viernes, 12 de agosto de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, El Resplandor de una Estrella

Cuando un Avatar (Arquetipo) coincide, en el Espacio
Tiempo, con un Clon suyo, éste se desintegra.

Laura Estrella Luminosa (Arquetipo)

(Dimensión Gaia 1953 d.c.)

El Resplandor de una Estrella



La flecha del Centauro brillaba en el firmamento y sus poderosos dardos eran impregnados por los luminosos rayos del Sol que nos da la luz y que todo lo anima; es por lo tanto natural que los favores de Júpiter, el más benévolo de los planetas, cayese como una celestial lluvia aquél maravilloso día, para los humanos, ocho de Diciembre de 1.953.

Ocho, la justicia y la doble polaridad humana en el mundo de lo inmaterial, la conciencia que recompensa por los esfuerzos del Ser humano en trascender este plano de calamidades y placeres de una efímera naturaleza, la Victoria. Dos veces cuatro, y al que le falta la suma de la unidad para llegar a la plenitud de la humanidad y, por lo tanto, doblemente Agua, Aire, Tierra y Fuego.

En el mes Doce, morada sempiterna del Señor de la Creación, pues uno más dos son tres que corresponde a la Trinidad y por lo tanto a la Plenitud del Ser y que contiene, implícita, la unidad que se desdobla en el número dos, también, polos manifestables de la creación.

Año de 1.953, cuya suma y posterior reducción nos devuelve ese nueve de la plenitud al ser sumado el ocho con esa unidad que al día del nacimiento le faltaba.

Ese mágico instante y tras fortísimos dolores de parto, una bella mujer dio a luz un divino angelito, cuyo cuerpo aparecía frágil como el más fino y delicado de los cristales vieneses. Adornada con unos ojazos azules, del color del cielo, y que parecieran mirar más allá de todo lo creado. Su rubito cabello hacía comprender a quien tuviese el honor de contemplar tan magno espectáculo que sus celestiales encantos encandilarían, en el futuro, a varias generaciones de la actual civilización.

En Athens, pequeño pueblo del Estado de Georgia, Estados Unidos de Norte América, y situado al norte de Atlanta, donde los poderosos robles y los, siempre perennes, pinos se alzan majestuosos acompañados, en sin igual cortejo, en el tupido bosque, con los nogales cuyos frutos engordan a las piaras de cerdos. Los fresnos, que junto con los magnolios cuyas verdes hojas y coloridas flores, hacen un impresionante contraste con la belleza de los pequeños tulipanes. Se había realizado el prodigio cerca de algún madroño protegido por la, siempre amorosa, mano de la diosa Cibeles.


Hasta en la hermandad fue acompañada por el número de la divinidad, pues era la tercera de las mujeres de una gran familia compuesta por nueve bocas que alimentar y aquí volvemos a encontrar la plenitud del nueve y por lo tanto de la humanidad.  Más bella que cualquier otra criatura nacida de mujer, pues incluso la indígena belleza de su madre carnal, modelo fotográfico de profesión, quedaría con el tiempo ensombrecida por el tremendo fulgor que el Padre Zeus le había concedido, a la criatura, desde tiempos inmemoriales, antes de la formación del Universo.

Este poderoso espíritu artístico fue atraído hacia la semilla de su Padre carnal pues encontró en él, la resonancia electromagnética necesaria para desarrollar un armónico cuerpo, que se encontrara en sintonía con sus divinas inquietudes y proyectos, esto es: La música.

Su progenitor, sangre irlandesa, era depositario de una gran sensibilidad, aunque su cabeza se encontraba poderosamente afianzada sobre sus hombros y se ganaba la vida y la de su familia con negocios relacionados con la venta; pero en el fondo, su verdadera vocación era la música que alimentaba como un verdadero aficionado dando conciertos privados de piano o de trompeta. Instrumentos, que interpretaba con cierto virtuosismo. 
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En el Medio evo, prácticamente, todos los trovadores cantaban o recitaban las andanzas y hazañas de cruzados, templarios y demás caballeros. En estos relatos, siempre, se hablaba profusamente de una bella dama, como lo fuera la mítica Dulcinea para el novelesco Señor Quijano. 


Ésta, no siempre doncella, en la mayoría de las ocasiones era desposada de otro Noble o Señor, quedando como es de suponer, en tierra Cristiana; mientras su bella imagen y recuerdos, servían de divino impulso para que el valeroso caballero llevase sus logros a las más altas cotas de gloria y honra.             

Estos eran ofrecidos, siempre humildemente, a su Rey al que servían hasta la misma muerte, pero en lo más profundo de sus corazones toda la gloria era un constante ofrecimiento a su única e inalcanzable amada.

La Dama representa, para el caballero, una parte de la polaridad perdida y de ahí la sensación de que estamos incompletos y de que algo nos falta; pero este algo se encuentra encerrado a cal y canto en lo más insondable del Alma.  Siempre habrá un Ser del sexo opuesto, en este lado del velo o en el otro, también llamado más allá, que será tanto nuestro como nosotros de él.

El casamiento, en su máxima expresión, debería ser una representación simbólica de este cósmico evento, pero que sin embargo, en la actualidad, es incapaz de atar a los espíritus como tantas y tantas religiones nos quieren dar a entender.  Este hecho, sólo está produciendo dolor, cantidades ingentes de dolor, la destrucción de la dignidad humana y sobre todo frustración.

El Amor del célibe caballero hacia su Dama, o parte interna de sí mismo, siempre es casto, honesto, cargado de pura honradez y cuya cabalgadura le conduce hacia los más altos planos de lo divino y platónico; siendo por esto, que no hay mal en amar de dicho modo a una bella mujer que es representación simbólica y carnal de nuestra propia alma.

Tan sólo los afortunados, en alguna de las vidas, llegan a encontrarse y sólo cuando están realmente preparados para despegar hacia otros universos donde se respira una vibración espiritual de un nivel superior a lo actualmente conocido.  Sólo entonces, Alexis Betweem, “Ex marido de Estrella Luminosa” deberás temer al acorazado Caballero de Albany, Bifredo por más señas, que entregará su otro par de guantes blancos a Laura, haciéndola montar en su bello y blanco corcel, cartujano, para cabalgando férreamente unidos, llegar hacia su divino y común destino, su eterna morada, allá más allá, mucho más allá de las lejanas estrellas...



Hasta ese, por llegar, momento no has de temer nada.

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