viernes, 18 de noviembre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro III: Horizonte Quántico, ¿Sin Corazón?

El fin Justifica los Medios decía el archiconocido Maquiavelo. Los Caminos de Dios son inescrutables dicen los sacerdotes y predicadores; cuando algún acontecimiento puede ser incomprensible y difícilmente justificable. Cuando se supone que Dios es Amor; pero preguntémonos ¿El Amor es realmente lo que creemos que es? ¿En realidad es importante que la materia perdure y que no se corrompa? ¿Tan malo es el dolor y la Muerte y tan buena es la felicidad y la Vida mortal?

Juan Luis Lacazi (Capitán de la Buscadora V)

(Dimensión Magonia)




¿Sin corazón?
— Era único en su género, Petunia. – Petunia era una hermosa mujer oriental y la segunda asistente psicólogo de la nave Buscadora V.

– ¿Eso dijo Protón, Capitán Lacazi?

— Estábamos de acuerdo en eso; pero no dejo de pensar en el resentimiento que sentía cuando destrocé las metálicas cervicales de aquella Máquina de cerebro humano –El Capitán se refiere a una situación intrascendente de su reciente pasado, en una batalla contra el Imperio Máquina.

– No debería sentir remordimientos, Capitán, se encontraba en guerra con una especie cibernética.

— No lo sé, Petunia, llegué a disparar mi arma contra miembros de mi tripulación.

 – Y eso le duele ¿verdad, Lacazi? Estaban convertidos en zombis.

– También lo estuve yo hace algún tiempo cuando la primera guerra contra los Máquina, amiga mía, y esas mismas personas fueron las que me salvaron de esas cosas; pero no había tiempo.

– ¿Está seguro, Capitán? El futuro de toda la Humanidad dependía de algunos sacrificios. ¿No es así?

— No lo sé, Petunia, ojala lo supiera... Eso es lo que me está torturando.

– Esa actitud no le va a ayudar. Lo que hizo, hecho está.

En ese instante, el comandante Rodríguez entró en el concurrido bar de la Astronave. Su expresión mostraba cierta duda, que no pasó desapercibida ni para la mujer ni para el Capitán Lacazi.

– ¿Un jugo de melocotón Galteriano, Francisco?

— No, gracias Petunia, verás, querría hablar con el Capitán.

– ¿A solas? – Preguntó la asistente psicólogo, haciendo intención de apartarse.

— Petunia es de confianza, Comandante, puede usted proseguir.

– El equipo de rastreo ha sido incapaz de localizar la cabeza del Almirante Máquina. Capitán, estoy desolado y realmente preocupado. –Cuando el Jefe de los Máquina fue aniquilado se conservó el cerebro neural para poder analizarlo.

– ¿Ha preguntado al comandante Protón? Él fue el último que lo tuvo entre sus manos después de que yo...

La expresión de Capitán mostró ante sus interlocutores un elevado grado de auto culpabilidad – Había sido él quien disparara contra el mecánico cuerpo de la inteligente Máquina de cerebro humano.

El Gobernante de la Buscadora activó su comunicador.

— ¡Señor Protón! ¿Se deshizo de los restos de la Máquina, tal y como le ordené?

– Señor, hubo que realizar reparaciones de prioridad Uno en el Horno de fusión de materia – antimateria. Ahora mismo me disponía a...

— Protón –Interrumpió Rodríguez –. ¿Lo tienes debidamente aislado?

– Francisco, lo que queda de la Almirante Máquina se encuentra en el laboratorio de la enfermería, dentro de un campo de contención. Sus circuitos bio –eléctricos no funcionan y por lo tanto no debería de producirse ningún problema.

— ¡Computadora!, aumenta al máximo la potencia del Campo – Ordenó Lacazi.

– ¡Peligro! ¡Peligro! Existe una fuga de energía subespacial en los laboratorios. – Sonó la melódica voz del Ordenador de a bordo.

— ¿Situación, Buscadora? – Reclamó respuestas más concretas el Comandante Protón al ordenador de la nave.

— El objeto colocado por usted, en un campo de contención, está absorbiendo la energía del campo.

– Por todos los demonios, Señor Protón – exclamó un preocupado Capitán.

En el puente de mando, la pantalla principal mostraba disturbios térmicos que hacían imposible la visión de las estrellas.

