacia el teléfono rojo.
Parece mentira, cómo en pleno siglo XXI, cuando surge algún grave acontecimiento, la maquinaria política y científica actúa de forma veloz y coordinada; pues a los dos días, escasos, el comité había localizado una nave disponible para nuestros propósitos.
Estábamos, allí, ante ella. Quedé sorprendido al comprobar que habían
proporcionado una pequeña astronave de operaciones civiles para nuestra importante misión.
-No me dijeron –increpé indignado–, que fueran a servirnos una nave de protección civil.
-No hubo posibilidad de conseguir otra, no obstante y aunque parezca
inofensiva, la hemos equipado con un potente cañón ultrasónico y un poderoso láser de plasma. Esto aparte de los torpedos de antimateria que convierten a este pequeño trastejo en una mortífera arma.
Terminó de contestar, a mi increpación, el general encargado de emergencias en clave cero. La clave cero significa prioridad absoluta.
-No obstante –continuó–, en parte tiene usted razón. Este aparato sólo puede llevar en su vientre a un único pasajero y ese único tripulante deberá hacer uso de las armas y gobernar la nave, con ayuda del ordenador de abordo, claro está; además ese hombre, profesor Beltrán..., usted deberá ser ese tripulante.
En aquel instante mi faz cambió de expresión y noté la blancura de mi tez al contemplarme en uno de los espejos hexagonales del telescopio. Hace años fui astronauta, especialista en robótica; pero ahora me encontraba desentrenado y no sé..., la edad quizá.
-En el poco tiempo que hemos tenido –continuó el general–, no hemos podido encontrar a nadie más capacitado que usted para tripular este petardo volante. Usted, amigo mío, los ha pilotado muchas veces y además es el único que conoce los misterios astronómicos de esa, extraña, cosa que se nos viene encima. La otra persona, su hijo Roberto, está de colono en Marte.
Ya estaba todo listo para la cuenta atrás. Sabía de sobra que algún poder, superior       a todo, había premeditado este acontecimiento; mi persona, en esos momentos, era tan      solo un conejillo de indias, de una misteriosa inteligencia, que se enfrentaba a un incierto         destino y a un más que negro futuro.
Ciertamente, nada dejaba detrás de mí. No existían lazos que me mantuvieran    atado al mundo que dejaba. Yo, estaba convencido que este sería un viaje sin retorno. Era sorprendente la velocidad que aquel núcleo ígneo iba consiguiendo por momentos. De seguir así, en pocas horas, acabaría con el sistema solar y consecuentemente con el joven planeta Tierra y todos sus moradores.
En breves instantes, me encontré frente a frente con el mayor enigma de todos los tiempos. Sólo me separaba del núcleo ígneo de Leo algunos kilómetros. Calculé sus coordenadas, por medio del potentísimo ordenador, y lo dejé programado para que descargara todo su poder destructivo contra aquella masa, que por momentos, me daba la impresión de que estuviese viva.
Cuatro, tres, dos, uno, cero...
La descarga fue prácticamente instantánea. Con tal reacción se produjo la detonación que el retroceso de mi propia nave me dejó aturdido.
Cuando me recuperé, pensé que todo había concluido, pero ¡no!, la masa ígnea había absorbido todo aquel magnífico arsenal de guerra.
Permanecía intacto, como si nada hubiese ocurrido.
En unas décimas de segundo, reaccioné e ideé mi último plan: retrocedería, adquiriría impulso y me estrellaría contra aquella cosa, haciendo explotar el reactor nuclear de la nave, en el momento del impacto, al igual que los antiguos camicaces japoneses de la segunda guerra mundial.
Cuál fue mi sorpresa al comprobar cómo una fuerza no física y de carácter
desconocido impedía mi retroceso. Algo superior a la fortaleza de los reactores atómicos de la nave, me aceleraron vertiginosamente hacia el centro de Leo. Así se bautizó al Fenómeno Cósmico.
Su aceleración se hizo, por momentos, mayor y llegó hasta tal punto que me fue absolutamente imposible realizar cualquier tipo de movimiento.
Sólo pude observar, con mis verdes ojos; los cuales, se encontraban abiertos de una forma desorbitada, viendo..., o más bien, contemplando espasmódicamente aquel maravilloso espectáculo por el que no importaba morir y que de forma gratuita alimentaba, al unísono, tanto a mi corazón como a mi mente.
