lunes, 18 de julio de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro I: El Extraordinario Viaje de Adam Kadmón, La Dama del Lago



Cuando llegamos a adultos, tenemos la tendencia a reírnos de los cuentos de hadas; pero si indagásemos dentro del corazón, veríamos que han sido Hechos mucho más reales que nuestra actual vida.

Edith (Hija del Dios Amor)

La Dama del Lago

Rodeado por altas y escarpadas cumbres, se encuentra el lago de la Reina de las ondinas. Sus tranquilas aguas reflejan el  gris y taciturno cielo matinal.
Los cascos de un alazán rojo rompen el tétrico silencio del paisaje. Una morena amazona, de impresionante porte, se acerca al agua, montada a caballo.
Porta, pendiendo en su espalda, un impresionante mandoble con empuñadora de oro enjoyada con diamantes y piedras preciosas. La tenue luz de la mañana se refleja en su ancha y afilada hoja.
Triste, la amazona, descabalga. Toma la espada con ambas manos y se acerca aún más hasta tocar el agua del lago con sus descalzos pies. Alza la Joya hacia el cielo para herir con su punta al cielo.


-¡Reina Edith!, ¡Reina Edith!, ¡Reina Edith! – Clama la amazona-, Aquí Macarena, vuestra fiel servidora, os traigo a la portadora de vuestra Alma.
Quedan rotos la magia y el silencio del lugar. Las tranquilas aguas del lago, primero por una tenues e imperceptibles ondas para convertirse después en una impresionante erupción de furia surgida desde el mismo centro del lago.
La amazona Macarena se encuentra, como petrificada, manteniendo sin esfuerzo alguno aquella poderosa espada que mira al cielo.
Del epicentro del terremoto acuoso surge, primero, un puño blanco e inmaculado. Después un brazo níveo, torneado y divino. Después, el voluptuoso torso de la diosa propietaria del lago.
Aparece un dulce rostro, después su desnudo torso. Sus cabellos de oro atraen al astro rey como si de un poderoso imán se tratara. El gris del cielo se transforma. Deja de serlo para mostrar la belleza de un magnífico azul reflejo de los propios ojos de la Dama del lago.


Edith dirige su calma mirada hacia su amazona y con el brazo derecho, que estaba ya en alto, abre su mano cerrada, de delicados dedos. Macarena ha entendido el mensaje de su Reina.
Apunta el filo de la espada hacia el centro del lago, donde se encuentra su Doña. Un poderoso rayo de luz estremecedora surge de la punta de la espada para unirse a la propia luz que surge de la palma de la mano de aquella. La Dama de ojos de cielo y cabellos de oro. La Dama sumergida, parcialmente, en las sagradas aguas del lago de aquellas altas tierras.
Macarena, sin dudarlo, suelta el mandoble. Ahora sonríe abiertamente por el trabajo bien cumplido. Vuelve a echar una última ojeada hacia su Reina. Da media vuelta y, montando su alazán rojo, retoma el camino para regresar por donde había llegado.
La Dama del lago, la Reina Edith, toma a Excalibur con ambas manos y apunta con ella a la esfera solar, la cual había aparecido tras retirarse los negros nubarrones.


La luz reflejada por las suaves sedas de su vestido se ve acrecentada por la propia de su espíritu, concentrándose en la punta del mandoble hasta formar una esfera de energía dorada. Un rayo de luz se escapa de la estrella recién formada, mientras el cuerpo de la dama así como su espada se vuelven tenues y etéreos, hasta diluirse y desaparecer por completo.
Ahora la estrella, el espíritu de Edith, realiza un viaje hacia el firmamento estrellado. Ese que permanece oculto, a nuestros ojos, por los rayos dispersos del sol naciente.


-Merlín –se dirigió el bruto bárbaro Ieu, hacia el viejo enano-, ¿vos creéis que la Reina nórdica saldrá de esta?
-No lo sé, hijo mío –contestó el elfo gris, como gustaba así de ser llamado-, las cosas de la muerte ni los propios dioses son capaces de preverlas. Ahora, quizá, se encuentre en el Valhala, con nuestro Padre Odín. Solo las Nornas, diosas del destino, así como su propio Padre saben si regresará con nosotros, los muertos en vida.
-Padre merlín –apuntó el joven bárbaro-, aquí os traigo las hierbas que me indicasteis, así como esta cantidad de queso azul.
 -Bien hijo, bien. Aprende de tu Padre todo lo que puedas. Porque aunque soy longevo; sé que poco tiempo ya me queda de estar entre vosotros.
El anciano mago preparó una gelatinosa pasta con algas de mar que mezcló, en un mortero, con las plantas que Ieu, su hijo, le había llevado.
-Mira, querido hijo, estas verdes matan lo malo; estas azules evitan la inflamación y las violetas impiden la infección. Ahora que está todo bien amasado, tendremos que compactarlo dentro del hueco dejado por tu lanza dentro de su cuerpo. Pasado el tiempo, el cuerpo reconstruirá los tejidos dañados y absorberá esta pasta curativa. Ahora, dile a dos de tus hermanos que se acerquen a ayudarnos.


