jueves, 29 de septiembre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, Persecución

El Automóvil es una verdadera máquina del Tiempo pues nos lleva a sitios lejanos en breves lapsus de tiempo. Todo artilugio que nos traslade a mayor velocidad que la que nos proporciona nuestras extremidades inferiores, es una máquina del tiempo hacia el pasado, o ¿No?.

Azór 1 (Piloto de Helicóptero)

Persecución



Los rayos solares han empezado a cubrirse con un níveo y uniforme banco de altas nubes libres de hollín.
Unos pocos y diminutos copos de nieve han comenzado a caer, derritiéndose a unos palmos del suelo. Conforme transcurren los minutos, los copos se van haciendo más grandes y consistentes hasta tomar por asalto su lugar de destino.
Son primero, las copas de las coníferas así como las frías tierras aledañas las que aceptan con cariño a la grisácea reina del frío.
La pequeña tormenta de nieve se va convirtiendo en una poderosa ventisca, cuya fiereza termina por llegar a cubrir el negro asfalto de la carretera por un gris más que blanco.
Ya queda atrás la montaña. Atrás quedaron también las laderas y solo se abre, ante el presente futuro, la inmensa llanura donde la nieve termina por cuajar.
El tiempo y el espacio, como no puede ser de otro modo, se van quedando rezagados.
De repente, el silente sonido de la nieve al ser aplastada contra el techo del automóvil rojo, es interrumpido por el poderoso estruendo de un rotor que bate las aspas de un helicóptero cercano.
El descendiente del autogiro sobrevuela, a baja altura, el rodar uniforme del vehículo terrestre.
Roberto Beltrán abre la ventanilla y contempla como la nieve forma remolinos, a modo de composición musical, ante la batuta  de las aspas que dirige un inconsciente director.
– ¿Escuchas Teresa?
–Sí, Roberto, hace ya algún tiempo que vengo notando algo extraño ¿Es civil o de la policía?
–Desde aquí no te lo puedo decir con exactitud; pero me da la impresión que no es de la policía, no alcanzo a ver ningún tipo de numeración bajo su panza.
–Entonces no es de la policía, tus perseguidores nos han localizado –Dijo Teresa.
–Eso parece, ¿Qué hago, Dios mío, que hago?–“Tienen a mi hijo” pensaba Roberto.
–Acelera Roberto, acelera, tienen que creer que sigues huyendo, no debes ponérselo demasiado fácil.
–Tienes razón Tere, es una buena estrategia mantener, de mi lado, el factor sorpresa.
–De nuestro lado, Roberto, de nuestro lado.
–Eso ya lo veremos, amiga mía –Le contestó Roberto, mientras sus pensamientos le arengaban en contra de haber involucrado a su amada sexóloga.
El Ingeniero aceleró y con la necesaria precaución fue cambiando de marchas, de tal modo que así podía controlar la velocidad, ante las sinuosas curvas, sin necesidad de pisar el peligroso freno; que ante la presente circunstancia meteorológica, podría haberse convertido en algo posiblemente fatal.
El helicóptero, ante las únicas molestias del viento y la nieve, iba siguiendo a poca altura, al coche de Teresa, entre los pueblos de Colmenar Viejo y Tres Cantos.
–Zorro Rojo –habló por radio el piloto del helicóptero–, aquí Azór Uno, hemos localizado el blanco manto de la presa, se encuentra en nuestra vertical, las coordenadas están reflejadas en vuestro ordenador.


–Azór Uno –recibió la respuesta–, Zorro Rojo saldrá en el próximo desvío en persecución de Conejo Blanco. Aquí Comadreja, yo saldré precediendo su fuga.
–Comadreja y Azor Uno, aquí Zorro Rojo, entendido, allí nos encontraremos, según lo acordado, en unos dos minutos.
A la altura de la última salida de Tres Cantos, dirección a Madrid, Comadreja se encontraba parado en el arcén, esperando la llegada de Conejo Blanco.
– ¡Ahí los tenemos, Roberto! –Exclamó Teresa, mientras señalaba hacia adelante.
–Creo que también nos vienen siguiendo –Contestó Roberto mientras echaba una ojeada al automóvil negro que traían detrás, por medio del retrovisor.
El automóvil perseguidor se encontraba a medio kilómetro de distancia.
–Ahora ya no tenemos escapatoria –comentó Roberto–, nos van a dar por delante y por detrás, perdona que te haya metido en este lío.
–Esto si que es extraño –sonrió ella–, no has utilizado palabras malsonantes para ilustrar nuestra actual situación.
–Solo ha sido un lapsus Tere –le devolvió la sonrisa–, de sobra sabes que estamos jodidos y que nos van a dar por el puto culo.
Teresa puso expresión de circunstancia y rió, mientras se sujetaba fuertemente en el agarradero que había a su derecha, cerca del techo del vehículo; mientras tanto, el Ingeniero seguía aumentando la velocidad, pisando a fondo el acelerador; pero sin poder evitar que el coche que les precedía, a baja velocidad por el arcén, retomara su marcha situándose ante ellos a muy pocos metros del morro de su automóvil.
–Aquí Azor Uno, a Zorro Rojo y Comadreja, abandono la persecución, la meteorología no acompaña y la caza está debidamente avistada, mi participación en la cacería podría resultar en exceso peligrosa. Conejo Blanco queda en vuestras manos, me retiro a la base.
El vehículo aéreo tomó la debida altura y desplazó su dirección hacia el oeste, dejando la responsabilidad final en manos de sus compañeros terrestres.
–No parece que quieran hacernos parar en este instante –Comentó Teresa.
–Quizá sea porque han decidido mantener las distancias, intentaré sobrepasar al vehículo que tenemos delante.


