Introducción a los otros Blogs de ARALBA

lunes, 23 de enero de 2012

KAOS QUÁNTICO, Libro III: Horizonte Quántico, Dori Dos Vaginas

Al final de toda Iniciación, al Neófito se le quita la venda con el fin de que pueda recibir la luz. Luz material, sí, pero que simboliza la Luz celestial del Mundo Original. Ese Mundo perdido y añorado por todos, a poco que hagamos una pequeña introspección. Me dirijo, al decir esto, a los Seres Humanos. Los que son solo Personas no sabrán de que estamos hablando.

Bifredo de Albany (Soberano Gran Maestro de la Orden del Ánfora)

LUZ AL FINAL DEL TUNEL

Dori Dos Vaginas


No existe explicación alguna del porqué en el siglo veinte, las personas de ojos claros y cabello rojizo eran una excepción un tanto exótica; y sin embargo, ahora, parece suceder todo lo contrario: Lo exótico es ser moreno y de pelo negro.

En realidad, yo creo que sucede igual que cuando se sale a la calle y estás obsesionado con una cosa determinada, que te la encuentras en cualquier parte. Antes de interesarte por ella, no te fijabas ni caías en la cuenta; pero ahora que si posees ese interés, tu visión se vuelve receptiva hacia aquel objeto del deseo.

Algo parecido me debe de suceder. Todo aquel o aquella que últimamente se cruza en mi camino, o es pelirrojo o tiene los ojos verdes o posee ambas cualidades. Vaya leche...

El capitán de La Buscadora, Antonio Rocasolano, me mandó llamar para que disfrutara del magnífico panorama que suele suponer el encuentro orbital de la Nave, con el Planeta de la Guerra. La Teniente Tijuana García fue encargada de la lógica intermediación. Una morenaza imponente, cuyas estilizadas curvas y esbelta figura provocaban el cambio automático de mirada de cualquier varón que se preciara de serlo. Elevados y turgentes senos, cintura de avispa que dejaba entrever unos abdominales debidamente modelados en el gimnasio. Cuello de cisne, delgado pero fuerte y que le concedía un aire de belleza clásica combinada con una felina fiereza. Sus ojos negros, como el carbón de encina, eran enormes; pero sin llegar a parecer saltones, y su broncínea piel contrastaba con el opaco azabache de su abundante y lacia cabellera.

–Capitán Humberto, el Capitán Rocasolano estaría muy satisfecho si pudiera acompañarle en el puente de mando. 

Su delicada y musical voz era deliciosamente acompañada por un ligero perfume a flores silvestres.

–Eso está hecho, Teniente. –Respondí– Si puede esperar un poco para que me acicale, la acompañaré ahora mismo. No sabría conducirme sólo por ésta enorme nave.

–No hay ningún inconveniente, Capitán –sonrió–, esperaré.

–Acompañé a la bella oficial y luego, aquel baluarte de la belleza y del deseo, se esfumó entre el anonimato del resto de la tripulación.

–Encantado de poder saludarle de nuevo Capitán –Nos dimos un fuerte abrazo.

–El gusto es mío Romero. No puede hacerse idea del honor que supone para mí poder tenerlo a mi lado y compartir éste viaje con usted, Hermano. –Mientras me decía esta última palabra me guiñaba un ojo como intentando recordarme la reciente iniciación– Espero que no haya venido al puente, tan sólo por cortesía –, hizo un gesto de disgusto y a continuación otro guiño de complicidad unido a una pícara sonrisa.

–En absoluto, Rocasolano, me hace mucha ilusión observar el paisaje interplanetario, cercano a  Marte, y su conocido y ajetreado tránsito.

–Como puede usted observar, en la pantalla tridimensional, existen varios asteroides que fueron arrancados del cinturón que separa a los planetas rocosos de los gaseosos y que fueron remolcados hasta una órbita estacionaria, para poder utilizarlos como fuente de minerales y otras materias primas, sobre todo gases, ya que escasean en el planeta rojo, desde mucho antes que fuera colonizado por la raza humana.

–El satélite Fobos –continuó–, desde nuestros estudios primarios, sabemos que conjuntamente con Deimos forma parte de un cuerpo estelar que hace millones de años chocó contra el planeta, desgarrando su atmósfera y esparciéndola por el espacio exterior.