Ieu se presentó, al rato, con dos fornidos bárbaros.
-Vosotros dos –Dio instrucciones el elfo gris-, sujetaréis fuertemente a la reina; mientras tú, Ieu, tira despacio, pero con fuerza, del trozo de lanza para que yo vaya rellenando el hueco dejado con la pasta curativa.
Al poco ya había sido realizado todo el proceso. Merlín cosió, con destreza, tanto la herida de entrada como la de salida. Aplicó, en ambos lugares, un emplasto realizado con los hongos del queso azul y finalmente procedió a vendar la zona.
-Gracias por vuestra colaboración –despidió Merlín a los bárbaros-, ahora solo resta esperar – se dirigió a Ieu-, que la calentura realice su trabajo sanador y que la fiebre baje. Ahora tú, mantén húmedo y fresco el cuerpo de tu Amada.
-¿Amada, decís, Padre? –Replicó malhumorado el joven-, pero si es  nuestra mortal enemiga. Hoy murieron muchos hermanos míos en el campo de batalla.
El viejo enano sonrió dando unas sonoras palmadas sobre el hombro de fornido bárbaro.


-Yo sé lo que me digo, hijo, tú confía en mí; que soy tan viejo que, a veces, hasta los dioses me piden consejo. De hecho, ahora estará Thor dando la buena nueva al Padre Odín.
-Hija mía, ¿que haces tú por acá? – pregunta el Padre Amor a su hija más apreciada.
-Padre, me encuentro allí abajo, al borde de la muerte, Dios de mi corazón – Contestó el espectro de Edith con unas pocas palabras dignas de una oración.
-La causa de mis afanes –continuó-, mi alma Gemela, en sus ojos lo vi., ha sido. Ella ha acabado con mi Vida.


-Lo sé, Hija mía –confirmó las palabras de Edith, el Gran Primado Humano-, desde este lado todo lo hemos contemplado. Gran interpretación ha sido la vuestra.
-Me alegro Señor –replicó Edith la rubia diosa-, que hayáis disfrutado del Espectáculo; pero ese mundo de allá abajo está cargado de un gran dolor.
-Ya lo sé hija mía, ya sabemos que no todo salió como se planeara; por eso os mandamos a ti y a tus hermanas; pero tendrás que volver y ayudarlos a encontrar el camino de salvación. El camino de regreso a Casa.
-Casi no sé como, Padre. Yo miré a los ojos del bárbaro y descubrí, en ese hombre, a mi alma gemela. El solo se estremeció; pero no me reconoció.


-Recuerda, nuestra bien amada Edith, que Adam Kadmón, como unidad divina, se disgregó. Que todas y cada una de sus partículas energéticas conforman tanto el escenario como los personajes. Él, ese bárbaro que dices, como el resto de los intérpretes no tienen memoria de su pasado divino; pero ese estremecimiento, del que hablas, es una señal de que algo, en su interior, te ha reconocido como su igual y no lo comprende.
-¿Un salvaje, Padre mío?
-Tú bien lo sabes, mi amor, es el papel que ahora le ha tocado interpretar.
-Ahora hija mía –continuó el Primado su disertación-, ahora tendrás que regresar al mundo de los muertos vivos para completar tu trabajo. Bésalo en sus labios y traspasa con tu alma su corazón. Entrégale el contenido de su propia alma.
-Señor –replicó, de nuevo, la bella  diosa-, en sus costumbres el beso no está contemplado, incluso es castigado por ser de origen maligno.


-Estamos al tanto, hija mía. Ya no hay más tiempo. Aquí con nosotros has pasado mucho tiempo de ellos. Tienes que regresar y apañártelas, como sea, para traspasarle tu aliento aunque a la fuerza sea.
El sol, sobre el lago de la montaña, devuelve uno de sus más bellos rayos de luz hasta su superficie límpida y clara. La luz va tomando la forma de la Dama del lago. Ella aferrada a su espada se sumerge en las frías y profundas aguas para seguir durmiendo un sueño de duración eterna.



Varios meses después de tan profundo sueño.