Roberto hizo varios intentos por adelantar al vehículo que les precedía; pero aquel abortaba, de una u otra forma, el pretendido adelantamiento. Si Roberto giraba el volante del automóvil hacia la izquierda, ellos fintaban hacia la izquierda y si lo hacía hacia la derecha, ellos fintaban hacia el mismo lugar impidiendo cualquier maniobra evasiva.
–Así está bien Roberto. Deben creer que no queremos que nos cojan. Una vez que nos encontremos en la ciudad de Madrid, podremos intentar esquivarlos con mejor fortuna, debido a la mayor circulación de vehículos.
–Sí, Teresa, pero no de forma tan perfecta que les perdamos de verdad.
Teresa sonrió una última vez antes de volver a expresar la natural preocupación de aquel instante.
Cuando llegaron a las vías exteriores de la ciudad, la persecución se hizo más vertiginosa; llegando a perder al vehículo que les precedía, gracias a un viraje que hizo Roberto para tomar la autovía de la M30.
–Ya no dudarán de que no queramos ser atrapados –Sonrió Roberto.
Éste fue conduciendo el automóvil rojo, de tal modo que unas veces se encontraba en el carril derecho para, en el segundo siguiente, virar hacia los carriles central e izquierdo y retomar su sitio, de forma temeraria, en el carril primitivo.
–Suerte Roberto que, a estas horas y en un día como hoy, la circulación nos acompaña. Ten mucho cuidado Amor.
–No te preocupes Tere. A pesar de que voy algo rápido; soy consciente de que no debemos llamar la atención de la policía municipal. Si nos parasen, es más que probable que nuestros perseguidores abandonaran a su presa y eso ¡No lo queremos! –Roberto mostró una expresión de rabia mientras decía estas últimas palabras, ya que no hacía más que pensar en su inocente hijo.
El automóvil perseguidor seguía imitando los peligrosos lances que realizaba el coche rojo; pero con la suficiente prudencia como para tampoco llamar la atención.
–Aquí Zorro Rojo a Comadreja. Vamos a abandonar la autovía.
–Comadreja a Zorro Rojo. Tenemos las coordenadas de vuestro GPS en nuestro ordenador. Estaremos esperando en la siguiente intersección. No esperábamos que Conejo Blanco tomara el desvío de la M30.
En la ciudad de Madrid, la nieve llegaba al suelo convertida en pequeñas gotas de lluvia, ya que la nieve se derretía, indefectiblemente, al tomar contacto con las calientes capas de la baja atmósfera; debido al trajín de la gran ciudad.
–Comadreja a Zorro Rojo, estamos preparados para interceptar a Conejo Blanco en las coordenadas previstas. No tienen otra salida.
–Zorro Rojo a Comadreja. A pesar del trabajo que nos ha dado, ya lo tenemos en nuestras manos. El imbécil éste no se ha dado cuenta de que somos más listos que él y ha caído en la trampa.


–Zorro Rojo –dijo Comadreja–, comunicaré al patrón que el trabajo está realizado.
–Okey Comadreja, nos vemos.
El copiloto del automóvil estacionado, Comadreja, se puso en comunicación con el gran dignatario americano de la Orden de la Rosa para comunicarle el final de la cacería; pero el alto mandatario decidió poner cierto orden y cordura a la real situación.
–Ojo al dato Comadreja que aún no tenemos al conejo; aunque es posible que se deje capturar, si el ordenador de su vivienda ha conectado con el automóvil que conduce... Tenemos en nuestro poder a su gazapo. Sean prudentes, no utilicen la violencia  y traigan a Conejo Blanco intacto.
– ¡Entendido Jefe!
En una de las callejuelas de la Corredera, antiguo barrio chino de Madrid, a la derecha de la Gran vía; había un automóvil negro atravesado en la calle del Barco.
El automóvil que conducía el Ingeniero, tuvo que dar un frenazo y que hizo virar al automóvil un ángulo de noventa grados, quedando su morro orientado a una boca calle y a muy pocos centímetros de su lateral, el morro del vehículo negro atravesado.
Roberto Beltrán, como una exhalación, lanzó a su acompañante el pequeño artefacto electrónico.
–Teresa rápido –dijo–, conduce tú. Yo me bajo en este apeadero. Ya te he dicho donde he quedado con Armando Arpegio. Por favor, entrégale esto..., vete ya.
–No pienso abandonarte a tu suerte –interrumpió Teresa–, estamos juntos en esto.
–Tere, por favor, no seas melodramática ahora. Si quieres ser útil, haz lo que te digo. No te desprendas de este medallón –Roberto colocó un pequeño colgante alrededor del cuello de Teresa–, estaremos en contacto.
Roberto cerró con fuerza la puerta del automóvil de Teresa, mientras los ocupantes del automóvil negro salían de éste, armados con sendas pistolas equipadas con silenciadores.
Teresa instó a Calvito a que tomase los mandos del coche por emergencia de prioridad Uno. El vehículo gobernado por su ordenador arrancó y marchó de aquel lugar a la máxima velocidad que le permitieron aquellas estrechas calles. Mientras tanto, Teresa, fue pasándose al asiento del conductor para terminar tomando los mandos de su vehículo.
Roberto Beltrán permanecía inmóvil, ante sus captores, con los brazos semi alzados.
A los pocos segundos, Zorro Rojo llegó junto a Comadreja separándole de aquel, tan solo, el medio metro cuadrado que ocupaba el cuerpo de Roberto Beltrán.
Sus captores le invitaron a subir en uno de los vehículos, mientras le apuntaban con sus negras pistolas. Roberto aceptó, con una sonrisa y sin oponer resistencia alguna, ante una invitación tan difícil de rechazar.
“Pronto estaré junto a mi Hijo, eso es lo único que importa” –Pensó.
El automóvil salió de la encrucijada que suponía la Corredera desembocando en la Gran Vía, dirección hacia el Paseo de la Castellana. Tras una media hora de sepulcral silencio y durante la cual tan solo se dirigieron, los ocupantes del vehículo, breves miradas, llegaron hasta la Avenida de Burgos.
Allí, ante un edificio acristalado, negro como el azabache, paró el automóvil y sus ocupantes se dirigieron hacia la séptima planta.