Me olvidé de la Tierra y de sus moradores.
Ante mí, el núcleo ígneo se convirtió en una noria de color rojo sangre y fue adquiriendo la forma de siete maravillosas rosas carmesíes, sus pétalos eran refulgentes y de un frescor inigualable.
Las flores giraban al ritmo de un vals que mis oídos del alma escuchaban.
Jamás en mi vida había sentido una música igual.
Aquella música de las esferas no debía ser humana, sino más bien celestialmente alienígena; mientras tanto, todo mi organismo se iba inundando de deseo y de pasión.
Algo más sorprendente, si cabe, surgió ante mis párpados.
De aquel torbellino de rosas rojas surgió, en su centro, algo que impulsó a mi mente a cerrar los ojos, cosa que evidentemente no pude realizar pues algo exterior y más poderoso que mi voluntad me lo impidió.
Cual maravillosa puerta celestial surgió algo similar a una preciosa y purísima rosa blanca que, algo en mi interior, me dijo ser el corazón de la Entidad Leo.
Ígneo y refulgente en el exterior, rojo de pasión y deseo en la superficie y blanca pureza en el interior de su corazón.
Una voz inaudible y de armoniosas y sugerentes melodías, me habló al corazón.
-Ya no necesitas nada de lo que llevas encima –y sin que mi persona pudiera hacer nada, justo cuando me encontraba a poca distancia de la impresionante rosa, me vi fuera de la astronave y cuando traspasé el umbral de la preciosa flor, desapareció mi traje espacial; mientras tanto, aquella voz alienígena, levemente conocida, seguía sonando, dentro de mí, igualmente melodiosa.
-Nada impuro puede penetrar mi dolido corazón.
Si la maravilla del espectáculo anterior era grande, lo que en esos instantes se encontraba ante mis ojos no tenía explicación posible con palabras de hombre.
Envuelto en una claridad majestuosa, al final de un interminable túnel lechoso y transparentemente plagado de luces multicolores, allí, allí se encontraba, en persona, el mismo Signo de Leo.
Una hermosa y luminosa mujer, bien conocida y  cubierta de una digna desnudez, sus ojos eran semejantes a grandes galaxias azules y aquellos pómulos eran sonrosados cual estrellas enanas.Allí, allí, estaba grandiosa, gloriosamente protegida por dos enormes y fieros leones del color del fuego.
En un impulso de locura intenté correr hacia ella y abrazarla sin poner reparo a los fuertes leones, alienígenas inteligentes, que la resguardaban de cualquier posible mal. Ella era mía Ella era…
Lo intenté una y otra vez; pero la mayor de las angustias me embargaba al
comprobar que no era capaz de dar un solo paso. Algo invisible me lo impedía como en las ocasiones anteriores.
De pronto, y cuando ya lo daba todo por inútil, la misma voz de antes surgió poderosa y vibrante:
Sólo una voluntad fuerte, una mente pura y un corazón sacrificado puede conquistar mi propio corazón.
Sabía sobradamente que yo era débil de carácter y, por descontado, no podía considerarme puro; pero aún así saqué fuerzas de flaqueza y en un impulso de loco amor me tiré, a lo que no sé si podía denominarse suelo, y me arrastré, me arrastré fuertemente; no sé, lo juro, de dónde sacaba las fuerzas, pero avanzaba..., iba avanzando centímetro a centímetro por aquel luminoso y eterno túnel. 
No debía de cejar, sabía que Leo era terriblemente fuerte, pero yo debía mostrarme más fuerte que ella aunque, eso no era cierto.  Empezaba a notar cómo mi voluntad flaqueaba y miré hacia atrás.
Quedé horrorizado al comprobar cómo mi sangre había producido una estela a mi espalda.
Cada paso que había logrado dar, se había conseguido con grandes desgarros de mi carne permitiendo, con ello, la salida del rojo fluido vital.
-¡Dios! –grité–, lo doy por bien, pues prefiero morir que vivir sin amar a Esta Mujer de nuevo.
