domingo, 31 de julio de 2011

KAOS QUÁNTICO, Fin del Libro I: El Extraordinario Viaje de Adam Kadmón, Cósmico Vertedero de Luz

Algunos científicos, la mayoría para ser sinceros, consideran a los astros del cielo como simples cascotes que andan más o menos a la deriva y dirigidos por extrañas fuerzas de gravitación. Si comprendieran que los astros son la causa de esos efectos energéticos, la ciencia actual se vendría abajo.

Astrofísico anónimo (faltaría más, cualquiera se expone)

Cósmico Vertedero de Luz


En su loca carrera, desnudo sobre su corcel, Ieu solo tenía mente para pensar en Edith, su rubia reina del norte.
*
-Don Bifredo, le presento al licenciado Javier Moscoso –presentó Miguel sonriente, mientras colocaba sus manos sobre los hombros de Bifredo de Albany y de su amigo Javier.
-Javier-continuó con el protocolo-, Don Bifredo de Albany; quien creo que será fundamental en la investigación.
*
De repente, la montura de Ieu se encabritó al presentir, cercana, alguna fuerza maligna.
-¿Qué sucede Emperador?- Dijo amable, el guerrero Brahmán, mientras acariciaba el dorso del cuello de su animal. Muy cerca de su tupida crin.
El sol fue oscurecido por unas negras nubes. El suelo desapareció y los colores de las cosas se convirtieron en un gris metálico que nada bueno pareciera presagiar.
*


-Bien, Miguel, ya realizaste las presentaciones de rigor -comentó severo Bifredo de Albany-, vamos a lo que realmente importa; ya que el futuro de la Inteligencia, en el Universo, está en peligro.
Bifredo colocó un cantarillo gris sobre la mesa del salón del domicilio de Javier.
Ambos amigos, tanto Miguel como el anfitrión, se miraron perplejos, como preguntándose de que se pudiera tratar.
-¿Qué es eso? –preguntaron a su invitado.
Javier tocó el gris objeto, con sus manos, reconociendo que se trataba de algún tipo de metal, abriéndose una tapa que parecía antes no estar.
-Aleación de titanio –dijo Bifredo, intentando satisfacer la curiosidad de sus jóvenes anfitriones-, la cosa responsable de que nuestro Universo no sea otra cosa que un estercolero cuántico. Bueno, no este, sino su primo hermano.
-¿Hay algún otro como este? –preguntó intrigado Miguel.
-Incontables, quizá cientos de miles –enfatizó Miguel-, como Universos hay en el Multiverso.
-Ahora que caigo –intentó matizar Javier-, este Objeto es idéntico en forma a…
-Las ánforas de barro de Nag Hamandy- interrumpió Miguel.
Bifredo sonrió, al descubrir que sus amigos iban acercándose, con precisión, a la arcana verdad de aquella ánfora de titanio.
*
Ieu se aferró, con fuerza, a Emperador y desenfundó el mandoble, cuya vaina llevaba en bandolera. Alzó el arma hacia el oscurecido cielo.
-¡Fuerzas de la oscuridad!, miedo me dais. ¿Qué pretendéis? Acaso ¿impedir el cósmico encuentro con mi amada Esposa Edith?
Primero un barrunto de tormenta, después breves destellos luminosos. Ahora potentes truenos que retumban en el aire y ensordecen los oídos, haciendo dolorosa su escucha; pero antes rayos de luz imposible caían a uno y otro lado de Ieu y de su bravo caballo.
-¿Que cobardía se esconde tras la oscuridad? ¿Algún dragón de feroces fauces? –El caballero carcajeó, como intentando ahuyentar al miedo.
*