Una vez arriba, tras salir del amplio ascensor, frente a la entrada, Roberto pudo leer los caracteres griegos que había grabados en una placa de bronce situada en la puerta.
Roberto Beltrán desconocía aquel lugar.
La puerta se abrió sin que nadie hubiese pedido la entrada, lo que le hizo suponer, a Roberto, que estaban siendo observados mediante cámaras de televisión situadas estratégicamente.
Cuando Roberto Beltrán penetró en la inmensa dependencia, pareció quedarse sin habla. Su rostro mudó al blanco de la nieve. Sus ojos parecieron salirse de las órbitas y su labio inferior se relajó dejando ver la encía de sus dientes inferiores.
La incredulidad de lo que veía y la sorpresa de lo imposible le hicieron negar lo que sus propios ojos le estaban mostrando.




– ¡Ja, Ja, Javier...! –Gritó en su interior, saliendo al exterior unas pocas e imperceptibles sílabas, al contemplar a la persona que había salido a su encuentro.


*

domingo, 25 de septiembre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, G-Joviana

Supuestamente, la Dimensión Gaia es el Mundo de la Realidad del Escritor; pero no por ello, es el Mundo Original. Gaia, sigue siendo un simple espejismo del Mundo Verdadero.

El Autor

(Dimensión Gaia 2074 d.c.)

G-Joviana


Pesadas y asalmonadas nubes eran salpicadas con estruendosos rayos que terminaban por cegar, con su luminosa blancura, cualquier tipo de instrumentación científica. Sólo el radar era capaz de detectar capas atmosféricas cada vez más densas, a medida que la ligera pero robusta cápsula se sumergía bajo el espeso manto gaseoso. El piloto de la esfera parecía incrustarse, hasta casi desaparecer, en su anatómico asiento, cuyos polímeros deformables, con memoria molecular, habían sido diseñados para soportar la brutal presión de varias G de gravedad.
La química del Planeta, compuesta principalmente de hidrógeno y helio, no era combustible debido a la, práctica, total ausencia de oxígeno; sólo esa circunstancia permitía que el Comandante pudiera utilizar los cohetes auxiliares de maniobra.
Las luces de la consola de mando comenzaron a parpadear arrítmicamente y el ordenador de abordo, tras detectar un imprevisto percance, lo comunicó al único tripulante.

– "De forma incomprensible, la nave ha sido atrapada por el vórtice de un tornado”.
Vientos con velocidades capaces de sobrepasar a la del propio sonido, provocaban en el diminuto entorno habitable, unos efectos vibratorios que podrían desconcertar a cualquier miembro de una especie inteligente.
–– "Tomo el control de la sonda. Los mandos manuales no responden. El piloto se encuentra inconsciente. Activada la caja negra ignífuga" – prosiguió la femenina voz del computador, con su característico tono metálico .
El solitario navegante yacía sumergido, aparentemente sin vida, en la espuma tecnológica de su asiento. Las carnes y piel de sus partes expuestas – cara y manos– parecían querer desprenderse de su esqueleto con la intención de tomar vida propia en un cercano círculo de influencia. Su vibrante faz dejaba entrever ráfagas de líneas, semejantes a rayos violáceos, debido a las múltiples hemorragias producidas en los vasos sanguíneos. Los ojos, sin vista, sobresalían de un modo horrible primero, para ocultarse después al abrigo de unos párpados inútiles y las habituales venillas empezaron a recibir una afluencia exagerada de sangre, cuya apariencia figuraban radios quebrados de un rojo intenso sobre enormes gGoltruns sobredimensionados y...

Su muerte parecía inminente.
Los motores de hidrógeno líquido y queroseno ayudaron al tímido avance de la maltrecha nodriza. La cual había hecho uso, en un intento desesperado, de sus impulsores nucleares.
Afuera, el resplandor natural del espeso caldo atmosférico, en cuyo origen era adornado por las interminables tormentas magnéticas, ahora era acompañado por una cadena de múltiples explosiones de diminutas bombas de fusión, así como de una extraña y siniestra sombra con forma de mujer.
La máquina, ideada para soportar las inclemencias derivadas de una exploración a las capas más externas de la atmósfera de Júpiter; había sabido salir airosa de su aventura, muy a pesar de los graves daños estructurales, por sus propios medios.
Había salvado con éxito, el vector de fuerza a que la había sometido el remolino joviano; pero faltaba conocer la salud del auténtico valor humano que habitaba sus entrañas.

Breves, pero efectivas descargas eléctricas realizaron su función de masaje cardíaco y los sensores vitales de todo tipo –electroencefalógrafo y cardiógrafo, entre otros – no paraban de monitorizar, intermitentes, como enloquecidos por una partícula vital que intentara no dejar de ser lo que en realidad era: Inteligencia.
Esta vez, Roberto Beltrán’Jr, tampoco moriría. Volvería para acabar con su destino.
*

miércoles, 21 de septiembre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, Teresa la Sexicóloga

Cuando el Caos evoluciona de forma natural, la Vida progresa hacia su destino; pero cuando se intenta controlar el Caos, lo acercamos a la Vida y acaba degradando cualquiera de sus programadas metas.