-Padre –gritó Ieu, llamando a Merlín el Elfo gris-, la Dama, después de tanto tiempo, vuelve en sí y la calentura ha desaparecido por fin.
Con los pasos de un anciano, el viejo enano se acercó hasta el lecho de la Reina Edith.
-¿Qué ha sucedido, donde me encuentro? –La Reina miró a su alrededor. Sus ojos hicieron que fuera tomando consciencia y terminó gritando- Arjjj. No, Dios, no…
-Tranquila Reina Edith. No tiene nada que temer-, dijo Merlín.
-Pero eso, ese –dirigió su perdida mirada al bruto Ieu-, eso intentó acabar con mi Vida. Lo peor de todo, se negó a darme un beso de Vida.


-Por estas tierras –protestó Ieu-, eso es un hecho condenado con la muerte.
-Si, Hijo –matizó Merlín-, nuestro aliento, por nuestras costumbres, es apestoso y mortal. Nuestros vientres se nutren de carne y pescado crudo; pero si la Dama dice que besarla tienes. Eso harás, ninguna duda te quede.
-No Padre, claro que no lo haré. Mis costumbres me lo impiden y ahora tú no me las vas a cambiar.
Ieu salió, despotricando y soltando maldiciones, de la sala dejando a solas a Edith, la Reina Nórdica, con Merlín el Sabio Troll.
-Una pregunta Troll, y el resto de vuestros hermanos ¿donde están?
-Reina Edith, Trolls es una gran ofensa para nosotros; pero hoy no me ofendéis, viejo ya soy. Solo quedo yo divina Dama. El resto ya murieron todos. No queda ninguno de mi estirpe.


-¿Muertos, como es eso? –preguntó la güera nórdica.
-Vuestros hijos robados, esta Tribu que contra ti ha combatido, una mortal infección nos trajo. Todos murieron sin poder respirar. Espumarajos de sangre soltaban por su boca, mis hermanos, y espantosas toses quebraban sus gargantas y espíritus. Ya no queda nadie. Todos murieron.
-Pero ¿vos? –reclamó una respuesta la Reina Nórdica.
-La excepción, mi Reina. La excepción. De hecho, yo debería haber fallecido hace varias generaciones; pero aquí me tenéis condenado a seguir vivo entre vosotros, los dioses vivientes. Esa enfermedad, en mi cuerpo produjo el efecto contrario y así me veis. Condenado a vivir por siempre hasta que tus dioses decidan mi fin.
-Entonces –afirmó Edith-, tu sabia estirpe desapareció del todo.
-Bueno, mi Reina, no del todo. Algunos descendientes nuestros viven entre vosotros, dioses venidos del cielo, de hecho, mi hijo Ieu es parte de mí. El procurará que no se pierda mi descendencia.
-Era imposible –protestó la Reina-, era imposible la mezcla entre nuestras, tan diferentes razas.


-Vos, Señora, lo habéis dicho. Era imposible. Ahora no. He realizado muchos experimentos que terminaban en fracasos, uno tras otro; pero un día el milagro ocurrió y conseguí que ese híbrido pudiese tener descendencia entre los tuyos. Después de muchas generaciones, ya serán multitud. Esos Trolls, como nos llamáis convivimos con vosotros, como Padres, hijos y hermanos.
-Señor Merlín, Señor Merlín –Un bravo Bárbaro entró en la estancia jadeando-, ingentes tropas de nórdicos han llegado hasta nuestra costa. La empalizada está siendo atacada y no resistirá demasiado.
-Y Ieu, mi Hijo, ¿Dónde se encuentra ?–Preguntó asustado el anciano.
-Fuera Señor, peleando fieramente. Defendiendo la empalizada.
-Dios de nuestro corazón –Gritó Edith, la Reina Nórdica-, Ieu no debe morir, aun no. Llevadme al campo de batalla pronto.
-Estáis malherida –protestó Merlín.
-Eso ya no  importa. Mi vida no valdrá nada si tu hijo, nuestra heredad conjunta, muriese. Nada Merlín nada valdrá nuestra Vida. Ni la suya ni la mía.
-Bueno –protestó Merlín de nuevo-, se hará como vos decís. Algo se me escapa pero supongo que sabéis lo que hacéis.
Los cadáveres en el campo de batalla regaban las heladas tierras. Un enjambre de jóvenes combatientes bárbaros separaba la comitiva real de las tropas nórdicas. A lo lejos, la Reina Edith pudo contemplar el épico combate de Bifredo de Albany; como blandía a Excalibur a modo de defensa provocando la muerte de sus contendientes con la daga que mantenía en su otra mano. Uno tras otro, todos sus contrincantes caían bajo el coraje del aguerrido caballero.