— Navegante – preguntó el Comandante Gladis –, ¿alguna distorsión gravitatoria?

– No, señor. El Ordenador no detecta ninguna disfunción gravito–métrica.

— Esmeralda – se dirigió a la primera asistente psicólogo –, ¿alguna interferencia de carácter emocional?

– Nada relevante, Señor.

– Primer Oficial – intervino el Capitán tras surgir del ascensor, acompañado del Ingeniero Francisco Rodríguez y del Autómata Protón–. ¡Comprueben si existe alguna distorsión cuántica!

— Señor – puntualizó el Jefe de Seguridad en funciones Señor Goltrun –, nos encontramos muy apartados de la Zona Fronteriza y del Imperio Teresiano –La propia especie a la que pertenecía el Jefe de Seguridad –, los míos no se acercarían a la Nave Insignia de la Federación sin hacérnoslo saber.

– Por lo tanto, Señores – afirmó el Capitán –, no nos enfrentamos ni a Picudos ni a nuestros aliados los Teresianos, Señor Goltrun...?

— Peligro. Peligro – sonó insistente la voz del ordenador neural de la Nave –, el Campo de Contención ha desaparecido.

– Capitán Lacazi, Señor Gladis –Uno de los vigilantes del laboratorio comunicó con el puente –, no sé cómo explicarlo, Señor, los restos de la Almirante Máquina han desaparecido.

— Señor Gladis, rápido, levanten los escudos de fuerza – ordenó el Capitán.

– Señor Goltrun – miró el Oficial Primero al Jefe de Seguridad, confirmando la Orden del Capitán con un simple gesto.

— Gladis a enfermería, prepárense para emergencia médica. Entramos en combate.

– ¿Qué sucede, Comandante Gladis? – Preguntó la doctora con síntomas de evidente preocupación –, nos encontramos en medio de una operación.

— Todavía no lo sabemos; pero la nave ha sido abordada con algún tipo de tele–transportador.

– Los instrumentos de la enfermería no dan señales de alguna nave. ¿Cómo es posible, acaso se encuentra invisible?

— Hay algo ahí fuera y sea lo que sea, como usted bien dice, no podemos verlo.

– Un rayo tractor acaba de surgir del centro de la distorsión cuántica – confirmó Goltrun.

— Maniobra de evasión, Señor Goltrun.

— Sí, Capitán.

– Señor Rodríguez vuelva a la Sala de Máquinas – Señaló Gladis al Teniente Comandante –. Sala de Armamento preparen los torpedos led y las baterías de láser.

— A la orden, Señor – respondió alguien por el intercomunicador –, todo preparado para entrar en acción.

— Comandante Gladis, el rayo tractor enemigo ha rebotado en los escudos, pero insiste – señaló la asistente psicólogo tras visualizar su consola.

- Sala de Máquinas, Señor Rodríguez...

– Comandante, soy el teniente Barney. El Oficial Francisco Rodríguez aún no ha llegado.

— Es indiferente, teniente, continúen con la maniobra de evasión seis punto uno y sitúen el factor de velocidad en 9.1 a cinco segundos.

– Pero Señor, eso sobrecargará los cristales de Tritium.

– Cumpla sus órdenes Teniente –intervino el Capitán, respaldando la orden del Primer Oficial – Comandante Protón, la que ha montado, queda al mando de la Nave. Señor Gladis, asistente psicólogo Esmeralda, hagan el favor de acompañarme a mis aposentos.

*

— Bien, Señores, si no se trata de humanoides con emociones o alienígenas con sentimientos ¿No es así Elena?... ¿Contra qué nos enfrentamos?

– ¿Alguna hipótesis, Señor? – devolvió la cuestión Gladis.

— Sólo existen dos opciones, Eustaquio – contestó con familiaridad el Capitán –, o los Picudos han enviado un arma automática de tecnología desconocida o..., no quisiera ni pensarlo.

– Señor – apuntó la bella empática –, la tecnología Picuda de ocultamiento se encuentra a la par que la de la Federación de Planetas de la galáxia. Ese hipotético armamento resulta inaceptable en estas circunstancias.

— ¿La otra opción? – volvió a preguntar el Comandante –, no se estará refiriendo a los Máquina.

– ¿Qué otra cosa podría ser, Comandante?