Miguel Beltrán (Nieto de Roberto Beltrán Senior)




Teresa la Sexicóloga

Es una mañana neblinosa en las altas cumbres de la sierra madrileña.
El sol comienza a mostrar sus nacientes y poderosos rayos, rasgando majestuosamente algunos pequeños bancos de nubes, cargados de suciedad, meciéndose a pocos centímetros del suelo y  formados por diminutas gotas de agua en suspensión.
Esos mismos rayos acarician el grisáceo y viejo asfalto de una carretera comarcal poco transitada, convirtiendo el primitivo gris oleoso en un multicolor y acuoso arco iris de tonos terrosos.
Un deportivo rojo rueda sobre el pavimento. Su velocidad de crucero es moderada como si intentara ser lo más fiel posible a todas las normas de tráfico. Se despista por entre la carretera, siendo acariciado por una suave y gélida brisa.
La aparente soledad de un paisaje, cargado de lujuria y verdor natural, acompaña a sus ocupantes, que se dirigen hacia un destino incierto.
Teresa Rubio va dormitando, mientras su compañero y antiguo cliente, Roberto Beltrán, conduce su poderosa máquina rodante.
De repente, la rutina de la veloz soledad se ve interrumpida, como si fuera un sacrilegio, por la computadora de a bordo.
La masculina y sensual voz del ordenador atronó en el interior del pequeño habitáculo.
–Teresa, hemos recibido un vídeo mensaje urgente de la computadora de tu cliente, el Señor Beltrán.
La aburrida expresión de Roberto se transformó en otra interrogante, mientras solicitó la entrega de la información.
–Lo siento –contestó el vehículo–, sus notas vocales no se encuentran computerizadas en mis bancos de memoria.
La expresión que mostraba Roberto era inclasificable entre odio y sorpresa.
Teresa Rubio se fue despertando como consecuencia del jaleo que se traían entre el ordenador del automóvil y su conductor.




– ¿Qué sucede Roberto, porqué este alboroto, nos sigue la policía?
–Este jodido cacharro tuyo, que no quiere soltar prenda.
– ¿Qué? –Preguntó extrañada la propietaria del vehículo.
–Señorita Rubio me alegro que haya despertado, –contestó la máquina– estamos recibiendo un mensaje del domicilio de Roberto Beltrán. El individuo que me conduce –Si hubiese podido, Roberto habría destruido a esa cosa solo con su mirada–,  no tengo registradas sus notas vocales. Los códigos de seguridad que usted me implantó impiden que pueda obedecer otras órdenes que no sean las suyas.
–Es cierto, Calvito, te concedo paso con el código quinientos dieciséis. Conductor Roberto Beltrán. Puedes proceder –Teresa miró con dulzura a su amante–, Roberto dile cualquier cosa.
–Jodida máquina, si de mí dependiera te mandaría a una puta chatarrería.
“No hay una frase sin su palabrota, este hombre no tiene remedio” –Pensó Teresa.
– ¡Códigos vocales registrados! Comunicación en marcha.
–Berta ¿qué sucede? –Preguntó Roberto.
–Algo no va bien por aquí. Llegó tu hijo antes de lo esperado y acompañado de otras personas, cuyas imágenes  tengo registradas; al poco tiempo volvieron a salir pegando gritos. Petunia se encuentra inerte en el suelo y sobre un charco de sangre. Yo la llamo; pero no contesta a mis interpelaciones.
Teresa miraba la expresión llorosa y preocupada de su compañero.
–Roberto ¿Quieres que cambiemos de lugar?, anda, déjame conducir a mí.
–No Tere, no es necesario; tenía que haber previsto que algo así sucedería –Escúchame con atención, Berta, muéstrame las imágenes que tengas grabadas desde cinco minutos antes de que tomaras contacto con Miguel.
En la pantalla holográfica del vehículo, empezaron a tomar forma tridimensional unas imágenes que iban acompañadas de los correspondientes sonidos; mientras que el piloto semiautomático tomaba los mandos de seguridad del automóvil.



– ¿Dónde vas niño?
–A ver a mi abuelita ¿a ti que te importa? –Contestó Miguel con insolencia al caballero vestido de gris que lo había interrogado.
Este, junto con su compañero, igualmente uniformado, estaba apostado sobre un vehículo, negro como el azabache, justo enfrente del portal de acceso al edificio.
El jovencito, ataviado con una gorra de paño verde, se quedó mirando a los cubiertos ojos de sus altos y enjutos interrogadores.
– ¿Quiénes son ustedes? No les conozco, vengo a la casa de mi Padre, que no de mi abuela, y como habrán podido comprobar yo no soy Caperucita Roja.
–Eso es evidente Joven. Disculpa nuestro atrevimiento; pero somos amigos de Roberto Beltrán y el no se encuentra en casa –Dijo el que parecía llevar la voz cantante, mientras se quitaba las gafas con el fin de mostrar mayor confianza.
–Hombre, haber empezado por ahí. Ese es mi Padre. No creo que tarde en volver así que pueden subir conmigo y así se podrán evitar este frío que pela. A ver si la abuelita tiene pastas y una jarrita de miel –Miguel sonrió mostrando cara de pillastre.
Las cámaras del portero automático fueron siguiendo los movimientos de los tres sujetos. Los dos hombres seguían a Miguel Beltrán mientras, de vez en cuando, echaban una ojeada a sus espaldas.
Cruzaron un pequeño jardín interior, de un color amarronado ,propio de la estación que transcurría. Ese lugar daba una sensación, a los  posibles paseantes, de estar siendo acogidos por alguien de gran sensibilidad natural.
–Berta, soy Miguel, por favor ábreme la puerta.
– ¿Palabra clave Señoriíto?
Miguel hizo un gesto a sus acompañantes, poniéndose las manos en los oídos.
–Taparos los oídos. Lo que tengo que decir no lo podéis oír. Voy en serio.
Sus acompañantes asintieron y sonrieron mientras se miraban, e hicieron lo que Miguel les dijo.
–Joven Miguel –dijo Berta–, ¿Bloque?
–Bella, Siempre Bella –contestó Miguel, mientras sus acompañantes sonreían al no entender la ingenuidad de las palabras que habían escuchado–, Mi Amada Berta.




