domingo, 11 de septiembre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, Siniestros Hombres de Gris

Mucha voluntad pusieron los hombres para subsistir; pero habían elegido, como líderes, a estúpidos incompetentes que les condujo hacia un suicidio inconsciente; aunque buscado.

Teresa (Experta en Pornografía aplicada)

Siniestros Hombres de Gris



Roberto Beltrán se encuentra jadeando de cansancio. Hace frío y el vaho sale de su boca y orificios nasales; pero él no lo siente, sigue callejeando mientras su cerebro intenta pensar deprisa, más aprisa ¿Cómo va a salir de la ratonera que supone la Villa?
Sale de un callejón, mirando a ambos lados, esperando encontrar un automóvil negro. Un vehículo pasa cerca de él y lo sobresalta. De repente, comprueba como un  deportivo rojo se abalanza sobre él, y lo peor de todo, da la impresión de que no va a detenerse. Sigue corriendo, jadea, ya no puede más. Está a punto de rendirse.
Una puerta se abre junto a su persona. No cabe duda de que lo han cazado. Ya no hay remedio.
–Roberto, sube de una vez –Escucha una conocida voz femenina.
–Tere, tú aquí ¿Cómo es eso? –Roberto no se lo pensó dos veces y montó en el automóvil junto a Teresa,  la Sexicóloga.
–Hace un rato me llamó Petunia, diciéndome que tú necesitabas ayuda. No podía negarle un favor a una buena amiga como ella.
–Gracias a Dios que has aparecido, Teresa, no tenía forma de salir de aquí ¿Podrías llevarme hasta Madrid? Necesito reunirme con un viejo Amigo y entregarle algo de vital importancia.
– ¿Cómo me va a importar, Roberto, para algo estamos los amigos, o no? –Dijo, la Sexicóloga con una evidente expresión de enfado.



–Creo amigo Roberto –continuó –, que merezco alguna, pequeña, explicación. Espero que no me hayáis metido, entre tú y Petunia, en algún asunto ilegal grave.
–Sinceramente, querida, no tengo ni la más remota idea de, en lo que estoy metido. No sé si se trata de alguna organización ilegal o del propio gobierno; pero sí puedo decirte algo: La culpa la tiene la “Invasión de los Ladrones de Cuerpos”.
Roberto le explicó, con el mayor detalle posible en esas circunstancias, todo lo acontecido; pero en definitiva que ya desde los años cuarenta o cincuenta, el Ser Humano viene utilizando la tecnología para manipular a sus semejantes.
Nos creemos dueños de nuestras vidas y de nuestro destino; pero nada más lejos de ello. Desde que nacemos estamos censados por el Estado y como en la novela de Orwell, aquel tiene controlada nuestras vidas hasta el día de nuestra muerte.
–Mira Tere, Amor mío, no se trata de historias fantásticas o de ciencia–ficción. No son extraterrestres que se meten dentro de nosotros, por medio de vainas, y nos hacen cambiar la personalidad. Tampoco de máquinas que se han rebelado y tienen manipulada la percepción del Hombre, es mucho más sencillo que todo eso y sin embargo es tanto o más siniestro. Estamos siendo alienados desde hace un tiempo indeterminado, quizá mucho más de lo que podamos pensar; la cuestión es, que es ahora cuando los hemos descubierto
– ¿Te das cuenta de lo que acabas de decir Roberto?




–Claro que me doy cuenta. Te prometo que no estoy loco, puedo demostrártelo; de hecho puedo demostrárselo a...
–A cualquiera –interrumpió Teresa–; pero no me refería a eso. Has dicho la palabra mágica: ¡Amor mío! 
Teresa dirigió el vehículo fuera del pueblo y tomó el camino de Colmenar Viejo. Su conducción era suave y de una prudencia encomiable. Las montañas quedaban a ambos lados y ya, con más tranquilidad, por lo menos por parte de Roberto Beltrán, pudieron mantener una conversación más personal.
Teresa era una Criatura soberbia. No era una mujer baja. Su tez morena era finamente ovalada y su cuerpo genéticamente casi perfecto había sido realzado, en el transcurso de los años, por una disciplina digna del mejor  gimnasio. Su vestimenta, de color hueso, era de lo más sencilla. Un simple vestido de espeso lino, ocultado en parte, por una gabardina militar de color caqui.