-Un estercolero cuántico –dijo, de pronto, Bifredo de Albany.
Tanto Javier como Miguel, miraron a su notorio invitado, mostrando en sus rostros un reflejo de visible duda.
-Sí amigos –contestó a la pregunta no realizada de viva voz-, ¿Somos capaces de entender una mínima porción del Cosmos?
-¿Cuántas estrellas creéis que hay ahí afuera, sobre nuestras cabezas…? –Un breve silencio-, ¡Venga, vamos!
-Incontables –respondió Miguel.
-Cientos de miles de millones –dijo Javier.
-Cientos de miles de millones en cada Galaxia –respondió Bifredo-, pero lo que muy pocos saben es que la inmensa mayoría de ellas son una mera ilusión.
-Pero están ahí, a la vista –alguno de los amigos dijo.
-Parece que estuvieran ahí; pero no es así. La mayoría murieron hace muchos eones de tiempo cósmico; solo permanece el rastro de su luz.
-¿Cadáveres? –preguntó Javier.


-Ni tan siquiera eso, la sombra de sus cadáveres. Alguien, desde el comienzo, se está dedicando a ordeñar la luz de las estrellas. Sus espíritus, inmortales, siguen ahí como minúsculas estrellas de neutrones; pero la luz que nos llega fue emitida hace muchos miles de millones de años luz.
-Nunca me lo habría planteado así –dijo Miguel.
-Es una ilusión perfecta, ya lo sé. Es por ello que seguimos engañados por una fuerza oscura, sin vida propia, que pretende que el Universo permanezca, como un infierno, para siempre.
-¿Bifredo? –Preguntó Javier-, ¿Acaso esa fuerza, oscura, como tu la llamas, tiene que ver con la energía oscura que permite que la expansión del Universo siga acelerándose?
Bifredo de Albany sonrió y alzó el brazo derecho, girando su mano, a modo de eureka.
-Sabía que no me equivocaba con vosotros dos, lo sabía.
Miguel y Javier volvieron a mirarse, con complicidad, como si hubiesen descubierto ser meros objetos de un extraño experimento.


-La Fuerza –continuó Bifredo con su charla-, la energía robada a las estrellas es la que se está utilizando para que el Universo no se detenga e implosione; es decir, que siga expandiéndose a cada vez mayor velocidad. Si esto continúa así, el Cosmos durará mucho más de lo previsto por los antiguos astrónomos; pero, amigos, a largo plazo ¿Podríais decirme cual sería el futuro?
-Frío, hielo y muerte –contestó Javier-, todas las cientos de miles de millones de estrellas terminarían apagándose y muriendo. Su energía desaparecería y la vida no sería posible en el Universo.
-Bien, Javier, eureka –gritó, casi enloquecido Albany-, se habría constituido el infierno como un mundo frío, sí, de hielo, también y lamentablemente eterno, para siempre.
-Deshabitado –quiso matizar Miguel.
-Error Miguel, craso error. El Espíritu del Hombre y sus cientos de miles de millones de almas, permanecería prisionero del helado cosmos. Para siempre, para siempre, para siempre.
Miguel Arozamena reflexionó durante un breve instante y dirigió una mirada inquisitiva a Bifredo; a quien ya empezaba a considerar como un Maestro de la Verdad.
-¿Qué ha sucedido, Señor Albany? Todos creíamos que habría un Bing Crunch. Que la fuerza de gravedad de la materia del Universo iría frenando su expansión hasta detenerla para después provocar el colapso gravitatorio final; para volver a comenzar todo de nuevo.


Javier Moscoso hizo un gesto con su dedo índice, de su mano derecha, como intentando pedir la palabra.
-Jamás, digo, jamás, los astrofísicos pudieron encontrar la suficiente materia oscura como para provocar ese frenado cósmico; pero por otro lado, se venía hablando de materia oscura o exótica derivada de la que contienen los núcleos de los agujeros negros. Algunos de ellos se encuentran en los núcleos galácticos; pero la mayor parte de ellos se encuentran  dispersos por todo el Universo, siendo, evidentemente, indetectables.
-¿Qué es lo que permanece? –hizo la pregunta Bifredo-, ¿El tiempo, el espacio, el movimiento? No ninguna de esas tres cosas. Lo único que permanece es la Energía; la cual, puede transformarse en casi cualquier cosa. Si lo hace en materia, su densidad produce una fuerza centrípeta, conocida como gravedad, que atrae hacia sí a todos los objetos del espacio; pero si retorna a su estado de Energía pura, lo que se produce es un movimiento centrífugo, de repulsión, hacia fuera. Eso es lo que, en estos momentos, está sucediendo. La materia se repliega hacia otros universos, en otras dimensiones, mediante los sumideros que los agujeros negros son.