La puerta del domicilio se abrió y los sicarios de la Orden de la Rosa y el Clavel pasaron por encima de Miguel, mientras uno de ellos sujetaba, para que no escapase, al joven por la pechera de la chaqueta que vestía.
– ¿Qué hacéis?, me habéis engañado. Sois ladrones. Vosotros no sois amigos de mi Padre... ¡Berta, Berta! Llama a la Policía, son ladrones los que vienen conmigo.
Petunia, que hasta ese instante había estado ajena a lo que pasaba se dirigió corriendo, con paso firme, hacia el origen de los chillidos. Cuando vio a Miguel, acompañado de tan sospechosos individuos, se abalanzó contra aquel que mantenía sujeto al niño, enarbolando como única arma un bote de cocina.
La fuerza de aquellos intrusos era grande  y tanto Petunia como Miguel fueron arrollados, con furia, hacia el interior del salón.
En el forcejeo entre Petunia y uno de los sicarios, esta resbaló y se fue a dar  contra el canto de la mesa de centro del salón. Aquella que bajo su tapa de cristal mostraba, con majestuosidad, el mandil y la banda de Maestro del Arco Real de Jerusalén junto con la espada masónica oficial.
– ¡Dios mío! –Se escuchó.
– ¿Qué has hecho, jodido maricón? –Increpó uno de ellos a su compañero.
–Yo no he hecho nada, esta bastarda se ha caído ella solita.



El que había preguntado y que mantenía sujeto  a un Miguel, cada vez más rebelde, se agachó con la intención de tomarle el pulso, en el cuello, a la sirvienta de la casa.
–No respira, ahora si que estamos jodidos. Coge todo lo que veas raro por ahí y vamonos de aquí enseguida. Joder, y teníamos las gafas quitadas.
Allí quedó, sobre la alfombra,  el cuerpo yaciente de Petunia, bañado en un charco de un líquido carmesí que no dejaba de manar de algún lugar cerca de la base del cráneo.
El joven Miguel, entre sollozos y quejidos, no sabía como reaccionar ante la terrible tragedia que se estaba desarrollando ante sus infantiles ojos.
– ¡Petunia, Petunia! ¿Qué le habéis hecho? Habéis matado a Petunia. ¿Qué te pasa Petunia?
– ¿Qué está sucediendo? Se escuchó la fría voz del ordenador de la casa, requiriendo, con insistencia, información. La policía se encuentra de camino.
–Jodida máquina, cállate de una puta vez, venga ¡Vámonos de aquí!
Los sicarios de la Orden de la Rosa y el Clavel salieron del domicilio de Roberto Beltrán, dejando tras de sí, un ambiente dantesco y de destrucción; mientras llevaban consigo, por la fuerza, a Miguel Beltrán hasta introducirlo en el interior del negro vehículo.
– ¡Dios mío Teresa!, se han llevado a mi Hijo. No esperaba que llegase hasta dentro de unas pocas horas. Este jodido niño me ha vuelto a engañar una vez más.
–Tranquilo Roberto –le dijo Tere con cariño–, esos individuos te querían a ti. Con total seguridad que utilizarán a tu hijo como rehén para dar contigo. Seguro que no le harán ningún daño.
–Más les vale, ¡Berta!, –volvió a dirigirse Roberto a su ordenador–, ¿Cómo va todo en casa, da Petunia señales de vida?
–No señor –apareció la gemela forma de Teresa en el holomonitor–, acaba de llegar la policía y unos camilleros se han llevado el cuerpo de Petunia. Lo están registrando todo. 
–Hasta luego Berta, si te hacen preguntas contéstales a todo y no les ocultes nada. Así no sufrirás daño alguno; por otro lado, mantén una comunicación en espera, con Calvito el ordenador de Teresa.
La conexión quedó interrumpida por Roberto Beltrán.
Desde que apareciera la imagen holográfica de la Berta virtual, Teresa no había dejado de mirar a Roberto a los ojos, como pidiéndole, a su compañero, algún tipo de explicación que no acababa de llegar.
–Yo, yo –Tartamudeó Roberto.
–Tu ¿Qué? –Preguntó Teresa Rubio, la sexóloga psicólogo.
–Perdona –sonrió Roberto–, solo quería tener tu imagen cerca de mí, lo más cerca posible.



Ella volvió a mirarlo; pero en esta ocasión con ternura
“Es evidente que los hombres no poseéis en vuestro ADN la doble  X, como las mujeres. Vuestros cromosomas son X + Y, y la Y, en el fondo,  no deja de ser una X cercenada, con menor información. Naturalmente no dejáis de ser inferiores, en ese aspecto, y hay que perdonároslo casi todo” - Pensó Teresa.
–Vamos Roberto, debemos darnos prisa, hay que encontrar a tu hijo. No me importa, en absoluto, la imagen con la que te haces tus malditas masturbaciones cuando no estoy yo–rió–, de hecho me lo he tomado como un halago.
–Lo único que tenemos que hacer, Teresa, es dejar que ellos me encuentren.
*

sábado, 17 de septiembre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, Ares... -250

Cuando lo previsto acaece, siempre es bueno tener algún Camarada a tu lado.

