domingo, 28 de agosto de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, Te Espían

Cuando, muy en el futuro la Ciencia descubriera que la intervención humana, en el tejido del espaciotiempo, había sido la responsable de la degradación de la Historia, aquella invirtió el proceso y la Civilización regresó a, la nada, su punto de partida.

Petunia (Planchadora)

Te Espían



Roberto Beltrán salió del baño tras darse una prolongada ducha de agua caliente. Se enfundó unos pantalones de tela vaquera así como un jersey, nórdico, de cuello alto.
– ¿Que hora tenemos Berta?
–Las ocho treinta de la mañana Roberto.
– ¡Enciende la pantalla del salón y continuemos nuestra conversación allí!
Roberto entró en el salón y enseguida contempló a una bellísima mujer virtual, con nada de ropa y que parecía salirse del televisor. Su parecido con la Teresa del sueño del Ingeniero, seguro que no era una simple coincidencia.
–Ya ha sido remitido al supermercado el pedido que me solicitaste. Harina, azúcar, tallarines... Jabón para el suelo, champú y cuatro lámparas ahorradoras de energía... También...
–Berta, déjalo, confío en que has realizado la Compra con el mejor criterio; pero ¿No habrás olvidado los yogures, como la vez anterior?
–No, querido Roberto, los yogures es lo primero que he solicitado.
–Ya me lo imaginaba, siempre tomas nota, gracias Amiga mía.
–Roberto, la Señorita Petunia, en este preciso instante, llama a la puerta.
Petunia era una especie de sirvienta que realizaba todos aquellos menesteres que el Ordenador era incapaz de realizar y que a Roberto le ocupaban un excesivo tiempo. Para Roberto era la Planchadora; ya que el planchar era una de las labores domésticas que no había sido capaz de aprender a realizar y eso que lo había intentado en repetidas ocasiones; pues siempre terminaba tostando, alguna cara prenda, que había terminado, como no, en el reciclador de basura.
–Berta, haz entrar a la Planchadora; me gustas mucho, pero ahora necesito hablar con Don Armando Arpegio. Pasa a la rutina de compañía.




La Operadora virtual, del servicio telefónico, aparece indicando que la llamada se está realizando; pero que está comunicando.
–Servicio telefónico, le agradecemos su acceso; pero debe de esperar unos segundos, la línea está ocupada.
Petunia era una hermosa mujer morena, de baja estatura, cuyos negros ojos le daban un aire de entrañable profundidad.
–Buenas mañanitas, Roberto– Dijo en cuanto vio al dueño de la vivienda.
–Buenos días Petunia, ya sabes, ponte cómoda…
–Ya estoy cómoda Roberto– guiñó un ojo cómplice– No quiero ser la causa de enturbiarte este día tan soleado y hermoso, a pesar de esa maldita contaminación que no somos capaces de quitarnos de encima. Veo que tú también te encuentras bien arropado.
Roberto cogió la indirecta y no le dio mayor importancia. Para él era muy importante el respeto hacia todos sus amigos, conocidos y sirvientes, como era el presente caso. Su nudismo era una cuestión prácticamente ideológica, pero siempre era condescendiente con sus visitas. Si no querían desvestirse era una cosa sin importancia. Para él, lo realmente importante es que siempre se encontrasen a gusto, independientemente de que hubiese o dejase de haber concupiscencia visual.
–Muy graciosilla la niña –dijo Roberto, mostrando una ingenua sonrisa en sus labios–, de sobra sé que en cuanto salga yo a la calle te desvestirás y cambiarás la rutina de Berta por la de un moreno culturista.
–Eso es problema mío Roberto, no hay más que hablar–Contestó con insolencia; pero con la sonrisa característica de una mutua confianza.