–Por los trabajos arqueológicos –interrumpí–, se conoce que hubo un período, en el interior del sistema solar, de lluvias de meteoritos y asteroides, justo cuando desaparecieron los dinosaurios en Vieja Tierra; pero quiero creer que los últimos estudios han descubierto pruebas fósiles, aparentemente irrefutables, de que la vida inteligente en Marte fue algo real.

–Efectivamente Capitán Humberto; pero lo más sorprendente de todo es, que la raza humana parece descender de los extintos habitantes de Marte. Con lo cual, ahora habríamos cerrado el circulo y regresado a nuestro hogar originario.

–Eso es nuevo, ¿no? –Preguntó Humberto sorprendido.

–Ya hace mucho tiempo, Romero, se creía que debido a la colisión que le he mencionado, parte de la materia marciana, sobre todo rocas, llegó hasta el planeta de los grandes saurios. Entre los virus y bacterias, enquistados en aquellas, se supone que llegó ADN de sus habitantes. El Genoma Humano. A partir de esas moléculas y su combinación con las células de antiguos mamíferos siguió el curso natural de la evolución hasta el presente.

Señalé, con el dedo índice, al extremo derecho del gigantesco holomonitor, cambiando de conversación.

–Aquella bola incandescente, Capitán, supongo que será Fobos.

–Efectivamente querido colega. Antes de que el Sol se transformase en el gigante rojo de la actualidad, los técnicos en terraformación encontraron problemas insalvables para absorber el calor del lejanísimo y pequeño astro amarillo–naranja. Lo de conseguir una atmósfera levemente acuosa para el planeta no era tan difícil; pero era necesario el calor, por lo que los políticos decidieron, asesorados por aquellos, bombardear Fobos con un torpedo cuántico de tritium exótico, para que el minúsculo agujero negro, con su deglución de materia, transformara al asteroide en una pequeña estrella. Lo que ahora contempla, Humberto, no es más que el resultado de aquella decisión. En el futuro,  todos sabemos que será un problema, ya que el agujero negro crecerá hasta digerir al propio Marte; pero para entonces ya no será posible la Vida en el Planeta ya que el Sol será una densísima enana blanca Con poca luz y sin nada de calor.

–Aquél gigantesco asteroide –continuó–, un poco más acá, ¿lo ve?

–Creo, Capitán, que se trata de uno de tantos cometas que son secuestrados de su lugar de origen para poder proporcionar agua y otros gases atmosféricos a Marte y demás satélites terraformados; sobre todo al primero, que por su poca gravedad los va perdiendo continuamente.

–Vamos a tener que contratarlo para la Flota Estelar, amigo mío.

–Humberto –comentó el Capitán Rocasolano cómicamente–, es correcto, el cometa es arrastrado hasta una órbita muy interior con ayuda de unos poderosos remolcadores equipados con motores lineales anclados en el propio cuerpo del cometa. Al contacto con la atmósfera del planeta, el hielo se derrite y es absorbido en forma de gases y gotas de agua que pasan a formar parte intrínseca del donado. Después de algunos años, cuando el cometa ha sido debidamente ordeñado, simplemente lo transportamos a una órbita de Lagrange, donde las fuerzas planetarias se contrarrestan, y los mineros toman posesión de él para extraer los minerales, como si se tratara de un asteroide más.

–Muy interesante Capitán –Comenté.

–Hemos llegado al primero de sus destinos, querido amigo. El Comandante Hércules Monzón se encargará de su seguridad personal y le acompañará hasta la superficie del planeta. La Teniente García irá con ustedes hasta la sala del tele transportador –Hizo un gesto dirigido a la bella oficial. 

El teletransportador, no era más que un desintegrador–integrador molecular. El soporte tecnológico de dicho aparato estaba constituido por un depósito holográfico de alta tecnología y de nanoscópica precisión. El sujeto–objeto a transportar era almacenado como una imagen holográfica que contenía cada una de las moléculas tanto orgánicas como inorgánicas de aquel.

Esas partículas eran convertidas, por medio de un codificador materia energía, en energía electromagnética que posteriormente era incorporada a una frecuencia portadora. Un emisor de rayos gamma, de baja energía, transmitía la información hasta el aparato receptor, donde un sofisticado decodificador realizaba el trabajo inversor. Allí un holograma gemelo era, literalmente, rellenado con las partículas clónicas del original. Una vez que los sujetos u objetos habían sido tele transportados, los hologramas, tanto del emisor como del receptor, eran destruidos o almacenados para su posterior utilización en casos de regreso o emergencia.