Marta (Expedicionaria a Marte)

(Dimensión Gaia 2073 d.c.)

Ares... –250



Los áridos cauces, desprovistos de aguas arcanas, imploraban compasión a la mirada escrutadora del maltrecho explorador. Una infinidad de gránulos de óxido ferroso, pulverizados hasta límites microscópicos, golpeaban con devastadora fuerza, el protector externo de una escafandra de titanio.
El andar se convertía en algo pesado y casi imposible, debido a la roja y casi invisible arena, que con inexorable tesón, penetraba por las juntas, hasta que llegaba a las rótulas del sofisticado exo–esqueleto. Allí, se mezclaba con las grasas sintéticas de los rodamientos y, a pesar de la poca gravedad del Planeta, cualquier movimiento se convertía en algo penoso e insoportable.




Atrás quedaba, en su entumecida memoria, un extrañamente averiado tractor, en un paisaje aún más desolado y una alucinación, que le gastara su mente, de una negra sombra acechante, que se escondiera de su presencia.
El visor cristalino, de zafiro polimerizado, empezó a perder su elaborada transparencia, ya que el desgaste sufrido, al contacto con la gélida y ácida tormenta de Coriolis, iba en aumento tras haberse producido unas pocas mellas, en apariencia, inofensivas.



Valle Marineris contemplaba, impasible, el drama de la próxima tragedia, que se cernía sobre el experimentado astronauta de la NASA–ESA.
Como un muñeco de trapo, quedó inerte y expuesto a la inconsciente voluntad de unos vientos imposibles, mientras su mente elucubraba sobre la posible ayuda que aún no llegaba.
Marte, dios de la guerra, estaba consumiendo su poca fuerza vital. La respiración se fue convirtiendo en algo espasmódico y su cadencia se acortó peligrosamente. "Ya me queda poco" pensó.





Con el estruendo, vociferil, cóctel de aire y arena, no pudo escuchar el sordo tronar de los potentes motores diesel de un Mars–Rover, cuyas superficies, expuestas, siseaban al contacto de tan feroz tormenta de arena y  ácida nieve.
Un pequeño soplo de vida intentaba permanecer, acurrucado, al amparo de una pequeña duna, que alrededor de su inmóvil cuerpo se había formado.
– Justo a tiempo, lo hemos encontrado teniente.




– Demos gracias, Marta, a que funcionó su emisor de emergencia.
Incluso en un lugar tan inhóspito, podían salir a relucir los mejores sentimientos de aquellas personas curtidas por las más terribles inclemencias y arropadas por la más insoportable inesperanza de futuro.
– ¿Está vivo Capitán?
                  Por poco, Roberto Beltrán’Jr, no lo cuenta.



domingo, 11 de septiembre de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, Siniestros Hombres de Gris

Mucha voluntad pusieron los hombres para subsistir; pero habían elegido, como líderes, a estúpidos incompetentes que les condujo hacia un suicidio inconsciente; aunque buscado.

Teresa (Experta en Pornografía aplicada)

Siniestros Hombres de Gris



Roberto Beltrán se encuentra jadeando de cansancio. Hace frío y el vaho sale de su boca y orificios nasales; pero él no lo siente, sigue callejeando mientras su cerebro intenta pensar deprisa, más aprisa ¿Cómo va a salir de la ratonera que supone la Villa?
Sale de un callejón, mirando a ambos lados, esperando encontrar un automóvil negro. Un vehículo pasa cerca de él y lo sobresalta. De repente, comprueba como un  deportivo rojo se abalanza sobre él, y lo peor de todo, da la impresión de que no va a detenerse. Sigue corriendo, jadea, ya no puede más. Está a punto de rendirse.
Una puerta se abre junto a su persona. No cabe duda de que lo han cazado. Ya no hay remedio.
–Roberto, sube de una vez –Escucha una conocida voz femenina.
–Tere, tú aquí ¿Cómo es eso? –Roberto no se lo pensó dos veces y montó en el automóvil junto a Teresa,  la Sexicóloga.
–Hace un rato me llamó Petunia, diciéndome que tú necesitabas ayuda. No podía negarle un favor a una buena amiga como ella.
–Gracias a Dios que has aparecido, Teresa, no tenía forma de salir de aquí ¿Podrías llevarme hasta Madrid? Necesito reunirme con un viejo Amigo y entregarle algo de vital importancia.
– ¿Cómo me va a importar, Roberto, para algo estamos los amigos, o no? –Dijo, la Sexicóloga con una evidente expresión de enfado.



–Creo amigo Roberto –continuó –, que merezco alguna, pequeña, explicación. Espero que no me hayáis metido, entre tú y Petunia, en algún asunto ilegal grave.
–Sinceramente, querida, no tengo ni la más remota idea de, en lo que estoy metido. No sé si se trata de alguna organización ilegal o del propio gobierno; pero sí puedo decirte algo: La culpa la tiene la “Invasión de los Ladrones de Cuerpos”.
Roberto le explicó, con el mayor detalle posible en esas circunstancias, todo lo acontecido; pero en definitiva que ya desde los años cuarenta o cincuenta, el Ser Humano viene utilizando la tecnología para manipular a sus semejantes.
Nos creemos dueños de nuestras vidas y de nuestro destino; pero nada más lejos de ello. Desde que nacemos estamos censados por el Estado y como en la novela de Orwell, aquel tiene controlada nuestras vidas hasta el día de nuestra muerte.
–Mira Tere, Amor mío, no se trata de historias fantásticas o de ciencia–ficción. No son extraterrestres que se meten dentro de nosotros, por medio de vainas, y nos hacen cambiar la personalidad. Tampoco de máquinas que se han rebelado y tienen manipulada la percepción del Hombre, es mucho más sencillo que todo eso y sin embargo es tanto o más siniestro. Estamos siendo alienados desde hace un tiempo indeterminado, quizá mucho más de lo que podamos pensar; la cuestión es, que es ahora cuando los hemos descubierto
– ¿Te das cuenta de lo que acabas de decir Roberto?