— Noto una extraña sensación en Usted, Capitán.

– Eso me temo Elena, y es una sensación lamentablemente muy familiar.

— Pero si fueran los Máquina –interrumpió Gladis –, ¿De dónde han conseguido la tecnología de camuflaje?

— Asimilación, Gladis, asimilación. Las naves Teresianas poseen el sistema de ocultación inventado por los Picudos. Muchas fueron destruidas en nuestros últimos encuentros con el Imperio Máquina; pero ¿Quién nos puede afirmar que es imposible que hayan copiado su tecnología?

— Eso sería preocupante, Capitán.

– Más que preocupante, diría yo, Eustaquio.

– Emergencia, Capitán – sonó la voz de Protón por el comunicador.



— ¿Situación, Señor Protón?

– Lo que sea, Capitán, nos está siguiendo a través del Hiperespacio. Aquí su rayo tractor es inútil; pero tampoco podemos mantener durante mucho tiempo más la velocidad de hiperespacio actual.

— ¿Posibilidades, Señores? – interrogó el viejo capitán Lacazi.

– Podríamos adentrarnos en una Nebulosa –apostilló Goltrun.

— No lo veo factible – intervino Elena –, los Máquina ya conocen esa estrategia de un encuentro anterior con la Buscadora IV.

— Pero era otra Astronave y fue destruida – Protestó el Jefe de Seguridad.

— Señor Goltrun, puede que la asistente psicólogo tenga razón. El sistema de transmisión de datos del Imperio Máquina es infinitamente más sofisticado que el que posee la Flota Estelar. Mis tristes recuerdos de cuando estuve recluido, en una de sus naves, me dicen que la comunicación de su almirante, con el conjunto de su flota, es permanente.

– Entonces, sólo nos queda hacerles frente.

— Así parece, Eustaquio, así parece.

– Comandante Gladis, estas son mis órdenes: Usted y el Señor Protón se encargarán de atacar por estribor, a lo que sea, con las baterías de rayos del Sector octogonal. Sí Señor Gladis, haremos uso del protector antimeteoritos; Así que, tengan cuidado de mantener la suficiente distancia de seguridad.

— El Señor Goltrun y yo – continuó el capitán Lacazi –, dirigiremos nuestro ataque por babor con el módulo bazoca, se entiende. Yo sé cual es su punto débil y en el momento oportuno les sorprenderemos con una andanada de torpedos cuánticos.

– Compruebe, igualmente, Gladis la variación de la frecuencia de los escudos. Pase lo que pase, los campos de fuerza deben resistir. Hay que evitar, a toda costa, cualquier incursión o abordaje de alguna de sus sondas cibernéticas.

— Señor – interrumpió Protón –, si son el Imperio Máquina, han recuperado la cabeza de su Almirante. No podemos estar seguros de que no hayan copiado ya nuestra más reciente tecnología.

– ¡Por todos los demonios! – exclamó Lacazi.

*

Tras una breve frenada, la Buscadora V, viró a estribor con la ya conocida como maniobra Lacazi y esa rapidez desconcertó a la misteriosa Nave enemiga. Ese breve período de indecisión fue utilizado por sendos pilotos para el perfecto desacople del octógono y la Nave bazoca.

Por las frecuencias subespaciales podían escucharse, debidamente encriptadas, las conversaciones de ambos comandantes.

– Capitán, como había supuesto, la distorsión cuántica se dirige hacia ustedes. Empezamos a disparar los Láser cósmicos a discreción sobre la Nada.

La distorsión cuántica fue desapareciendo hasta tomar la forma corpórea que sorprendió al ser contemplada por las pantallas principales de ambas naves.

— ¡Capitán! un...

– ¡Eustaquio, una nave de guerra Picuda!

Las baterías de rayos del platillo no paraban de bombardear el campo deflector de la Nave de guerra Picuda.

— Capitán, los impactos de rayos son inútiles. El Campo de fuerza picudo parecer absorber la energía de nuestros rayos.

– Gladis, por el amor de Dios, huyan mientras puedan. El campo tractor de los picudos nos ha atrapado. También han inutilizados el rayo deflector, es sólo cuestión de tiempo. Salve a su tripulación, Capitán Gladis y comunique a los mandos de la Flota lo que aquí ha acontecido.

