viernes, 5 de agosto de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, El Amor se abre paso

La Naturaleza es ciega. El destino implacable. 

Laura, Estrella Luminosa (Avatar) 


(Dimensión Gaia Año 1000 d.c.) 


El Amor se abre paso



   Un manto de impenetrable oscuridad se iba abriendo camino por el estrellado cielo del bosque. Las lechuzas y búhos emitían sus característicos ululares intentando hacer ver, a sus posibles competidores de caza, que aquella porción de terreno arbolado, repleto de majestuosos pinos y abedules, tenían sus dueños y que, por descontado, no estaban dispuestos a compartir su propiedad con nadie. Un pequeño búho se abalanzó, estrepitosamente, sobre una pequeña ardilla que había osado salir de su madriguera, posiblemente, en busca del necesario alimento para su nidada. 


  Las afiladas garras del depredador rasparon, dolorosamente, la tierra alfombrada por punzantes y secas hojas de coníferas. No había podido conseguir, el ave, su propósito vital.El tierno roedor, de momento, se había librado de las fauces de la muerte. Sin embargo la rapaz padecería las dolorosas dentelladas del hambre en compañía de sus diminutos polluelos. Debería intentarlo de nuevo pues el chirrioso piar de sus crías era más insoportable, si cabe, dándole una fuerza de voluntad extra para conseguir la necesaria supervivencia. El silente bullicio de la agitada noche quedó roto cuando dos bellos corceles árabes, de procedencia hispana, irrumpieron con inusitado vocerío, sin haber consultado a los naturales propietarios de aquel paraíso de la Selva Negra. 


   Unas masculinas risas restallaron maliciosa y sensualmente, al tiempo que unos dulces chillidos, procedentes de alguna fémina, hacían comprender a los mudos asistentes que se trataba de algún tipo de cortejo. La muchacha, en su juego, huía alegremente al galope de su perseguidor; mientras que aquel, ya buen mozo y no tan zagal, se dispuso a encabritar a su montura albina con el fin de aumentar la atención que en sí ya tenía su bella amada. Un acertado golpe de espuelas acompañó a un ligero tirón de bridas haciendo que el blanco jaco alzara su musculoso cuerpo sobre sus patas traseras, mientras invocaba un poderoso relincho de lo más profundo de su interior. 


   La joven muchacha presenció, con preocupación, aquel espectáculo circense. En un instante, lanzó un fuerte alarido cargado de pánico y terror. Mientras Laura, Estrella Luminosa, descabalgaba de su imponente y cobriza Yegua, el Caballero de Albany, guerrero Teutón, era atrapado por el pesado cuerpo de su caballo. Cuando el animal se incorporaba, sin ser consciente, pisoteó con sus cascos el ya dolorido cuerpo de su amo. 


  Tras una alocada carrera sobre las irregularidades del terreno, la desventurada y joven amante colocó su llorosa mejilla junto a la inerte de su tendido Amor. Las fulgurantes estrellas del firmamento parecieron apagarse una a una y la luna teñirse de sangre; mientras la demacrada faz de la doncella seguía transformándose en una máscara mortuoria, ante su propia impotencia, por no haber podido evitar aquella desastrosa caída.Hasta el propio caballo blanco, que había provocado el incidente, parecía encontrarse dolido por el mal que había acarreado a su amo. 


   Algún que otro, breve y silencioso, relincho daba a entender dicha sensación, que se sumaba a la sinfónica llantina de Estrella Luminosa. Albany, de milagro no había fallecido; pero su alma se encontraba grandemente trastornada. Estrella, que tanto y tanto había sufrido en tan breve instante, lloró de pura alegría al comprobar como, acompañando al pulso vital del herido, la faz de su amado iba recobrando su color y majestad. –Amada mía, tu Amor ha impedido que te dejase..., –Amada mía –continuó con entrecortada voz -, te adoro y, si de mí dependiese, más allá de la muerte, contigo me encontraría. 


    La joven amante no pudiendo soportar aquella lisonjera frase, calló rendida en los brazos de su amado caballero, Bifredo de Albany; fundiéndose ambos, en el ardiente abrazo que abriga la pasión de las almas gemelas.Todos los animales del bosque parecieron festejar, con alegría, el acontecimiento de aquel milagro, mientras un ánfora gris, colgada en la montura del hidalgo, reflejaba un solitario rayo de luna. Tan sólo el búho chico parecía encontrarse ajeno a todo lo que a su alrededor acontecía, tratando de conseguir algún que otro bocado para sus crías. 



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