El Automóvil es una verdadera máquina del Tiempo pues nos lleva a sitios lejanos en breves lapsus de tiempo. Todo artilugio que nos traslade a mayor velocidad que la que nos proporciona nuestras extremidades inferiores, es una máquina del tiempo hacia el pasado, o ¿No?.
Azór 1 (Piloto de Helicóptero)
Los rayos solares han empezado a cubrirse con un níveo y uniforme banco de altas nubes libres de hollín.
Unos pocos y diminutos copos de nieve han comenzado a caer, derritiéndose a unos palmos del suelo. Conforme transcurren los minutos, los copos se van haciendo más grandes y consistentes hasta tomar por asalto su lugar de destino.
Son primero, las copas de las coníferas así como las frías tierras aledañas las que aceptan con cariño a la grisácea reina del frío.
La pequeña tormenta de nieve se va convirtiendo en una poderosa ventisca, cuya fiereza termina por llegar a cubrir el negro asfalto de la carretera por un gris más que blanco.
Ya queda atrás la montaña. Atrás quedaron también las laderas y solo se abre, ante el presente futuro, la inmensa llanura donde la nieve termina por cuajar.
El tiempo y el espacio, como no puede ser de otro modo, se van quedando rezagados.
De repente, el silente sonido de la nieve al ser aplastada contra el techo del automóvil rojo, es interrumpido por el poderoso estruendo de un rotor que bate las aspas de un helicóptero cercano.
El descendiente del autogiro sobrevuela, a baja altura, el rodar uniforme del vehículo terrestre.
Roberto Beltrán abre la ventanilla y contempla como la nieve forma remolinos, a modo de composición musical, ante la batuta de las aspas que dirige un inconsciente director.
– ¿Escuchas Teresa?
–Sí, Roberto, hace ya algún tiempo que vengo notando algo extraño ¿Es civil o de la policía?
–Desde aquí no te lo puedo decir con exactitud; pero me da la impresión que no es de la policía, no alcanzo a ver ningún tipo de numeración bajo su panza.
–Entonces no es de la policía, tus perseguidores nos han localizado –Dijo Teresa.
–Eso parece, ¿Qué hago, Dios mío, que hago?–“Tienen a mi hijo” pensaba Roberto.
–Acelera Roberto, acelera, tienen que creer que sigues huyendo, no debes ponérselo demasiado fácil.
–Tienes razón Tere, es una buena estrategia mantener, de mi lado, el factor sorpresa.
–De nuestro lado, Roberto, de nuestro lado.
–Eso ya lo veremos, amiga mía –Le contestó Roberto, mientras sus pensamientos le arengaban en contra de haber involucrado a su amada sexóloga.
El Ingeniero aceleró y con la necesaria precaución fue cambiando de marchas, de tal modo que así podía controlar la velocidad, ante las sinuosas curvas, sin necesidad de pisar el peligroso freno; que ante la presente circunstancia meteorológica, podría haberse convertido en algo posiblemente fatal.
El helicóptero, ante las únicas molestias del viento y la nieve, iba siguiendo a poca altura, al coche de Teresa, entre los pueblos de Colmenar Viejo y Tres Cantos.
–Zorro Rojo –habló por radio el piloto del helicóptero–, aquí Azór Uno, hemos localizado el blanco manto de la presa, se encuentra en nuestra vertical, las coordenadas están reflejadas en vuestro ordenador.
–Azór Uno –recibió la respuesta–, Zorro Rojo saldrá en el próximo desvío en persecución de Conejo Blanco. Aquí Comadreja, yo saldré precediendo su fuga.
–Azór Uno –recibió la respuesta–, Zorro Rojo saldrá en el próximo desvío en persecución de Conejo Blanco. Aquí Comadreja, yo saldré precediendo su fuga.
–Comadreja y Azor Uno, aquí Zorro Rojo, entendido, allí nos encontraremos, según lo acordado, en unos dos minutos.
A la altura de la última salida de Tres Cantos, dirección a Madrid, Comadreja se encontraba parado en el arcén, esperando la llegada de Conejo Blanco.
– ¡Ahí los tenemos, Roberto! –Exclamó Teresa, mientras señalaba hacia adelante.
–Creo que también nos vienen siguiendo –Contestó Roberto mientras echaba una ojeada al automóvil negro que traían detrás, por medio del retrovisor.
El automóvil perseguidor se encontraba a medio kilómetro de distancia.
–Ahora ya no tenemos escapatoria –comentó Roberto–, nos van a dar por delante y por detrás, perdona que te haya metido en este lío.
–Esto si que es extraño –sonrió ella–, no has utilizado palabras malsonantes para ilustrar nuestra actual situación.