–Claro que me doy cuenta. Te prometo que no estoy loco, puedo demostrártelo; de hecho puedo demostrárselo a...
–A cualquiera –interrumpió Teresa–; pero no me refería a eso. Has dicho la palabra mágica: ¡Amor mío! 
Teresa dirigió el vehículo fuera del pueblo y tomó el camino de Colmenar Viejo. Su conducción era suave y de una prudencia encomiable. Las montañas quedaban a ambos lados y ya, con más tranquilidad, por lo menos por parte de Roberto Beltrán, pudieron mantener una conversación más personal.
Teresa era una Criatura soberbia. No era una mujer baja. Su tez morena era finamente ovalada y su cuerpo genéticamente casi perfecto había sido realzado, en el transcurso de los años, por una disciplina digna del mejor  gimnasio. Su vestimenta, de color hueso, era de lo más sencilla. Un simple vestido de espeso lino, ocultado en parte, por una gabardina militar de color caqui.




Estaba claro que lo que menos le interesaba a la Sexicóloga era la circunstancia por la que estaba pasando ahora Roberto. A ella le importaban las cuestiones meramente personales.
–Mira Roberto, claro que creo lo que me has contado –volvió a hablar Teresa después de un brevísimo silencio– y, de hecho para eso estoy aquí, para ayudarte y llevarte donde  quieras. Eso es todo.
–No, Querida Amiga, ahora soy yo el que ha entendido perfectamente. Soy consciente de que he dicho Amor mío, y es que te quiero de veras, aunque sé que tú solo cumples con tu trabajo. Claro que estoy enamorado de ti, perdóname por eso, o mejor dicho, no me perdones... ¿Qué tienes que perdonarme?
La Mujer sonrió, al ver en el aprieto en el que se había colocado, solito, su también Amado, Roberto.
–Mira –cambió su conversación Roberto como intentando olvidar sus últimas palabras–, este Objeto es de extrema importancia que llegue a manos de mi Amigo Armando Arpegio. He quedado con él en una cafetería de la Gran Vía. Esto es lo que puede salvar a la humanidad de seguir siendo esclava de sí misma. Esto es un prototipo –el objeto no era mucho mayor que un paquete de cigarrillos–, pero el Doctor Arpegio tiene una idea para desarrollarlo a millones, sin que se trate de teléfonos móviles, los cuales están ya demasiado manipulados por los propios fabricantes.
–Roberto, todo lo que me digas referente a este caso me importa un pimiento. Me interesa saber lo que tú sientes por mí, porque ¿Sabes una cosa?, yo también te quiero.
–Hace más de un mes que no me visitas –Reprochó Roberto.




–Hace justo ese tiempo que no solicitas mis servicios –desarmó ella su argumento–, mira, es cierto que soy una profesional y no fue fácil conseguir mi licencia. Primero me licencié en psicología, me doctoré en sexología aplicada y tengo un master, extremadamente caro, sobre masajes terapeúticos. Mi control médico anticonceptivo es exhaustivo y tengo acceso privilegiado al último antivenéreo que impide cualquier tipo de contagios. Me gusta mi trabajo, eso es todo, pero eso no me impide que sienta lo que siento por ti. ¿Necesitas alguna explicación más?
–Ninguna, Teresa, soy un tonto.
–Acaso ¿me quieres en exclusiva?, porque si es así tendrás que seguir pagando por mis servicios y de hecho, pienso ponértelo más caro que a nadie.
–No, no es eso Teresa, te lo juro, no soy celoso, de veras que no; solo que no sabía como decirte que te amo de veras. Consideraba que no me ibas a creer ¿Cómo, a estas alturas, alguien pueda ser tan romántico como para enamorarse de su sexicóloga particular? No sé, siempre me han faltado palabras para decírtelo; quizá tenía miedo de que te rieses de mí y me rechazaras pero pase lo que pase no quiero que dejes de saberlo: Te quiero y te deseo más que a mi propia Vida.
–Jodio tonto, con la de años que llevamos juntos.  Ya te he dicho que te quiero, supongo que ¿es necesario que te lo repita?




Roberto abrazó a su amada Teresa, y como un niño se acurrucó junto a uno de sus brazos, mientras ella seguía conduciendo por la carretera de montaña, y cuyos diversos paisajes cargados de smog no dejaban de pasar ante los iluminados ojos de ambos.
La puerta de entrada al domicilio de Roberto Beltrán se encuentra abierta de par en par. En el pasillo una pequeña gorra de béisbol de color verde y en el salón el blanco e inerte cuerpo de Petunia, la Planchadora, sobre un charco  carmesí.
Berta no hace más que repetir una rutina de emergencia.
¡HA HABIDO UNA EMERGENCIA DE PRIORIDAD 1! ¡EXTREMA VIOLACIÓN DE LOS CÓDIGOS DE SEGURIDAD! CONTESTE ALGUIEN POR FAVOR...
–LLAMADA REPETIDA AL 112. SE HA PRODUCIDO VIOLACIÓN DE TODOS LOS SISTEMAS DE EMERGENCIA. ¿ALGUIEN PUEDE ESCUCHARME OPERADORA?... SEÑORITA PETUNIA, ¿PORQUE NO SE MUEVE, LE SUCEDE ALGO?...