Petunia entró en la cocina y preparó la tabla de planchar. Cogió la ropa sucia del cesto correspondiente y la metió en la lavadora de burbujas. A continuación tomó la que estaba colgada en el tendedero y se puso a planchar.
–Berta –dijo al Ordenador–, utiliza el programa de lavado para la ropa de color.
–Hecho, Señorita Petunia –contestó el Ordenador, con toda cortesía, abandonando la sensualidad que había utilizado, anteriormente, con Roberto–, ¿Alguna cosa más?
–Por supuesto Berta, faltaría más, de momento gradúa la temperatura de la plancha para camisas de nylon y después... También...
– ¡Petunia! –se dirigió Roberto a la Planchadora–, por la Agencia, ¿sabes algo de Teresa mi Sexicóloga? Hace ya más de un mes que no me visita.
–Creo que Tere, ahora, tiene mucho trabajo. ¿Por qué no pide los servicios de otra profesional cualquiera? Yo misma le haría dichos servicios si poseyera el título correspondiente.
–Petunia, te doy las gracias –respondió Roberto con una expresión de disgusto–, pero ya sabes que Teresa es algo muy especial para mí. No se trata solo de una profesional de la Sexicología; para mí es mucho más que eso.
–De sobra sabe que es broma Roberto, además yo no tengo acceso a los medicamentos antivenéreos de la profesión. Me consta que ustedes están tremendamente enamorados. ¿No será que Teresa está harta de cobrar por los servicios que te presta?
Roberto Beltrán permaneció durante un instante en silencio, pensando en lo que Petunia le acababa de decir.
Vuelve la figura de la Teleoperadora indicando a Beltrán que el Profesor Arpegio se encuentra al otro lado de la línea, desde la Universidad Autónoma de Madrid.
–Roberto –pregunta Arpegio–, ¿Cómo va todo amigo mío? Me preocupa lo que comentamos acerca de los políticos y los militares. Alguien más podría conocer esas técnicas y aprovecharse de la debilidad humana que tanto tú como yo conocemos. Creo que la precaución debe de ser nuestra regla de oro. Nadie más debería conocer nuestros trabajos.




–Creo, Armando, que lo que tenga que ser será. He utilizado la Info-red para realizar parte de mis experimentos. Hay ya demasiada gente involucrada, y en el fondo, si nos localizan, también les habremos localizado nosotros. El dispositivo de interferencias personal está acabado. Tan solo necesitamos de la financiación necesaria para miniaturizarlo y distribuirlo, en cantidad suficiente, entre la población civil.
–Poca cosa es esa –dijo Arpegio mostrando en su expresión una evidente ironía –Yo te diré Roberto, que nuestras vidas no valen ni cincuenta céntimos de Euro. ¿Has podido averiguar quien se encuentra detrás de las manipulaciones?
–Armando, bien sabes que pertenezco a varias asociaciones y “oeneges”, de gran influencia en la Sociedad. Se trata de un secreto que está por encima de ellas, por lo menos de la mínima parte de ellas que yo conozco. El Gobierno, sí puedo asegurarte que es ignorante en esta cuestión. Nadie que vaya a ostentar el poder durante un breve periodo de cuatro a ocho años, máxime, puede ser conocedor de este secreto. Alguna persona en particular, pudiera ser, si tuviese el suficiente montante económico; pero siempre que perteneciera a la cúpula de la hipotética Organización u organizaciones que intentamos desenmascarar.
– ¿Que me dices de los servicios Secretos? –Apuntó el anciano doctor.
–Eso es otra cosa Armando; pero todo se andará. Si vamos a hacer pupa, seguro que son ellos los que nos encontrarán a nosotros.
–Eso es lo que más miedo me da, hijo mío. No por mí, ya que mi existencia vale poca cosa, sino por ti que te queda mucha Vida por delante.
–Doctor Arpegio, Armando, tengo una teoría y quiero que me des tu parecer. Desde hace más de cincuenta años, Una potencia norteamericana viene haciendo uso de técnicas parecidas, solo parecidas, a las que nosotros hemos descubierto. Es posible que aunque esta técnica sea reciente, otras más antiguas, hayan estado produciendo esos mismos efectos en las personas. Si no, recuerde el caso, hará unos diez años, de aquel afamado neurocirujano que destripó a su esposa, degolló a sus cinco hijos sin motivo aparente y terminó suicidándose.
–Tienes razón –interrumpió el viejo profesor–, no se encontró nada en la autopsia que se realizó del cerebro de aquel médico. Es uno más de los misterios sin resolver de la medicina actual, y no fue el único caso. Lo cierto es, que tenemos en nuestras manos una gran responsabilidad. La Humanidad se encuentra en un proceso de degeneración progresivo y nosotros conocemos la causa principal. Tráeme tu artilugio y veré que puedo hacer, moviendo algunos hilos en los medios universitarios. Es difícil, pero algo tenemos que intentar. Ten cuidado, hijo, es posible que estemos siendo espiados. A mí me consideran un viejo loco pero lo tuyo es distinto.
–Hasta luego querido Armando. Tendré todo el cuidado posible, cuídate tú también.
Petunia, la planchadora, se dirigió a Roberto Beltrán.




