jueves, 27 de octubre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, El Legado para Roberto Beltrán Junior

Hay una Palabra Perdida. Ninguna Persona la conoce. Sólo los auténticos Seres Humanos pueden pronunciarla; pero no lo hacen, pues si así actuaran el universo se destruiría y, al parecer, aún no ha llegado ese tristre o feliz momento… Algunos rumores dicen que se encuentra oculta en un recipiente gris y protegida por los miembros de una Orden extremadamente secreta.

Un Anónimo lanzador de Rumores

(Dimensión Gaia 2057 d.c.)

El Legado para Roberto Beltrán Júnior

El anciano Roberto Beltrán retira su mirada del espejo que había mantenido entre sus manos. Hace ya algún tiempo que viene observando a su nieto apostado en el quicio de la puerta y le hace un gesto para que se acerque.
Es un claro y maravilloso día de primavera. La puerta entreabierta del mirador deja ver un límpido cielo azul. Al fondo un calmado pantano, de aguas translúcidas y azules, contrasta con el continuo piar de golondrinas y aviones que se encuentran en plena cacería.
– ¡Cuánto ha cambiado todo, mi nieto, no lo sabes tu bien!
El jovencito da un fuerte abrazo a su abuelo con la sana intención de no perderlo. El niño al haber visto a su abuelo, llorando, ha sufrido un proceso de inducción y sus jóvenes lágrimas también resbalan por entre sus mejillas.
– ¿Porqué estabas llorando abuelo, te he hecho algo malo?
El anciano sonríe.
–No, hijo mío, que va. Hace algo más de treinta años la humanidad vagaba sin ningún tipo de rumbo, porque el poder del egoísmo estaba afincado en el corazón de la humanidad. Todo se hacía pensando en el beneficio económico, sin escrúpulos. Por simple dinero se acababa con la vida de las personas como si de simples objetos inertes se tratase. La injusticia había convertido a este posible Edén, que es la Tierra, en uno de los paisajes más dantescos que la humanidad haya conocido jamás. La hipocresía y las drogas acompañaban a la degeneración hacia un destino tan negro como un pozo de petróleo.
El jovencito no entendía todas las cultas palabras de su abuelo; pero si era cierta una cosa. Él sentía todo lo que el anciano le quería mostrar. Las palabras del abuelo inducían en su nieto diversas imágenes que suplían con creces el entendimiento del lenguaje hablado.
–Siéntate aquí a mi lado, cariño, y no dejes de poner atención, que te voy a contar una historia. La historia que cambió al mundo y que permite que puedas desarrollarte, como persona, en un mundo algo mejor. Pero un Mundo que hay que proteger y en el que todavía hay que permanecer alerta pues siempre habrá quien quiera arrebatárnoslo para beneficio propio.
Las palabras del anciano llegan con toda claridad a los oídos de su nieto; pero pronto se transforman, en la generalidad del día, en susurros y palabras entrecortadas.
Se puede contemplar el rostro de alguien con mucha experiencia que se dirige a otra persona, en ciernes, deseoso de adquirir el conocimiento de la Vida. La nariz aguileña del anciano acompaña a sus labios en la continuación de una historia aparentemente ya contada.
La lisa y brillante coronilla del viejo contrasta con el poco y luminoso cabello gris, que aún le alcanza hasta la nuca. El niño sigue agarrado a su abuelo. Su atención es evidente y de pronto, el joven tiene una duda y se lo hace saber a su abuelo.
–Hay una cosa que yo no entiendo abuelo.
– ¿Dime de que se trata?
–El Jefe de la Orden del Clavel te dio un escrito y un paquete, no me has dicho que te decía en él.
El anciano permaneció en silencio, mientras dirigía su mirada a un bello cuadro virtual que se encontraba frente a ellos en la pared.
La estación espacial Alpha, pulida y brillante, mostraba su reciente andadura en un baile con la oscuridad del firmamento. La luz salía de sus ojos de buey, cargada con la vida de sus ocupantes. Era evidente, pensaba el anciano, que el futuro del Hombre se encuentra más allá de las estrellas.
Parece como si el tiempo no quisiera continuar y se produce un lapsus que congela a éste y al propio espacio.
–Abuelo ¿Te pasa algo? ¡No me vas a contestar!
El anciano abrió uno de los cajones de su escritorio y tomó un arrugado y amarillento papel de su interior. Lo desplegó y pasó su mano por encima de él con la intención de plancharlo.
–Toma Hijo –dijo el abuelo–, siempre ha sido para ti.
El niño recibió el escrito y lo leyó.
–No es posible abuelo, aún no estaba en el vientre de mi madre, ni tu Hijo Miguel, mi Padre, tenía edad para juntarse con mujer alguna.
–Eso no tiene importancia, Roberto, lo importante es que Javier de la Mata y Vergara, Maestro mío en tiempos, comprendió que si tu no venías al mundo es porque no habría futuro para la humanidad. Porque él amaba mucho a su hija, quien muriera en las circunstancias que te he comentado,  y su amor lo reflejó poco antes de morir en tu Padre, mi Hijo.
–Léeme ese escrito, hace muchos años que no lo miro y no tengo aquí las gafas. –Instó el anciano– Mejor aún, quiero escuchar esas letras saliendo sus sonidos de tus labios.
–Querido Roberto –leyó el joven Roberto–, tu Padre Miguel como casi cualquier progenitor te pondrá el nombre de su propio Padre. No se trata de que yo sea vidente o algo parecido. Espero que tanto tu abuelo como tu Padre hayan podido dejaros de legado el Mundo que yo no pude dejar a mi hija. Los adultos cometemos muchos errores porque nos olvidamos de cuando fuimos niños. Yo lo único que te pido es que siempre hagas por recordar los momentos más bellos de tu infancia. Si esto es así, el Mundo lo podrás legar, en perfecto estado de funcionamiento, a tus hijos y a tus nietos. No sé si abandonando este Mundo, del modo en que lo hago, soy alguien valiente o solo un cobarde que no es capaz de hacer frente a sus errores pasados. Solo te ruego una cosa, que aprendas de mi experiencia y siempre seas claro con tus semejantes. La intriga y el ocultismo de información siempre llevan, indefectiblemente, al fracaso. Junto a este escrito va mi legado particular económico, todo mi Legado, para que si así lo deseas puedas integrarte en las colonias de Marte, colonización que en la época de tu abuelo y la mía estaba paralizada por intereses económicos y militares. Como no dudo del talento de mi aprendiz, Roberto Beltrán, supongo que cuando tú existas y tengas uso de razón, tiempo será de colonizar el Universo.
Así acababan las palabras de Javier, el amigo de su abuelo.
Se siguen oyendo las palabras del anciano Roberto, explicándole a su nieto las cosas de la Vida y de que pronto marchará a las colonias de Marte con su adorada sexicóloga, Teresa, la madre de su hijo, el tío del joven Roberto. El joven asiente cuando el abuelo le pregunta si irá con ellos y con su Padre Miguel, cuando acabe con su formación universitaria. El anciano también entrega al joven un recipiente de titanio gris diciéndole que es parte del legado de su antiguo maestro y que su procedencia es ignota y  de una antigüedad imposible– Deberás conservarlo hasta que en el futuro sepas que hacer con él y con lo que contiene en su interior.
La imagen de la estación espacial internacional toma Vida, cubriendo todo el plano de visión. Un trasbordador llega a su muelle. Tras un breve silencio, tan sólo interrumpido por el trajín del interior de la estación, una nave de desembarco surge de otro de sus muelles rumbo a las colonias de Marte, rumbo al destino del Hombre. El mismo destino de las propias estrellas.


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