Estaba claro que lo que menos le interesaba a la Sexicóloga era la circunstancia por la que estaba pasando ahora Roberto. A ella le importaban las cuestiones meramente personales.
–Mira Roberto, claro que creo lo que me has contado –volvió a hablar Teresa después de un brevísimo silencio– y, de hecho para eso estoy aquí, para ayudarte y llevarte donde  quieras. Eso es todo.
–No, Querida Amiga, ahora soy yo el que ha entendido perfectamente. Soy consciente de que he dicho Amor mío, y es que te quiero de veras, aunque sé que tú solo cumples con tu trabajo. Claro que estoy enamorado de ti, perdóname por eso, o mejor dicho, no me perdones... ¿Qué tienes que perdonarme?
La Mujer sonrió, al ver en el aprieto en el que se había colocado, solito, su también Amado, Roberto.
–Mira –cambió su conversación Roberto como intentando olvidar sus últimas palabras–, este Objeto es de extrema importancia que llegue a manos de mi Amigo Armando Arpegio. He quedado con él en una cafetería de la Gran Vía. Esto es lo que puede salvar a la humanidad de seguir siendo esclava de sí misma. Esto es un prototipo –el objeto no era mucho mayor que un paquete de cigarrillos–, pero el Doctor Arpegio tiene una idea para desarrollarlo a millones, sin que se trate de teléfonos móviles, los cuales están ya demasiado manipulados por los propios fabricantes.
–Roberto, todo lo que me digas referente a este caso me importa un pimiento. Me interesa saber lo que tú sientes por mí, porque ¿Sabes una cosa?, yo también te quiero.
–Hace más de un mes que no me visitas –Reprochó Roberto.




–Hace justo ese tiempo que no solicitas mis servicios –desarmó ella su argumento–, mira, es cierto que soy una profesional y no fue fácil conseguir mi licencia. Primero me licencié en psicología, me doctoré en sexología aplicada y tengo un master, extremadamente caro, sobre masajes terapeúticos. Mi control médico anticonceptivo es exhaustivo y tengo acceso privilegiado al último antivenéreo que impide cualquier tipo de contagios. Me gusta mi trabajo, eso es todo, pero eso no me impide que sienta lo que siento por ti. ¿Necesitas alguna explicación más?
–Ninguna, Teresa, soy un tonto.
–Acaso ¿me quieres en exclusiva?, porque si es así tendrás que seguir pagando por mis servicios y de hecho, pienso ponértelo más caro que a nadie.
–No, no es eso Teresa, te lo juro, no soy celoso, de veras que no; solo que no sabía como decirte que te amo de veras. Consideraba que no me ibas a creer ¿Cómo, a estas alturas, alguien pueda ser tan romántico como para enamorarse de su sexicóloga particular? No sé, siempre me han faltado palabras para decírtelo; quizá tenía miedo de que te rieses de mí y me rechazaras pero pase lo que pase no quiero que dejes de saberlo: Te quiero y te deseo más que a mi propia Vida.
–Jodio tonto, con la de años que llevamos juntos.  Ya te he dicho que te quiero, supongo que ¿es necesario que te lo repita?




Roberto abrazó a su amada Teresa, y como un niño se acurrucó junto a uno de sus brazos, mientras ella seguía conduciendo por la carretera de montaña, y cuyos diversos paisajes cargados de smog no dejaban de pasar ante los iluminados ojos de ambos.
La puerta de entrada al domicilio de Roberto Beltrán se encuentra abierta de par en par. En el pasillo una pequeña gorra de béisbol de color verde y en el salón el blanco e inerte cuerpo de Petunia, la Planchadora, sobre un charco  carmesí.
Berta no hace más que repetir una rutina de emergencia.
¡HA HABIDO UNA EMERGENCIA DE PRIORIDAD 1! ¡EXTREMA VIOLACIÓN DE LOS CÓDIGOS DE SEGURIDAD! CONTESTE ALGUIEN POR FAVOR...
–LLAMADA REPETIDA AL 112. SE HA PRODUCIDO VIOLACIÓN DE TODOS LOS SISTEMAS DE EMERGENCIA. ¿ALGUIEN PUEDE ESCUCHARME OPERADORA?... SEÑORITA PETUNIA, ¿PORQUE NO SE MUEVE, LE SUCEDE ALGO?...




Al no recibir ningún tipo de respuesta, Berta considera que la línea telefónica está cortada y que Petunia se encuentra inconsciente. Cierra la puerta de entrada y realiza una nueva llamada, a la policía,  por telefonía celular.
*

Un gran turismo de color negro se dirige hacia el centro de Madrid por la Nacional Seis. En el interior se encuentran tres personajes adultos vestidos de gris y con gafas de espejo; así como un niño. Se trata de Miguel el hijo de Roberto Beltrán.
–Dejarme ir a casa de mi Padre. No habéis dejado que recoja la gorra que me regaló. Cuando se entere de lo que habéis hecho os vais a enterar. Mi papá conoce a gente muy importante.