–Siento haber escuchado Roberto, de veras que lo siento; pero no pude evitarlo.
–Es igual Petunia. Llevas conmigo muchos años y te aseguro que tienes toda mi confianza.
–No es por eso –insistió la sirvienta–, es que cuando he entrado en el edificio me ha extrañado ver un vehículo negro aparcado delante de la puerta. Quizá no tenga nada que ver con lo que acabo de escucharles; pero por si acaso yo le hago partícipe de mi extrañeza.
–Muchas gracias Petunia, no sé que haría sin vosotros mis amigos.
Petunia continuó con sus labores caseras mientras mantenía una rosa y lúdica conversación sobre los famosos de turno, con Berta.
Por otro lado, Roberto indicó a Berta que dirigiese la cámara de televisión, más cercana, hacia el portal de la Casa.
Efectivamente, allí podía verse un largo vehículo, gran turismo, de color negro como el azabache. Su matrícula no era muy corriente y parecía estar relacionada con algún servicio diplomático.
Roberto Beltrán se puso una trinchera de color “beige” e hizo intención de salir de la Casa.
–Hasta luego Petunia.
–Hasta luego Roberto, cuídese mucho.
–Señor Beltrán, tiene una llamada por vídeo teléfono –Interrumpió la acción, con sus palabras, Berta el Ordenador.
En la pantalla de plasma aparece la imagen de un niño de unos nueve o diez años de edad. Se trata de uno de los Hijos de Roberto Beltrán. El fondo es neutro, como si se hubiese colocado, de forma artificial, en el videoteléfono de tercera generación. Circunstancia a la que no le dio importancia Roberto Beltrán.
–Papá, mi madre se va de viaje con Antonio a París y me ha dicho que te llame por si quieres que esté contigo.




Alberto es consciente de lo peligroso que puede ser, en la presente circunstancia, que su hijo permanezca con él; pero entiende que no pude evitarlo. No es para tanto, se dice a sí mismo.
–Miguel –se dirige Roberto a su hijo–,  de sobra sabes que aquí está tu casa. Solo espero que te acuerdes de la palabra de acceso. Si no te la sabes, Berta no te dejará entrar. ¿Tardarás mucho?
–Todavía me queda un buen rato. Tengo que dirigirme a la estación de autobuses –contestó el joven Miguel con cara de pillo como si escondiese algo– Y papá, que ya no soy un niño, Berta me preguntará con la pregunta ¿Bloque? Y yo tendré que contestarle: Bella, siempre bella mi amada Berta. Hasta luego papá, que no quiero perder más tiempo.
–Hasta luego Hijo mío, ten mucho cuidado.
Roberto pudo salir de la vivienda tras volver a despedirse de Petunia que seguía atareada con las labores propias de su oficio.
Al salir por la puerta, donde se encontraba su casa, en lugar de ir hacia el portal principal lo hizo por el de servicio, dirigiéndose hacia un esquinazo, con el fin de poder comprobar que el automóvil negro seguía en el mismo sitio.




Allí seguía; pero al parecer le han visto y decide salir corriendo, callejeando por las cortas y estrechas calles del pueblo serrano de Navacerrada. El vehículo ruge al ser puesto en marcha y comienza una persecución desigual, ya que aunque Roberto conocía a la perfección la pequeña Villa, sus perseguidores iban motorizados.
Por el momento, les ha perdido; pero se encuentra aislado sin forma de salir de la sierra y dirigirse hacia Madrid. Está convencido, que sus perseguidores saben que no ha tenido acceso a su automóvil. De sobra sabe,  que alguien permanecerá vigilando las paradas del autobús de línea.
*