“La energía permanece aquí y como un sifón produce un efecto centrífugo, hacia fuera, dando la sensación de que el cosmos fuese atraído por una fuerza de antigravedad y que estuviera agazapada en el vacío que circunda el cosmos”
         Se produjo un breve silencio. Miguel volvió a Mirar a Bifredo. Javier escudriñó el rostro de Bifredo. El Señor de Albany permaneció sonriendo y expectante, esperando que sus anfitriones saliesen del shock y dijesen algo.
*
Demian se había convertido en un traidor, engañado por las fuerzas del mal y la oscuridad. Demian había abandonado a su Señor, el Caballero de Albany, con el fin de regresar con su Señora Edith, la rubia. Edith la nórdica y progenitora de los futuros vikingos; pero lo que no sabía la soberana, era que en el alma de Demian anidaba la traición más espantosa.
         -¿Qué se cuenta Bifredo, mi Amigo? Mi fiel mayordomo real –preguntó majestuosa, la reina de los cielos.
         -Allá quedó, en tierras de Baviera, guardando la pena por el fallecimiento de su Amada Laura, Estrella Luminosa.


         Edith, que era una diosa, en toda regla, pudo leer la traición en el alma del que otrora fuese su fiel y digno mayordomo. Pudo ver como Bifredo de Albany se trasladaba, junto con Demian, a las tierras de Iberia, para allí luchar contra perros, puercos y marranos. Pudo contemplar, en la mente de Demian, como su alma había sido seducida y corrompida por los más negros arcontes con el fin de traicionarla a ella. Pudo, también, contemplar en su traidora memoria como abandonaba al caballero de Albany, sin mediar palabra alguna, huyendo en persecución de su rubia y real señora.
         Pero Edith permaneció en silencio, ella tenía sus propios planes. En su corazón sabía el medio, lugar, forma y hora de la traición; pero calló y no dijo nada, pues sabía, desde el principio, que el trono divino debía descender un peldaño. Tipharet, la séphira divina del árbol sephirótico de la cábala judía debería descender al mundo de la materia y conformar la adecuada escala; dejando su lugar al invisible Daath: Gestar, Shambala, el Mundo intermedio, donde mora la mente humana.
         Edith también pudo contemplar como la sombra de la traición la acompañaría hasta que la semilla de Adam Kadmón quedase sembrada en este mundo de pesadilla.


         -Señora –llegó ante el trono una de las amazonas-, salid de Palacio y observad lo que se nos avecina.
         La Reina de los cielos salió al patio de su castillo volador y comprobó, con sus propios ojos, como los malos presagios la alcanzaban para terminar convirtiéndose en realidad.
         -Macarena, mi niña –se dirigió a la hermosa guerrera-, haz que hagan sonar los cuernos. Nos enfrentamos, por última vez, a los más negros arcontes. Será la última batalla. Una batalla sin armas. Vestíos con vuestras mejores prendas.
         -Hoy es un gran día para conseguir la victoria –dijo alegre, la morena Macarena.
         La guerrera, sin embargo, pudo contemplar como unas doradas lágrimas escurrían por el rostro de su reina; pero por respeto calló y no dijo nada.
         -Hoy es el único y mejor día para morir –replicó la Reina güera, mientras dirigía una cándida sonrisa, tanto a la fiel macarena como al traidor Demian.
         -Vayamos raudos a buscar la muerte en el campo de batalla clamó Edith.
         -Demian, mi mayordomo, prepara mi armadura de las grandes ocasiones. La de oro.
         Demian asintió con la cabeza y se retiró, cabizbajo, en busca de lo ordenado por la Reina.