-¡OH!, Dios, Dios. ¡No! –Gritó Edith con todas sus fuerzas-, Bifredo, a él no.
Esta vez, había sido Excalibur, en el fragor de la batalla, quien atravesara el pecho de un nuevo contrincante. La espada divina había hecho correr la sangre.
Ieu, el Hijo de Merlín, había sido herido de muerte por la divina espada de la Diosa Edith, siendo empuñada por, su valedor, el caballero Bifredo de Albany.
-Bifredo, Bifredo –ya, algo más cerca, siguió gritando la Reina-, devuélveme mi Prenda.
-¿Cómo Señora? No puedo llegar hasta vos, por lo menos aún no.
-Besa en la boca a ese guerrero que acabas de atravesar con nuestra espada. Ahora, Maldita sea.


-¿Besar en la boca a un bárbaro moribundo, a un hombre? ¿He oído bien mi Señora?
-Siiiiiii, No pierdas tiempo, has lo que te he dicho y pronto, Arjjj –La palabras de la reina fueron fulminadas por una flecha hermana.
El caballero de Albany miró al despojo de hombre que tenía a sus pies. Sus ojos casi vacíos se encontraban dando la bienvenida a la parca. Su boca estaba infectada por un mar carmesí.
Sin pensarlo dos veces, el Caballero de Albany se arrodillo. Tomó entre sus manos el rostro, casi frío, del Bárbaro y lo acercó al suyo propio.
-No sé porqué estoy haciendo esto ¿Me oyes Bárbaro? No sé porqué hago esta marranada; pero es una orden de mi Doña.


Los labios de ambos hombre se unieron con fuerza. Albany apretó sus labios con los del bárbaro y le transmitió su aliento. El aliento que antes le entregara, en prenda, su Ama y Señora. Aquella que un día, no lejano, le rescatara de una carnicería. La propia sangre de Ieu se había mezclado con los fluidos del propio guerrero teutón. Ieu dio su último aliento y expiró.
Albany dejó, a su suerte, al cadáver del bárbaro y se dirigió corriendo y batallando, con Excalibur, hasta alcanzar el lugar donde yacía el moribundo cuerpo de su amada Reina Nórdica, cuyo cuerpo estaba siendo llorado y custodiado por el viejo anciano y mago.
Al acercarse más a su Señora, Bifredo de Albany, pudo comprobar como una flecha nórdica había atravesado el corazón de Edith, la Reina más hermosa.
-Ahora –dijo Merlín al caballero-, mis artes nada pueden hacer para salvarla.
Los luminosos ojos de la Reina Edith se clavaron en los de Albany.
-¿Estaba vivo cuando…?-preguntó la reina rubia con una voz lejana y profunda. Más de otro mundo que de este.


-Le pasé vuestra prenda, mi Señora. No temáis, estaba vivo aún, cuando le entregué el beso que me distéis en la gruta de vuestro palacio y que me entregasteis prestado tal como me dijo Demian, vuestro mayordomo.
Dentro de su triste situación, Edith sonrió y pensó, para sus adentros “Entonces, no todo está perdido…En el futuro, en otra vida, en otro lugar, este hombre me buscará…Yo me ocuparé de  que pueda encontrarme, de algún modo él me encontrará”
-Señora ¿Ahora qué? –interrumpió el Teutón los últimos pensamientos de Edith su amada reina.


-Abandonad este duro y frío lugar…, Merlín coge a nuestros niños y vuélvete al sur…, con éste mi Valedor. Yo me ocuparé –miró fijamente a los ojos del anciano-, me ocuparé de encontrar a tu hijo en el tiempo-, Bifredo, viajad hacia el Sur. Siempre hacia el Sur. Hacia las tierras cálidas y buscad a mi hermana Kali.
Edith entrego su último aliento a la Parca, con esas, sus últimas palabras.
-¿Qué haré sin ella, ahora? -dijo el guerrero con lágrimas teñidas de sangre cayendo por sus mejillas.
-Ya habéis oído a vuestra Señora –dijo Merlín-, seguid hasta la última de sus palabras, al pie de la letra. Yo y vuestros hijos, mis bárbaros, con vos iremos, con la muerte nos enfrentaremos y ocuparemos las tierras del indo; donde algunos de mis mestizos allí nos están esperando.
-¿Qué haremos con su cuerpo Merlín?


-La llevaremos con nosotros; no podemos permitir que su hermana Bárbara la canibalice. Ella no podrá ser devorada. Atravesaremos el mar del norte y llegaremos a las islas que bordean el gran continente, templado, del sur. Allí, en las tierras altas, donde viven nuestros hermanos pelirrojos, hay un lago sagrado. Allí dejaremos su cuerpo y a esta, ahora maldita espada, al resguardo de sus sagradas aguas. Algún día, un buen Rey podría, a ambas, necesitarlas.
*