El efecto del transportador sobre el cuerpo humano era de una breve inconsciencia acompañada de un hormigueo en cada una de las células del cuerpo y que producían una sensación de renovación corporal.
*
–Encantado de conocerte, Humberto, soy Doriana González.

–El gusto es mío, señorita, ¿Donde podríamos hablar en privado?

–Muy cerca de aquí hay un pequeño pub, con reservados.

Suponía que fuese el lugar ideal.

–Comandante Monzón –casi supliqué–, le ruego que permanezca por aquí. En una hora habré regresado.

–Como usted mande Señor, mientras tanto ¿no le importará que realice algunas compras?, cosa de nada, ya sabe...

–En absoluto, Comandante, distráigase como buenamente pueda.

Doriana era una mutante aborigen, muy hermosa pero demasiado grande para mi gusto. Ciento ochenta centímetros de carnes prietas, cabello teñido de rojo “según la moda” y un busto exageradamente escotado que dejaba observar, tímidamente, unos amplios pezones con un anillo saturnal marrón a modo de inmenso lunar. Sus ojos castaños eran poco luminosos; pero su maquillaje era el adecuado para volver loco de deseo a cualquier hombre. Sus fuertes y poderosos brazos podrían, muy bien estrujar hasta la muerte, a cualquier persona de mi corpulencia, sin demasiado esfuerzo.

Salimos al exterior de la estación transportadora. El azulado y luminoso cielo marciano producía en la memoria una cierta añoranza del pasado glorioso de Vieja Tierra. La Tierra que todos los humanos conocíamos por las películas de holovisión.

Una suave brisa acariciaba nuestros rostros y alimentaba a nuestros orificios nasales con el olor característico de la atmósfera marciana. Yo me había acostumbrado a su olor en el interior de mis aposentos en “La Buscadora”. La atmósfera de cada planeta es diferente y hay que acostumbrarse a él, si no se quiere pasarlo mal y dar algún que otro espectáculo con vomitonas continuas.  No obstante, mucho se había logrado en muy pocos años.  Hace relativamente poco tiempo, los habitantes del rojo Marte sólo podían subsistir encerrados en sus cúpulas de aluminio cristalino y acero aborigen. Las que ahora eran utilizadas como atracción para los turistas de otros lugares.

–Hemos llegado, Humberto –Siguió tuteándome.

Cruzamos una obscura estancia, repleta de luces de colores opalinos, amueblada con una barra de bar y lo que parecían ser fIashes de luz negra. Dori se dirigió, con algunas frases que no pude escuchar, a un hombrecillo que al parecer debía de ser el regente del bar, y aquel nos dirigió hasta una pequeñísima pero confortable estancia adornada con una suave luminosidad que era reflejada por sus paredes pintadas en tono pastel, y en cuyos rincones se podían observar los tan utilizados trajes de navegación virtual de la Íntima.

–Acomódate, Capitán, tu dirás.

–Me supongo que ¿sabrás por lo que estoy aquí? –Seguí su ejemplo de familiaridad.

–Por el bueno de Beltrán’Jr, supongo.

–Supones bien Doriana ¿qué puedes decirme acerca del caso?

–Que Roberto era un hombre muy bueno y tierno. Un solitario convencido; pero no vocacional. Se encontraba sólo a pesar de su querer. Un hombre cariñoso y bueno. Bueno, esa es la palabra capitán. Era la personificación del bien. Una lástima...

– ¿Podrías indicarme algún motivo por el que pudo ser asesinado?

–No tengo la menor idea. Era la típica persona que suele pasar desapercibida; pero no por ninguna otra causa, como complejos y demás, sino por humildad, como no fuera... 

Doriana interrumpió su plática.

– ¿Como no fuera porqué? –La insté a que continuase.

–Perdona Capitán, por su trabajo.

– ¿Por su trabajo? ¡Dori!, era un simple oficinista y su peor enemigo murió accidentalmente en una refriega reciente de la que yo mismo formé parte.

–Oficinista, eso es nuevo. Él decía. No..., debía de tratarse de una tapadera. Él era un viajero espaciotemporal; pero eso lo tienes que saber tú.

– ¡No jodas! – No pude reprimir la expresión, aunque algo sabía por el malogrado Inspector Rubio.

–Ese es mi oficio, Humberto, si no lo hiciera, morirían de hambre mis cinco hijos– Rió.