Cuando las fuerzas de mi organismo se convirtieron en inútiles para poder seguir avanzando, me encontré impotente y desnudo. La ropa había quedado muy atrás y sólo era un despojo de carnicería al que apenas le quedaba sangre en las venas para poder sostener su cuerpo.
Ante esta situación, tan lamentable, lancé un agudo grito de dolor antes de caer fulminado por el desfallecimiento. Había logrado dar un paso más, pero fue el último antes de caer en los brazos de una obscura lipotimia, cuando aún me separaban cientos de metros de mi amada.
Sólo noté algo que se dirigía a mi corazón con palabras agradablemente sinceras y amorosas.
Contemplé con los ojos del espíritu cómo dos bellos seres, angélicos con pies alados, me cogían suavemente entre sus brazos y me llevaron ante la presencia de la bella dama.
Ya no había sorpresa en mi corazón, al comprobar que los seres que me
habían llevado hasta ella eran aquellos dos grandes leones que anteriormente la custodiaran.
-¿Que haces aquí?, ¡ingenuo mortal! –me replicó con reproche.
Yo quería hablar pero no podía. Lo intenté una, dos, y a la tercera sólo pude articular una única palabra. Amor...Tu lo sabes, te he amado siempre.
Entonces se dirigió a los dos rugientes leones.
-LLevadle, curarle de sus heridas y que coma hasta que sacie su apetito, luego me avisáis.
Inmediatamente, y sin mediar palabra, los leones se transformaron en dos
bellos ángeles mercurianos que me llevaron ante una estancia, la cual me recordó mucho a una de mis habitaciones, allá en la Tierra. 
Me proporcionaron bebida y comida. Pasaron algo parecido a una luz rosada por mis heridas y aquellas sanaron de inmediato.  Quise darles las gracias, pero mis cuerdas vocales fueron incapaces de articular palabra alguna.
Cuando me encontré saciado, de forma milagrosa, me encontré ante la bella Dama. Ella ya no parecía desnuda, sino que, al igual que yo, llevaba un lujoso vestido digno de la Corte de Luis XV.
-¿Quien eres tú, ¡indigno géminis!, para enturbiar mi eterno sueño?
Por momentos, tuve miedo de no poder articular palabra alguna; pero cuál
fue mi sorpresa, al comprobar que de mis labios salía mi propia voz realzada y extrañamente vigorosa.
-Los indignos mortales –contesté–, de aquel pequeño planeta azul, tienen miedo de ser destruidos...
-Ésos indignos mortales –me interrumpió–, como tú los denominas, no tienen nada qué temer pues sólo he venido a por ti. Tu eres mío, parte de mí.
-¿Qué he echo yo ¡Majestad!, para que queráis mi destrucción?
-¿Quién ha hablado de destrucción?, y además ¿por qué me llamáis majestad?
-Con tu, vuestra hermosura y belleza, sólo podéis ser una Princesa, en
cuanto a mi temor, Señora, es debido a los sufrimientos que he pasado para poder estar con vos y sentir vuestro calor de nuevo.
Me sorprendió, cuando de aquellos hermosos y carnosos labios surgió una calurosa sonrisa que se transformó en una sonora y estridente carcajada.  Sin poder controlar mi corazón, la acompañé en aquella orquesta de sonrisas y carcajadas, gestos insinuantes y feromonas.  Hubo un breve intervalo de silencio. Me miró, a los ojos, seriamente y con cariño me dijo:
-Todo ha sido una ilusión, Miguel Beltrán; nada de esto ha sucedido, sólo quería probar tu valor, constancia y fidelidad...  De pronto y mientras me hablaba cadenciosa y amorosamente caí desmayado.
Cuando desperté, me encontré en la cama de mi habitación. Todo había sido un sueño y la mayor de las angustias me invadió al pensar que nunca volvería a ver a aquella dama de dorados cabellos y comencé a llorar.  Entonces noté como unas finísimas manos me envolvían enjugándome las lágrimas.
-No llores, tonto mío –me dijo aquella voz que yo, tan recientemente,conocía–, no llores más Miguel Angel. Aquí está para consolarte tu amada Laura Estrella Luminosa.
Miguel entró a formar parte de la Composición Cósmica de Pequeña Buscadora y desapareció de los mundos conocidos de la carne. (I.N.R.I)
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