–Solo ha sido un lapsus Tere –le devolvió la sonrisa–, de sobra sabes que estamos jodidos y que nos van a dar por el puto culo.
Teresa puso expresión de circunstancia y rió, mientras se sujetaba fuertemente en el agarradero que había a su derecha, cerca del techo del vehículo; mientras tanto, el Ingeniero seguía aumentando la velocidad, pisando a fondo el acelerador; pero sin poder evitar que el coche que les precedía, a baja velocidad por el arcén, retomara su marcha situándose ante ellos a muy pocos metros del morro de su automóvil.
–Aquí Azor Uno, a Zorro Rojo y Comadreja, abandono la persecución, la meteorología no acompaña y la caza está debidamente avistada, mi participación en la cacería podría resultar en exceso peligrosa. Conejo Blanco queda en vuestras manos, me retiro a la base.
El vehículo aéreo tomó la debida altura y desplazó su dirección hacia el oeste, dejando la responsabilidad final en manos de sus compañeros terrestres.
–No parece que quieran hacernos parar en este instante –Comentó Teresa.
–Quizá sea porque han decidido mantener las distancias, intentaré sobrepasar al vehículo que tenemos delante.
Roberto hizo varios intentos por adelantar al vehículo que les precedía; pero aquel abortaba, de una u otra forma, el pretendido adelantamiento. Si Roberto giraba el volante del automóvil hacia la izquierda, ellos fintaban hacia la izquierda y si lo hacía hacia la derecha, ellos fintaban hacia el mismo lugar impidiendo cualquier maniobra evasiva.
Roberto hizo varios intentos por adelantar al vehículo que les precedía; pero aquel abortaba, de una u otra forma, el pretendido adelantamiento. Si Roberto giraba el volante del automóvil hacia la izquierda, ellos fintaban hacia la izquierda y si lo hacía hacia la derecha, ellos fintaban hacia el mismo lugar impidiendo cualquier maniobra evasiva.
–Así está bien Roberto. Deben creer que no queremos que nos cojan. Una vez que nos encontremos en la ciudad de Madrid, podremos intentar esquivarlos con mejor fortuna, debido a la mayor circulación de vehículos.
–Sí, Teresa, pero no de forma tan perfecta que les perdamos de verdad.
Teresa sonrió una última vez antes de volver a expresar la natural preocupación de aquel instante.
Cuando llegaron a las vías exteriores de la ciudad, la persecución se hizo más vertiginosa; llegando a perder al vehículo que les precedía, gracias a un viraje que hizo Roberto para tomar la autovía de la M30.
–Ya no dudarán de que no queramos ser atrapados –Sonrió Roberto.
Éste fue conduciendo el automóvil rojo, de tal modo que unas veces se encontraba en el carril derecho para, en el segundo siguiente, virar hacia los carriles central e izquierdo y retomar su sitio, de forma temeraria, en el carril primitivo.
–Suerte Roberto que, a estas horas y en un día como hoy, la circulación nos acompaña. Ten mucho cuidado Amor.
–No te preocupes Tere. A pesar de que voy algo rápido; soy consciente de que no debemos llamar la atención de la policía municipal. Si nos parasen, es más que probable que nuestros perseguidores abandonaran a su presa y eso ¡No lo queremos! –Roberto mostró una expresión de rabia mientras decía estas últimas palabras, ya que no hacía más que pensar en su inocente hijo.
El automóvil perseguidor seguía imitando los peligrosos lances que realizaba el coche rojo; pero con la suficiente prudencia como para tampoco llamar la atención.
–Aquí Zorro Rojo a Comadreja. Vamos a abandonar la autovía.
–Comadreja a Zorro Rojo. Tenemos las coordenadas de vuestro GPS en nuestro ordenador. Estaremos esperando en la siguiente intersección. No esperábamos que Conejo Blanco tomara el desvío de la M30.
En la ciudad de Madrid, la nieve llegaba al suelo convertida en pequeñas gotas de lluvia, ya que la nieve se derretía, indefectiblemente, al tomar contacto con las calientes capas de la baja atmósfera; debido al trajín de la gran ciudad.
–Comadreja a Zorro Rojo, estamos preparados para interceptar a Conejo Blanco en las coordenadas previstas. No tienen otra salida.
–Zorro Rojo a Comadreja. A pesar del trabajo que nos ha dado, ya lo tenemos en nuestras manos. El imbécil éste no se ha dado cuenta de que somos más listos que él y ha caído en la trampa.
–Zorro Rojo –dijo Comadreja–, comunicaré al patrón que el trabajo está realizado.