— Capitán Lacazi, no les dejaremos a merced de esas ratas de cloaca – intervino el Androide Protón tras recibir el visto bueno del Primer Oficial.

— Sala de máquinas, aquí el Capitán Lacazi. Señor Rodríguez concentre la fuerza auxiliar en los escudos de estribor; parece que un rayo perforador intenta destruirnos.

— Señor, los reactores no funcionan al cien por cien, y si desviamos la potencia auxiliar no llegaremos ni al cincuenta por cien. Entonces, Señor, seremos atrapados por el rayo tractor.

— Rodríguez, por favor, no discuta mis órdenes.

— Disculpe, sólo era una sugerencia, está hecho, sólo pretendía ayud...

– Permanezcan a la espera y suelten una andanada de torpedos cuánticos en cuanto lo ordene.

— Pero Señor – Protestó el anodino Teniente Barney –, a esta distancia hasta un torpedo de fotón nos haría añicos.

– Cuento con esa evidencia, Señores. ¿Es que hoy se van a cuestionar cada una de mis órdenes?

— Señor Protón, tome el mando de la Nave.

– Sí comandante Gladis. ¿Puedo saber dónde se dirige?

– No hagas preguntas muñeco – El Capitán del Platillo octogonal sonrió mientras daba unas suaves palmadas sobre el pesado y duro hombro del androide –, Doctora Rivera, diríjase a la sala número siete de Transportador. Allí nos encontraremos y siga estas instrucciones...

— ¿Qué pretendes Gladis? – Preguntó la Doctora Rivera.

– Nos introduciremos dentro de la nave de guerra picuda e intentaremos hacerles el máximo daño posible desde el interior.

– Pero no entiendo, Eustaquio, ¿Qué pinto yo en todo esto, qué pretendes?

— ¿Trajo los nanobots como le ordené?

– Aquí están sus diminutos robots, Capitán – dijo la Doctora, mostrando en sus manos un cilindro de titanio herméticamente cerrado.

— ¿Soportará el campo de contención de los nanobots el período de transportación? – dirigió su pregunta de un modo directo, el Comandante Gladis, al Jefe Ortega –, operador del transportador.

– Señor, no hay problema. La velocidad de transporte es a nivel cuántico. Los nanobots no pueden moverse a velocidades ni tan siquiera iguales a la de la luz.

– Bien, proceda Teniente Ortega.

*

La sorpresa fue mayúscula cuando el Comandante Gladis y la Doctora Rivera encontraron a los tripulantes de la Nave Picuda transformados en mediomáquinas. Sólo sus orejas de gnomos mostraban su procedencia humanoide ante sus miradas.

— ¡Son todos picudos! – exclamó la Doctora en voz baja.

– Todos son Máquina – se escuchó una bella y poderosa voz, nada familiar para los polizones humanos de la Nave de Picurcia.

Ambos giraron sus miradas hacia el lugar de donde había parecido surgir aquella extraña voz.

— ¡Dios mío! – exclamó Gladis.

– ¿El almirante máquina? – dijo, preguntando, la Doctora.

— Cuando mis subordinados me transportaron a esta nave asimilada, tras desactivar el campo de contención que me mantenía prisionera, proporcionaron alimento ultra–rápido a mis neuronas biológicas, las cuales habían permanecido en un sofisticado proceso de Stand–By criogénico. Una simple defensa que posee el Imperio de las medio máquinas.

– Evidentemente – Continuó la Máquina con su exposición –, no pudieron hacer nada mejor los picudos por su raza y por la de ustedes. Todos serán transformados por el bien del Universo y de la evolución de la Inteligencia.

– No conseguirás tus propósitos –amenazó la Doctora, mostrando el contenedor de nanobots –, vosotros o tú consideráis qué es lo mejor para todo el mundo; pero hay que respetar la discrepancia – Si yo pienso diferente puedo estar equivocada; pero ¿Porqué no podrías estarlo tú? ¿Quién decide que lo mejor para mi raza es convertirse en kilos de chatarra sin inteligencia individual?

— Esto que tengo en mis manos –continuó la Doctora –, funciona en vuestras partes mecánicas a modo de virus que desactivará vuestras defensas electromecánicas dejando expuestas a lo desconocido a vuestra escasa biología. Si abro el contenedor, ¡dime! ¿En qué te convertirás?, ¿Qué protegerá tus neuronas biológicas?, ¿Será posible que vuelvas a entrar en ese estado criogénico?... ¡Dímelo de una vez! ¿Quieres?

