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jueves, 28 de julio de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro I: El Extraordinario Viaje de Adam Kadmón, La Guerra Secreta de las Sombras

No quieras saber las cosas con tanta antelación; a lo mejor no te encuentras preparado para asumir las posibles consecuencias.

Caballero de Albany (Duque y Grande de las tierras de Iberia)

La Guerra Secreta de las Sombras


-“LA GUERRA SECRETA DE LAS SOMBRAS”-Javier Moscoso, especialista en culturas desaparecidas, de la República de Iberia, acababa de leer, las últimas palabras del Extraordinario Viaje de Adam Kadmón; una traducción del Copto, realizada por su gran amigo y experto en criptografía y lenguas muertas, Miguel Arozamena.
A mediados del siglo XX, en 1945, se encontraron en Nag Hammadi, Egipto, dentro de cuevas habitables, una serie de pequeñas ánforas de cerámica, debidamente selladas, que contenían papiros manuscritos con la verdadera historia y creencias de las primitivas comunas cristianas, cuyos miembros se conocían entre sí, como gnósticos; poco dados a una fe ciega e indemostrable y sí a una ciencia mágica e incomprensible para el vulgo.
Sonó el holoteléfono del despacho de Javier.
-¡Hola Miguel!- contestó, alegremente, Javier al contemplar en el terminal holográfico el rostro de su amigo del alma.
Miguel Arozamena era un varón joven, de mediana edad y fuerte complexión. Su sereno rostro estaba coronado por una abundante cabellera de un rubio cobrizo, casi pelirrojo o catiro. Por el contrario, Javier, quien recibiera la llamada de Miguel, era más delgado y moreno. Su nerviosismo, evidente, era remarcado por unos pronunciados y sobresalientes glóbulos oculares, de color azul, que le conferían una apariencia un tanto extraña y surrealista.
-Hola Miguel, no sabes como me alegra poder charlar contigo. Acabo de terminar tu traducción, El Viaje de Adam Kadmón. Sí, ese escrito que me enviaste por email, y que tanto hincapié me hiciste en que lo debía de leer.


-¿El Extraordinario Viaje de Adam Kadmón?- preguntó Miguel mostrando su completa y blanca dentadura, en una sonrisa característica  de su personalidad-, me alegra que así sea, pues nos queda mucho trabajo de investigación que realizar al respecto.
-Sí, Miguel, me consta; pero es una lástima que la Obra esté incompleta. La Guerra Secreta de las Sombras, el siguiente capítulo, no lo enviaste. ¿Cuándo lo harás?, ¿Ya lo has terminado?
-Javier, lo siento de veras –puso Miguel un rostro serio y de circunstancia, ante la cámara de su holomonitor-, lo que te mandé es todo lo que hay. No hay más, la mayor parte de los escritos gnósticos están incompletos; esta no debía de ser una excepción.
-¡Podría encontrarse en alguna otra ánfora, no desenterrada aún! –dijo impaciente el interlocutor anfitrión.
-Javier, también podría haber sido utilizado para realizar alguna hoguera  -replicó Miguel, manteniendo ese rostro serio que poco le caracterizaba-, te recuerdo que los pastores que encontraron las ánforas, el siglo pasado, utilizaron algunos de ellos para iniciar fuegos con los que calentarse en las frías noches del valle; no obstante, amigo mío, no perdamos la esperanza. Como dices tú, podría existir alguna otra ánfora enterrada… Creo que siguen los estudios arqueológicos en la zona… No obstante…
Transcurrió un cierto silencio y dejaron pasar a un ángel.
-No obstante ¿qué?, Miguel ¿Porqué ese sospechoso silencio que me transmite tus serias dudas?
-En breve regresaré a Madrid y nos veremos en persona. Entonces seguiremos hablando. ¿Te parece en un par de días, el viernes por ejemplo?
-Bien, bien, claro, faltaría más; pero ¿porqué tanto misterio, qué me ocultas?... Dame un pequeño adelanto, porfa.