“¿Quién coño me estará tomando el pelo?” –Pensé.  Nada se decía de eso en la información a la que había tenido acceso con mi holograbador. Yo pertenecía a una fuerza de elite en la policía secreta, no entendía nada. Estaba claro que si aquello era cierto, alguien superior me había cortado las alas, e impuesto algún tipo de barrera invisible y que impedía que metiese las narices, en algo que no quería que supiese; pero porqué una simple prostituta conocía algo, a lo que yo no tenía o no había podido tener acceso.

– ¿Como sabes tu eso? ¿No te parece extraño?

– ¡Extraño!, ¿Porqué? Yo era como una confesora para Roberto. Él venía del pasado, de otro Mundo, otra Línea Temporal, y yo era la única mujer de su vida, aquí en este tiempo, en la que podía confiar. De hecho, era el único hombre que no era cliente de mis máquinas de sexo virtual. Desde que lo conociera, no tuve relaciones íntimas con otra persona que no fuera con él. Éramos una pareja estable.

–Entonces, el trabajo de usted, ¿su oficio?

–Una ocupación como otra cualquiera. Tengo que reconocerme como una emeretriz; si no ¿dígame, quien querría acostarse con una máquina virtual? La gente que se asoma a la Íntima quiere creer que detrás de la máquina hay una mujer o un hombre.

– ¿Entonces?

–Guárdeme el secreto, capitán –puso carita de cordero–, si no lo hace, mi prestigio se derrumbará y nadie querría utilizar los servicios de mis máquinas ni de mis androides yo...

Doriana González se echó a llorar, y no teniendo donde agarrarse se abrazó a mi. Me apretó contra su pecho y una fuerte corriente erótica me produjo una erección, al entrar en contacto, accidental, con una de sus abultadas vaginas mutantes. Me vino el recuerdo de mi Laura y golpeé con cariño, repetidamente, sobre el hombro de la marciana.

–Cálmese Doriana, cálmese.

–Era tan bueno Capitán. Usted no sabe.

–Ahora podía comprender que Roberto diera una cara diferente en un trabajo anodino de vulgar oficinista; pero yo no creía en los viajes temporales. No tenía constancia de ningún viaje espaciotemporal catalogado. Álvaro Rubio me indicó que no se había trasladado, hacia el pasado, a ninguna persona, sólo objetos; de hecho, yo tenía una enigmática ánfora para enviar, en cuanto llegásemos a Atlantis. ¿Un hombre del pasado?; pero ahora entendía. El ánfora había sido encontrada en casa del Otro, Roberto Beltrán, Jr. Intenté conseguir más información antes de abandonar a tan dulce dama.

–No había oído nunca –dije–, de ningún cuerpo o agencia temporal.

–Eso decía él, Capitán, yo nunca preguntaba ni me metía en sus asuntos.

– ¿Desde cuando eran pareja, Dori?

–Tan sólo llevábamos una temporada juntos. Después lo asesinaron.

–Cálmese mujer, perdona que te haga la siguiente pregunta. ¿Roberto tuvo relaciones con otras putas?

–Él confiaba en mí y me lo contaba todo. Vaya a Ganímedes –Me recordó mis investigaciones previas–, y pregunte por una tal Jani, la de las cuatro tetas. Él me contó que se lo intentó hacer con ella antes de conocerme; pero que era un fraude. Cuando intentó acostarse con ella, descubrió que detrás de la máquina no había nada. Físicamente, en éste tiempo, sólo tuvo relaciones conmigo.

Volví a recordar lo que me dijera, recientemente, acerca de su negocio y sonreí.

–Dori, cálmate, Intentaré, por todos los medios, de localizar al asesino de Roberto Beltrán’Jr para que caiga sobre él todo el peso de la Ley; mientras tanto, cuídese e intente vivir alejada de las máquinas virtuales. Temo que quien matara a su pareja intente hacer lo propio con usted –Dejé de tutearla.

–Ten suerte, Humberto –Me dijo, mientras cambiaba su expresión llorosa por una tenue pero sincera sonrisa-, y toma este escrito que una vez me enviara con todo su Amor. Solo de esa manera podrás conocer la catadura moral de mi difunto Caballero. Por cierto, algo de tu interior se parece mucho a mi Amor. No sé el qué pero…–, quedé pensativo.

Volví sólo, en compañía del  escrito “Dulce Canto de un Batracio”, hasta la estación de tele transporte. Allí se encontraba Hércules, esperándome. Un Jefe de Seguridad cargado de diminutos paquetes que le sobresalían de los bolsillos de su uniforme militar,  pues al parecer se le había estropeado su fax cuántico. Juntos regresamos a La Buscadora.

*