         Las negras nubes fueron abriéndose hasta mostrar lo que se ocultaba en su interior. Miles, millones de negros dragones cabalgados por negros arácnidos cefalópodos, surgieron vomitando un fuego destructor por sus negras bocas. Los jinetes arengaban en pos de la destrucción de las fuerzas de la luz.
*
         -Estimado amigo Bifredo –se dirigió Miguel a su invitado-, ¿tan pronto tenéis que marchar? Tenemos tantas preguntas que hacerte.
         -No hay demasiado tiempo –contestó el gallardo Bifredo-, pero no os quedaréis de vacío. Aquí os dejo mi ánfora como legado temporal. Algún día llegaréis a conocer a un tal ¿Cómo se llama? ¿De la Mata y Vergara…? No, después. Sí… Roberto Beltrán Jr, hijo, o algo así. No sé Javier, Miguel. Tenedlo vosotros, en vuestro poder, nada más. El destino se ocupará de que llegue a sus manos.


         -Pero ¿maestro…?
         No permitió Bifredo que Javier  terminase su frase.
         -Amigos, pensaba que nunca me iban a llamar de este modo. Maestro; ustedes son unos grandes iniciados de la Soberana Orden del Ánfora. Pues aquí la tienen, ya es suya.
         Los dos amigos quedaron sorprendidos.
         -Y vos –dijo Miguel-, su Soberano Gran Comendador.
         -Ya sabéis hermanos, vuestras dudas quedarán resueltas cuando leáis el documento histórico que contiene el ánfora.
         -¿El famosísimo Horizonte Quántico? –preguntó Miguel.
         - Eso mismo. He podido comprobar, por mí mismo, que de entre los grandes iniciados, vosotros sois los más preparados. Me encuentro orgulloso de ustedes dos. Adiós amigos.


         -Perdona Bifredo –dijo uno de los amigos-, ¿nos podéis decir donde os dirigís?
         -Sí, claro, no es ningún misterio; aunque posiblemente no lo entendáis ahora. Como Forense criminalista, de profesión, voy al encuentro de un cadáver caído en la nieve por una ventana abierta y cuyas puertas chirrían.
         Los dos amigos volvieron a mirarse una vez más para volver el rostro, después, a aquella gallarda figura que ya se alejaba.
         -¿Qué habrá querido decir? –dijo Miguel.
         -Ni idea, amigo, estos soberanos grandes comendadores son inescrutables. ¿Un cadáver en la nieve, en pleno mes de agosto?
*


         El vigoroso Brahmán Ieu dirigió su mortífera espada contra las negras nubes, de las que descendían las legiones de aquellas negras y pavorosas figuras.
         -No hay sobre la faz de la Tierra, ni debajo de ella, quien pueda hacer frente a Ieu, sin miedo de perder su vida. Venid a mí, monstruos que nubláis el entendimiento.
         -¿Queréis sobrevivir a toda costa?- siguió gritando el guerrero Ieu, como alma que lleva el diablo-, si tan solo sois cadáveres, antes de que fueseis formados. Venid a mí… Probad el filo de mi espada. Venid a morir bajo el poderoso acero de mi diestra.
         La espada rasgó el velo de engaño y negrura y la hundió con saña una y otra, y otra vez. Las enigmáticas figuras se retorcían entre estertores de muerte y pavor. Mientras su energía se esfumaba para ser absorbida por los negros dragones.
         -Ninguna de vuestras fauces podrá devorarme, porque el amor de mi amada inunda mi corazón.
         De nuevo la espada volvió a encontrar carne donde incrustarse y a la que destruir. Por fin, la negrura fue disipándose y los monstruosos jinetes desapareciendo. El mayor de los terrores se cernió sobre el fornido guerrero cuando pudo contemplar tan macabro espectáculo. Sus vidriosos ojos se inundaron de lágrimas cuando llegó a ser consciente de lo que había sucedido. No daba crédito.