–Zorro Rojo –dijo Comadreja–, comunicaré al patrón que el trabajo está realizado.
–Okey Comadreja, nos vemos.
El copiloto del automóvil estacionado, Comadreja, se puso en comunicación con el gran dignatario americano de la Orden de la Rosa para comunicarle el final de la cacería; pero el alto mandatario decidió poner cierto orden y cordura a la real situación.
–Ojo al dato Comadreja que aún no tenemos al conejo; aunque es posible que se deje capturar, si el ordenador de su vivienda ha conectado con el automóvil que conduce... Tenemos en nuestro poder a su gazapo. Sean prudentes, no utilicen la violencia y traigan a Conejo Blanco intacto.
– ¡Entendido Jefe!
En una de las callejuelas de la Corredera, antiguo barrio chino de Madrid, a la derecha de la Gran vía; había un automóvil negro atravesado en la calle del Barco.
El automóvil que conducía el Ingeniero, tuvo que dar un frenazo y que hizo virar al automóvil un ángulo de noventa grados, quedando su morro orientado a una boca calle y a muy pocos centímetros de su lateral, el morro del vehículo negro atravesado.
Roberto Beltrán, como una exhalación, lanzó a su acompañante el pequeño artefacto electrónico.
–Teresa rápido –dijo–, conduce tú. Yo me bajo en este apeadero. Ya te he dicho donde he quedado con Armando Arpegio. Por favor, entrégale esto..., vete ya.
–No pienso abandonarte a tu suerte –interrumpió Teresa–, estamos juntos en esto.
–Tere, por favor, no seas melodramática ahora. Si quieres ser útil, haz lo que te digo. No te desprendas de este medallón –Roberto colocó un pequeño colgante alrededor del cuello de Teresa–, estaremos en contacto.
Roberto cerró con fuerza la puerta del automóvil de Teresa, mientras los ocupantes del automóvil negro salían de éste, armados con sendas pistolas equipadas con silenciadores.
Teresa instó a Calvito a que tomase los mandos del coche por emergencia de prioridad Uno. El vehículo gobernado por su ordenador arrancó y marchó de aquel lugar a la máxima velocidad que le permitieron aquellas estrechas calles. Mientras tanto, Teresa, fue pasándose al asiento del conductor para terminar tomando los mandos de su vehículo.
Roberto Beltrán permanecía inmóvil, ante sus captores, con los brazos semi alzados.
A los pocos segundos, Zorro Rojo llegó junto a Comadreja separándole de aquel, tan solo, el medio metro cuadrado que ocupaba el cuerpo de Roberto Beltrán.
Sus captores le invitaron a subir en uno de los vehículos, mientras le apuntaban con sus negras pistolas. Roberto aceptó, con una sonrisa y sin oponer resistencia alguna, ante una invitación tan difícil de rechazar.
“Pronto estaré junto a mi Hijo, eso es lo único que importa” –Pensó.
El automóvil salió de la encrucijada que suponía la Corredera desembocando en la Gran Vía, dirección hacia el Paseo de la Castellana. Tras una media hora de sepulcral silencio y durante la cual tan solo se dirigieron, los ocupantes del vehículo, breves miradas, llegaron hasta la Avenida de Burgos.
Allí, ante un edificio acristalado, negro como el azabache, paró el automóvil y sus ocupantes se dirigieron hacia la séptima planta.
Una vez arriba, tras salir del amplio ascensor, frente a la entrada, Roberto pudo leer los caracteres griegos que había grabados en una placa de bronce situada en la puerta.
Una vez arriba, tras salir del amplio ascensor, frente a la entrada, Roberto pudo leer los caracteres griegos que había grabados en una placa de bronce situada en la puerta.
Roberto Beltrán desconocía aquel lugar.
La puerta se abrió sin que nadie hubiese pedido la entrada, lo que le hizo suponer, a Roberto, que estaban siendo observados mediante cámaras de televisión situadas estratégicamente.
Cuando Roberto Beltrán penetró en la inmensa dependencia, pareció quedarse sin habla. Su rostro mudó al blanco de la nieve. Sus ojos parecieron salirse de las órbitas y su labio inferior se relajó dejando ver la encía de sus dientes inferiores.
La incredulidad de lo que veía y la sorpresa de lo imposible le hicieron negar lo que sus propios ojos le estaban mostrando.
– ¡Ja, Ja, Javier...! –Gritó en su interior, saliendo al exterior unas pocas e imperceptibles sílabas, al contemplar a la persona que había salido a su encuentro.
– ¡Ja, Ja, Javier...! –Gritó en su interior, saliendo al exterior unas pocas e imperceptibles sílabas, al contemplar a la persona que había salido a su encuentro.
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