Al no recibir ningún tipo de respuesta, Berta considera que la línea telefónica está cortada y que Petunia se encuentra inconsciente. Cierra la puerta de entrada y realiza una nueva llamada, a la policía,  por telefonía celular.
*

Un gran turismo de color negro se dirige hacia el centro de Madrid por la Nacional Seis. En el interior se encuentran tres personajes adultos vestidos de gris y con gafas de espejo; así como un niño. Se trata de Miguel el hijo de Roberto Beltrán.
–Dejarme ir a casa de mi Padre. No habéis dejado que recoja la gorra que me regaló. Cuando se entere de lo que habéis hecho os vais a enterar. Mi papá conoce a gente muy importante.



–Cállate lobezno de mierda y deja de moverte o te mataremos como a la sirvienta de la casa. Fue un jodido accidente; pero ya de nada sirve lamentarse.
–Papá, yo no quería; solo pretendía darte una sorpresa, ya me encontraba de camino hacia Navacerrada en el autobús –pensó el joven Miguel en voz alta–, dejarme salir, no os tengo miedo ninguno.
–Mira Hijo, le dice otro de los ocupantes, o te callas o matamos también a tu Padre.
El tercero de los ocupantes marca un número de teléfono en el celular del automóvil.
–Jhon William, sí, mire Señor, hemos perdido a Roberto Beltrán pero tenemos a su Hijo.
–Tráiganlo aquí, pero sigan las instrucciones de nuestro Gran Maestre. No le hagan daño al niño.
Javier, el Gran Maestre, que se encontraba junto al americano, cuando se enteró de la noticia, dio muestras de gran satisfacción exhibiendo una gran sonrisa mientras daba una profunda calada a un inmenso puro habano.



Miguel que había escuchado las palabras del jefe de los sicarios se dirigió a ellos.
–La habéis cagado, amigos, os habéis cargado a la sirvienta de mi Padre. Me voy a callar porque me da la gana; pero no me amenacéis con matarme, ya os dará vuestro merecido mi papá o vuestro Jefe.
*
–Estás muy nervioso Roberto –le dice Teresa que seguía conduciendo su propio automóvil –, mira ves ese claro allí adelante pues párate que vamos a cambiarnos de asiento.
La cara del Ingeniero Beltrán manifestó sorpresa. Si estaba nervioso, lo más lógico sería que siguiese conduciendo ella; pero hizo caso de su amada y siguió sus instrucciones.
Una vez que hubieron cambiado de posición y con el coche ya en marcha, Teresa, sin decir una sola palabra, llevó una de sus manos a la entrepierna del pantalón de Roberto y desenfundó su arma reglamentaria. Al contacto con la mano de Teresa, el instrumento demostró su verdadero calibre y la Sexóloga se lo colocó, de tal modo, que pudiese sentirlo en sus mejillas y con sus labios.



Roberto no dijo ni una sola palabra durante toda la operación.
Teresa continuó con su agradable trabajo, como solo una sexicóloga de su profesionalidad podía realizar, hasta que Roberto ya no pudo más.
–Teresa, Teeresaa espera, voy a salir de la carretera, si no quieres que nos la peguemos…
La sexicóloga redujo sus movimientos bucales y esperó a terminar su trabajo una vez que Roberto sacó el vehículo a una vía de servicio.
El Ingeniero suspiró, justo cuando su arma explotó, reduciendo con estrépito su calibre, y comenzó a acariciar el suave cabello de Teresa.
Ella limpió, con un pañuelo, la encogida pistola de Roberto y la enfundó en la cartuchera. Tragó la blanca pólvora y tras un breve enjuague con un líquido amarillento, llevó su boca hacia la de su amante y se besaron de forma prolongada, mientras la munición de Roberto era digerida hasta transformarse en combustible por el organismo de Teresa.



–Ahora ¿te encuentra mejor?, seguro que sí Amor mío –sacó una pequeña licorera de su bolso y lo ofreció a su Compañero–, enjuágate con esto y luego bebe un poco. Es un Brandy muy caro, no lo desperdicies.
– ¿Estás seguro Roberto que aguantarás que haga estas cosas a otros hombres? Esta es mi profesión, como te dije, y disfruto con ella. Me gusta saborear el pene de los hombres y beber su sustancia. Si quieres, puedo seguir contigo siendo tu sexicóloga, a tiempo parcial, y no cobrarte nada. De ese modo no tendrás porqué sufrir – Teresa sonrió.
–Tere –le contestó Roberto–, y  ¿qué diferencia habría con ello? Yo no encuentro diferencia alguna. Si a ti te gusta, sigue haciéndolo. No me inmutaré, y no es porque te quiera tanto, que también, sino porque no encuentro ninguna diferencia en estar contigo pagando o no. Te he dicho que no soy celoso y lo que realmente quiero de ti es ser Padre de tus hijos, y permanecer junto a ti hasta que uno de los dos, por ley natural, tenga que cruzar el velo hacia el otro lado.
Hace pocos años, cualquiera de los dos habría sido considerado como obseso sexual. Adictos enfermos que deberían seguir algún tipo de tratamiento psiquiátrico; pero ahora todo era diferente. Había muchas personas que siguiendo el ejemplo de algunos chimpancés africanos, Los bonobo, preferían practicar el sexo, de forma compulsiva,  a derramar la sangre de sus vecinos haciéndoles la guerra.



Teresa y Roberto se fundieron en un cálido abrazo. Después él volvió a tomar el volante y siguieron su camino, sin tener consciencia alguna de lo que los próximos minutos podían depararles.  
*