–Cállate lobezno de mierda y deja de moverte o te mataremos como a la sirvienta de la casa. Fue un jodido accidente; pero ya de nada sirve lamentarse.
–Papá, yo no quería; solo pretendía darte una sorpresa, ya me encontraba de camino hacia Navacerrada en el autobús –pensó el joven Miguel en voz alta–, dejarme salir, no os tengo miedo ninguno.
–Mira Hijo, le dice otro de los ocupantes, o te callas o matamos también a tu Padre.
El tercero de los ocupantes marca un número de teléfono en el celular del automóvil.
–Jhon William, sí, mire Señor, hemos perdido a Roberto Beltrán pero tenemos a su Hijo.
–Tráiganlo aquí, pero sigan las instrucciones de nuestro Gran Maestre. No le hagan daño al niño.
Javier, el Gran Maestre, que se encontraba junto al americano, cuando se enteró de la noticia, dio muestras de gran satisfacción exhibiendo una gran sonrisa mientras daba una profunda calada a un inmenso puro habano.



Miguel que había escuchado las palabras del jefe de los sicarios se dirigió a ellos.
–La habéis cagado, amigos, os habéis cargado a la sirvienta de mi Padre. Me voy a callar porque me da la gana; pero no me amenacéis con matarme, ya os dará vuestro merecido mi papá o vuestro Jefe.
*
–Estás muy nervioso Roberto –le dice Teresa que seguía conduciendo su propio automóvil –, mira ves ese claro allí adelante pues párate que vamos a cambiarnos de asiento.
La cara del Ingeniero Beltrán manifestó sorpresa. Si estaba nervioso, lo más lógico sería que siguiese conduciendo ella; pero hizo caso de su amada y siguió sus instrucciones.
Una vez que hubieron cambiado de posición y con el coche ya en marcha, Teresa, sin decir una sola palabra, llevó una de sus manos a la entrepierna del pantalón de Roberto y desenfundó su arma reglamentaria. Al contacto con la mano de Teresa, el instrumento demostró su verdadero calibre y la Sexóloga se lo colocó, de tal modo, que pudiese sentirlo en sus mejillas y con sus labios.



Roberto no dijo ni una sola palabra durante toda la operación.
Teresa continuó con su agradable trabajo, como solo una sexicóloga de su profesionalidad podía realizar, hasta que Roberto ya no pudo más.
–Teresa, Teeresaa espera, voy a salir de la carretera, si no quieres que nos la peguemos…
La sexicóloga redujo sus movimientos bucales y esperó a terminar su trabajo una vez que Roberto sacó el vehículo a una vía de servicio.
El Ingeniero suspiró, justo cuando su arma explotó, reduciendo con estrépito su calibre, y comenzó a acariciar el suave cabello de Teresa.
Ella limpió, con un pañuelo, la encogida pistola de Roberto y la enfundó en la cartuchera. Tragó la blanca pólvora y tras un breve enjuague con un líquido amarillento, llevó su boca hacia la de su amante y se besaron de forma prolongada, mientras la munición de Roberto era digerida hasta transformarse en combustible por el organismo de Teresa.



–Ahora ¿te encuentra mejor?, seguro que sí Amor mío –sacó una pequeña licorera de su bolso y lo ofreció a su Compañero–, enjuágate con esto y luego bebe un poco. Es un Brandy muy caro, no lo desperdicies.
– ¿Estás seguro Roberto que aguantarás que haga estas cosas a otros hombres? Esta es mi profesión, como te dije, y disfruto con ella. Me gusta saborear el pene de los hombres y beber su sustancia. Si quieres, puedo seguir contigo siendo tu sexicóloga, a tiempo parcial, y no cobrarte nada. De ese modo no tendrás porqué sufrir – Teresa sonrió.
–Tere –le contestó Roberto–, y  ¿qué diferencia habría con ello? Yo no encuentro diferencia alguna. Si a ti te gusta, sigue haciéndolo. No me inmutaré, y no es porque te quiera tanto, que también, sino porque no encuentro ninguna diferencia en estar contigo pagando o no. Te he dicho que no soy celoso y lo que realmente quiero de ti es ser Padre de tus hijos, y permanecer junto a ti hasta que uno de los dos, por ley natural, tenga que cruzar el velo hacia el otro lado.
Hace pocos años, cualquiera de los dos habría sido considerado como obseso sexual. Adictos enfermos que deberían seguir algún tipo de tratamiento psiquiátrico; pero ahora todo era diferente. Había muchas personas que siguiendo el ejemplo de algunos chimpancés africanos, Los bonobo, preferían practicar el sexo, de forma compulsiva,  a derramar la sangre de sus vecinos haciéndoles la guerra.



Teresa y Roberto se fundieron en un cálido abrazo. Después él volvió a tomar el volante y siguieron su camino, sin tener consciencia alguna de lo que los próximos minutos podían depararles.  
*