– Varios Máquina picudos se acercaron, con hostilidad evidente, hacia la pareja invasora.

La Doctora volvió a hacer ostentación del brillante recipiente pero de sus labios no volvió a salir una sola palabra.

— La amenaza va en serio –sonrió Gladis –, será mejor que soltéis el módulo de la Buscadora que intentáis dañar. Allí, Almirante, se encuentran Protón y el Capitán Lacazi. ¿Pretendéis que mueran en vuestro absurdo ataque? Tú conoces a Lacazi cuando lo capturasteis, él jamás se rendirá. Morirá antes de ser asimilado.

— La muerte es irrelevante aunque no es nuestro motivo principal. Nuestra primera directriz es la asimilación no la muerte; pero la muerte puede ser un medio. La muerte es irrelevante –respondió la Almirante –, sólo pretendemos dar una mejor vida a las razas en proceso de adquisición de inteligencia. Es por el bien del Universo, de ellos mismos, de vosotros mismos.

– Eso me suponía Almirante –contestó Gladis.

— Ahora podéis marcharos; pero no dudéis que volveremos a encontrarnos y a su debido tiempo seréis asimilados y daréis la razón al Imperio Máquina –Instó el Almirante alienígena.

– Sr Obanium, proceda al transporte, como convinimos – Ordenó a Ortega, Gladis pulsando su comunicador.

Las dos imágenes se fueron disipando del interior de la nave de guerra Picuda, ahora Máquina. Y con ella, el cilindro de titanio que contenía los nanobots; pero lo que no sabía el Almirante Máquina es que el contenido del cilindro había sido discriminado para no ser transportado. Ahora los humanoides cibernéticos estaban contaminados y expuestos a...

Al verse libre del mortal abrazo del rayo tractor, y sin conocer las intenciones del Comandante Gladis, el Capitán Lacazi, desde el Módulo de Combate Bazoka, mandó disparar la andanada de torpedos de fotón; pero la Nave de guerra picuda ya había entrado en velocidad de hiperespacio.

*

— Luego entonces, Doctora, Gladis –Se dirigió el Capitán Lacazi a sus dos subordinados –, ¿El almirante máquina no había sucumbido cuando disparé contra él?

– Así es Capitán –contestó la Doctora Rivera –, cuando creyó desarticular sus vértebras de titanio, puso en marcha un sofisticado sistema de defensa pasiva que colocó el cerebro biológico del Almirante máquina en un estado de catatonia profunda.

— Ahora siento, de veras, que no muriese.

– ¿Porqué Capitán? –Preguntó el Comandante Gladis –, ella les amaba de veras.

— ¿A quién? –preguntó Protón.

– A ambos. A tí por ser su reflejo mecánico y al Capitán por haber estado introducida en su mente, cuando estuvo prisionero del Imperio Máquina.

— Luego entonces –afirmó Lacazi –, los Máquina tienen sentimientos.

– Yo no diría tanto Capitán –matizó la Doctora Rivera –, los Máquina no tenían sentimientos; pero ahora si que los tienen. Cuando Protón, usted y yo luchamos en la Buscadora–D por su supervivencia, las pasiones y sentimientos tan profundos que surgieron en tan titánica lucha emocional contaminó al Imperio Máquina mil veces más que cualquier robot auto replicante nanotecnológicamente diseñado. El almirante máquina, Capitán, les ama de veras, tanto a usted como al Comandante Protón y eso ¿no me dirá usted?, ¡Es un Principio!

— Bien Capitán y ¿ahora qué? –preguntó Gladis.

– En marcha Comandante, salgamos de aquí. En nuestro próximo encuentro con el Imperio Máquina sabremos si la hipótesis de ustedes es correcta; pero hay una cosa que no entiendo. ¿Cómo han podido ser tan encarnizadamente malévolos usted y la doctora con los Máquina picudos? ¿Por qué soltaron esos nanobots tan destructivos?

— Mentimos a la Almirante, Capitán.

– ¿Cómo dice?

– En realidad los nanobots de la Doctora estan especializados en la reparación de tejido cerebral. No les mentimos del todo, vamos ¿creo yo?

*

Ya en el Puente.