-Espero el regreso de Estados Unidos, del doctor, forense, Bifredo de Albany. Trabaja con la policía científica y es un hombre notable. Precisamente el viernes, como hemos quedado, iremos a verte y…
-¡Miguel!, estás loco, ¿has dicho Bifredo de Albany?; pero si es uno de los personajes del manuscrito gnóstico.
-Denoto, por tu expresión, sorpresa. No esperaba menos de ti. Veo que realmente has leído mi trabajo. Javier, ¡No! Te juro que ese nombre no me lo he inventado yo. También te aseguro que Don Bifredo de Albany no es pariente del inmortal Conde de Saint Germain- recalcó Miguel, esto último volviendo a sonreír, intentando mostrar algo de ironía.
-Bueno Javier, tengo algo de prisa, ya hablaremos el viernes. Nos vemos entonces a las diecisiete horas.
-Vale, vale. Tengo demasiadas preguntas, que me gustaría que fueran contestadas, aunque solo fuese en parte.
-Venga Javier, tú tranquilo, Bifredo de Albany es una persona muy agradable y te aseguro que te asombrará cuando lo conozcas.
Una vez acabada la conversación holográfica. Javier quedó pensativo. Solo el silencio exterior le acompañaba ya que las preguntas, en su interior, se incrementaban con cada intento de contestar sus elucubrativas cuestiones, formando una especie de alboroto mental.


“¿Cómo es posible- se decía-, que un personaje mítico de un más mítico pasado tenga una correlación directa con un personaje real de la más real actualidad?... Bueno, lo cierto es que si no estaba siendo objeto de algún tipo de broma, Ahora existía otro Bifredo de Albany”
“Tonterías –se decía-, es solo una simple casualidad. Por otro lado, de sobra sabía, que Miguel Arozamena era un auténtico cachondo mental y muy dado a la exageración especulativa; pero siempre terminaba confesando sus delitos “bromísticos”
Por otro lado, se daba cuenta de la importancia, para el hombre del siglo veinte, de lo narrado en esta historia gnóstica. Javier sabía, que tiraba por tierra los cimientos, no solo de la religión cristiana, sino de la propia historia y del resto de religiones establecidas.
Era consciente de que los libros gnósticos mostraban al hombre como una especie de divinidad minusválida y desmemoriada.
No había sido un Dios barbudo y de pelo cano quien había creado el Mundo en solo siete días; pero, por el contrario, tampoco proveían, dichos escritos, de cualquier aportación válida para los agnósticos y ateos. De algún modo, proporcionaba cierta esperanza a un Hombre Dios Eterno e Inmortal, sin un origen determinado y condenado a no dejar de existir jamás.
De algún modo era una idea positiva, ya que no dejaba al hombre huérfano de su origen, ni condenado a un destino sin futuro. Tanto el ateismo como la propia religión, hasta ahora, habían minusvalorado al Ser Humano convirtiéndolo en un simple mono venido a más, en un caso, para ser una criatura obligada a ser sumisa a un creador caprichoso, en el otro.


Una idea le pasó por la cabeza a Javier Moscoso ¿Y si solo se trataba de una Obra de ficción, fruto de la imaginación de su autor? Una novela copta de un Egipto poco posterior al reinado de Cleopatra y contemporánea a una de las destrucciones de la Biblioteca de Alejandría?.
Javier esbozó una pequeña sonrisa, cuando se le pasó tan peregrina idea por la cabeza. Pensar que ni Julio Verne o H.G. Wells habrían sido los primeros autores de ciencia ficción.
En sus manos tenía la traducción de unos antiquísimos papiros que fueran encontrados, dentro de un ánfora de barro cocido, en Nag Hammadi; pero, en este “peculiarísimo” caso,  se trataba de un descubrimiento relativamente reciente, de la primera década del siglo veintiuno.
¿Cuál sería esa guerra secreta de las sombras, de la que hablaba su anónimo y finado autor? Acaso de ¿alguna conspiración de magnitudes cósmicas?
Sentía miedo, Javier, cuando por su mente pasaba la siniestra idea de una posible destrucción deliberada de esos misteriosos pasajes que allí faltaban.
“Habría sido interesante –se decía-, descubrir una información absolutamente original, nueva, virgen y que pudiera desmoronar todo el edifico de la historia establecida; y que por el contrario, nos pudiera mostrar un parámetro más en la fórmula de la Vida. Esto podría ser tremendo, si fuésemos capaz de encontrar un arquetipo válido y desconocido con anterioridad”
Pensaba el científico en algo nuevo y capaz de desbaratar un auténtico castillo de naipes y convertir en un disparate todo lo referente al Sistema establecido, su historia, creencias, todo.


