sábado, 17 de septiembre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, Ares... -250

Cuando lo previsto acaece, siempre es bueno tener algún Camarada a tu lado.

Marta (Expedicionaria a Marte)

(Dimensión Gaia 2073 d.c.)

Ares... –250



Los áridos cauces, desprovistos de aguas arcanas, imploraban compasión a la mirada escrutadora del maltrecho explorador. Una infinidad de gránulos de óxido ferroso, pulverizados hasta límites microscópicos, golpeaban con devastadora fuerza, el protector externo de una escafandra de titanio.
El andar se convertía en algo pesado y casi imposible, debido a la roja y casi invisible arena, que con inexorable tesón, penetraba por las juntas, hasta que llegaba a las rótulas del sofisticado exo–esqueleto. Allí, se mezclaba con las grasas sintéticas de los rodamientos y, a pesar de la poca gravedad del Planeta, cualquier movimiento se convertía en algo penoso e insoportable.




Atrás quedaba, en su entumecida memoria, un extrañamente averiado tractor, en un paisaje aún más desolado y una alucinación, que le gastara su mente, de una negra sombra acechante, que se escondiera de su presencia.
El visor cristalino, de zafiro polimerizado, empezó a perder su elaborada transparencia, ya que el desgaste sufrido, al contacto con la gélida y ácida tormenta de Coriolis, iba en aumento tras haberse producido unas pocas mellas, en apariencia, inofensivas.



Valle Marineris contemplaba, impasible, el drama de la próxima tragedia, que se cernía sobre el experimentado astronauta de la NASA–ESA.
Como un muñeco de trapo, quedó inerte y expuesto a la inconsciente voluntad de unos vientos imposibles, mientras su mente elucubraba sobre la posible ayuda que aún no llegaba.
Marte, dios de la guerra, estaba consumiendo su poca fuerza vital. La respiración se fue convirtiendo en algo espasmódico y su cadencia se acortó peligrosamente. "Ya me queda poco" pensó.





Con el estruendo, vociferil, cóctel de aire y arena, no pudo escuchar el sordo tronar de los potentes motores diesel de un Mars–Rover, cuyas superficies, expuestas, siseaban al contacto de tan feroz tormenta de arena y  ácida nieve.
Un pequeño soplo de vida intentaba permanecer, acurrucado, al amparo de una pequeña duna, que alrededor de su inmóvil cuerpo se había formado.
– Justo a tiempo, lo hemos encontrado teniente.




– Demos gracias, Marta, a que funcionó su emisor de emergencia.
Incluso en un lugar tan inhóspito, podían salir a relucir los mejores sentimientos de aquellas personas curtidas por las más terribles inclemencias y arropadas por la más insoportable inesperanza de futuro.
– ¿Está vivo Capitán?
                  Por poco, Roberto Beltrán’Jr, no lo cuenta.