         La Reina Edith yacía, sobre su espalda, mortalmente herida.
         -Otra vez no. Maldita sea, otra vez no- repitió Ieu-, tú no ¡Dios mío!
         -No importa, mi amor, no importa. Solo dame un beso –dijo ella-, el beso que acabe con esto, de una vez para siempre.
         El hombrón se arrodilló, con el fin de cumplir con el deseo de su Dama; pero entre sollozos se decía:
         -¿Cómo he podido caer en el enredo de los arcontes? Solo pude ver monstruos, no seres indefensos, que caían bajo el peso de mi espada sin oponer resistencia alguna…
         Hasta la lejanía pudo contemplar la masacre más grande que un hombre solo pudiera, en momento alguno, cometer. Valkirias, amazonas, guerreros pelirrojos yacían inertes y sin vida; esperando ser devorados por Bárbara, la Diosa de la Naturaleza, la Devoradora de Hombres.
         -¿Cómo he podido, como he podido? ¡Todo esto lo ha producido mi acero!
         Una figura encorvada y acechante se desliza por entre las sombras.
         -Apúrate, mi Amor –insiste la moribunda reina-, dame ese último beso de salvación.
         Los ojos de la reina güera muestran un pánico sin medida; como consecuencia de esa mirada, el Fornido mestizo, de origen norteño, vuelve su mirada hacia su espalda, hacia el terror, incumpliendo así el deseo de su amada.
         La propia espada de Edith, la espada que forjara Bifredo de Albany el Héroe Bávaro, fue blandida para cobardemente atravesar primero el musculoso cuerpo del guerrero, para continuar perforando, después, el divino de su dulce reina.
         Ahora sus rostros no se alcanzan. Sus facciones no llegan. Sus labios no se rozan. Su aliento no se siente. Sus almas les abandonan. Ya.
         Demian ríe a mandíbula batiente; mientras sostiene, fuertemente con sus manos, la empuñadura de la espada.
         Cuando intenta retirar el instrumento de muerte de los cadáveres atravesados, su estentórea risa se convierte en llanto y crujir de dientes. Una cegadora y abrasadora luz consume, hasta lo más profundo, primero a los tres cuerpos, después al resto de cadáveres esparcidos por el valle y hasta el propio y enigmático volador castillo de la Hija de Dios.
*


-Javier
-Dime Miguel
-Ahora comienzo a entender esa conspiración de magnitudes cósmicas. Se han salido con la suya. Las estrellas seguirán expandiéndose por siempre jamás, sin remedio; mientras los espíritus divinos que moran en las estrellas, su luz, seguirá siendo fagocitada por los arcontes hasta alcanzar ese futuro infernal de vacío material. Los espíritus verdaderos errando por un universo muerto y frío sin posibilidad de regresar atrás.
         -No hay futuro para Adam Kadmón. La humanidad, desde su nacimiento, está condenada. Sí, eso parece.
*
Por el espacio sideral vaga un astro casi apagado. Tiene la forma de un hombre sobre una mujer, atravesados por una enorme espada adornada de una bella empuñadura.
         -Perdóname mi amada –le dice él a ella-, te he fracasado.
         -No lo has hecho -le dice ella-, hay otros dos ahí afuera cuyos nombres los arcontes desconocen. Ahora estaremos atrapados, por siempre, a la vida y la muerte en este mundo de teatro infernal. Las miradas inquisidoras de los arcontes se fijarán, vida tras vida, en nosotros dos, para que jamás podamos encontrarnos; pero esos otros dos están ahí fuera, esperando encontrarse y ellos, los monstruos, no lo saben, ni jamás podrán hacerlo. Dejemos que esos malditos bastardos se ceben en nosotros, mi amado del alma.


*
-Quizá haya esperanza –dice Miguel-
-Dicen que es lo último que se pierde –contesta Javier.
*