“Dios no solo no ha muerto, como dijera Nietzsche, el filósofo bávaro, sino que posiblemente jamás llegara a nacer, en nuestra dimensión; pero por el contrario, el Ser Humano, el Hombre, según lo leído, sí que parece ser una Entidad extraterrena e inmortal y cuya existencia es posible, en este plano, parasitando como huésped a un simple animal, primate, que le sirve como anfitrión en un mundo ajeno a su origen primordial. Una criatura finita conteniendo la esencia de un Ser superior”
Ese pensamiento era majestuoso, aunque herético y hasta cierto punto cargado de lógica. La lucha entre las dos naturalezas en el Ser Humano, de la que hablaba Pablo en sus epístolas. La dicotomía entre las personalidades de Jekill y Hide en la obra de Stevenson. Todo era anatema y tabú; pero ciertamente plausible.
En tiempos, no demasiado lejanos, cualquiera podría haber sido ejecutado, quemado en la hoguera, por dar crédito a tamañas ideas. Un Ser compuesto de muchos e inmortal, eso decía el manuscrito, que se sacrifica por una supina imbecilidad. Realizar una secuencia teatral no intentada con anterioridad en el Mundo eterno del Hombre Original. Algo salió mal. Algo no se tuvo en cuenta y el Ser, primigenio, al entrar en el novísimo escenario se disgrega, perdiendo la consciencia y se expande hacia el infinito de la nada sin dimensiones, dando lugar a un caldo de caos subatómico.
De forma inconsciente, las células nanoscópicas, partículas subatómicas, del Ser disgregado, por una simple cuestión de afinidad, lo que conocemos como gravedad, se van reuniendo hasta dar forma a las cosas. Átomos primero, gases y agua después. Estrellas, planetas, plantas, animales de toda especie y el cuerpo del Hombre; es decir, todo el cosmos conocido.


“Esa mente inconsciente –sigue pensando el experto en civilizaciones desaparecidas-, va creando de forma automática y programada, leyes, normas, objetos que las sustenten como las estrellas y los objetos masivos. Crea criaturas vivas y toma cierta consciencia a través de ellas. Por su mediación, en parte, el Ser es capaz de abrir los ojos y ver. Es capaz de sentir; pero de una manera escasa, pobre, insuficiente para adquirir una consciencia antigua y perdida”
“ ¿De que guerra secreta habla el autor copto? ¡Por Dios! –se dice Javier-, no es posible que el relato haya podido quedar así.  Ese enigmático Saint Germain de Bifredo de Albany –ironiza-,  pudiera tener alguna respuesta”
Pero Javier Moscoso, como científico, era capaz de vislumbrar algo siniestro, extremadamente siniestro. Esas fuerzas, creadas con un origen cercano y sin futuro alguno. Esos dragones demoníacos de la naturaleza que han sido creados por la esencia del propio Hombre. Sí, las leyes conocidas creadas por la interacción de las cosas, los cuerpos estelares y planetarios. Eso es, los arcontes y demiurgos. Creadores que crean cuerpos para ser ocupados por la inteligencia del Ser; pero también otros, simples clones, que como figuras de cartón piedra ocupan su, justo,  lugar en el Drama de la Vida; pero vacíos y sin vida propia. Inteligencias artificiales que automáticamente procrean con el afán de producir escenario tras escenario.


Esos eran los pensamientos de un científico de mediados del siglo veintiuno.
“Hasta ese punto hemos llegado –se decía Javier-, sí, eso era. El Creador, disgregado y ocupando diversas vestiduras, está siendo ordeñado por sus propias criaturas. Criaturas oscuras, sin Alma verdadera,  que necesitan de la luz, energía del Ser, para poder subsistir y hacer frente a su programado cometido.”
Seres fantasmales, sin capacidad de auto existencia, manipulando al Creador, falto de memoria, para subsistir dentro de un universo de espacio tiempo y cumplir con sus objetivos primigenios. Ni mal ni bien se encuentra en ellos; solo pura subsistencia, puro instinto de conservación luchando contra el dejar de existir; pero en el fondo, todo ello no era más que un pequeño esbozo provocado por la productiva imaginación del Hombre.
Javier abandonó ese pensamiento tan esquivo como el viento y volvió a llenar su mente con la profunda pena de no poseer ese capítulo negado, de una Obra que había sido ocultada a la mirada del ser humano durante siglos, por generaciones.
“El Viernes, a las cinco de la tarde –recordó-, quizá. Sí, a las cinco de la tarde podría conseguir alguna respuesta”


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