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miércoles, 13 de julio de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro I: El Extraordinario Viaje de Adam Kadmón, La Esencia de un Beso

Pensamos que un beso puede ser algo frío y sin consistencia; pero en este mundo hasta un simple beso, aparentemente sin pasión, está lleno de contenido.

Demian (Mayordomo de la Reina Edith, la Nórdica)

La Esencia de un Beso


Bifredo el Teutón permanecía inmóvil y solo; acompañado únicamente de sus propios pensamientos.
Había perdido la noción del tiempo. Ya no sabía el que había transcurrido, estando allí prisionero, en las entrañas de una oscura cueva, desde que la Reina élfica, Edith la Nórdica, allí, lo abandonara.
Había forjado una poderosa espada para la Reina del Castillo y como recompensa, a cambio, fue abandonado a su soledad. Unos tristes candiles, alimentados con grasa de ballena, eran su única esperanza de poder recuperar algún día, en su vida, la luz del día.
Durante ese periodo de su vida, pudo trabar cierta confianza y de amistad con Demian el Comendador y Mayordomo del Castillo. También algunas de las doncellas de la Reina, solían visitarlo, sobre todo, para retirarle sus ropas sucias y asearlo con jabón de aceite y cenizas. Después sus suaves manos perfumaban el cuerpo del guerrero con ungüentos de olores extraordinarios.
La comida que le bajaban, tampoco era mala. Por el contrario, jamás había ingerido algo de tan extraordinaria calidad; pero ese cautiverio inexplicado le estaba minando el alma.
La Bellísima Reina rubia Edith, había marchado al Frente, a la cabeza de sus tropas con el fin de combatir a los pocos supervivientes de la raza prehumana de los Trolls. Por lo menos eso era lo que el Comendador Demian le había contado.
Bifredo se ponía histérico cuando las risas y cuchicheos de las doncellas llegaban hasta su cubil de forma ininteligible.


Ahora era conocedor de que las tropas que contendieran contra él mismo y el ejército, junto al que luchaba, no eran otras que las de la Reina rubia Edith, La Nórdica.
La raza de los Trolls, según Demian, había permanecido en estas tierras heladas desde que el Ser humano tuviera memoria; pero a pesar de su apariencia humana, aunque bestial, no podían tener descendencia al mezclar su sangre con la de los humanos nórdicos de las laderas, llanura o costa. Sus cuerpos eran más bien bajos, no superaban el uno sesenta de estatura; pero eran fornidos y atléticos. Sus grandes cráneos, más que el de los humanos, denotaban una gran inteligencia que se magnificaba en su tradición de enterrar a sus muertos. El uso del fuego desde tiempo inmemorial y sus útiles de caza. La Honda, la lanza de silex, las flechas y las garrotas realizadas con huesos de poderosos animales, ya extintos, como el tigre dientes de sable o el Oso de las cavernas.


Su perdición fue la extensión territorial del hombre moderno. Eso hizo que ocupasen unos mismos territorios de caza y la afabilidad, con fealdad incluida, de los Trolls jamás pudo competir con la bilis, brío, belleza y salvajismo del Hombre Nórdico.
Ellos mismos, los Trolls, eran conscientes de la hermosura de los hijos del llano y albergaban en su corazón una envidia no siempre sana.
En las noches profundas de tormenta y frío, situación que sus protegidos cuerpos, arropados de gruesas pieles, podían aguantar mejor que el Hombre moderno, bajaban a la llanura y con su olfato desarrollado descubrían las habitaciones donde eran protegidos los infantes nórdicos. Ellos, sigilosamente, utilizando ciertas drogas conocidas por su antigua estirpe, adormecían a los Padres y raptaban a sus crías. También secuestraban a algunas mujeres, en edad de procrear, con la intención de mestizar su propia raza; pero, al parecer eso no pudieron, salvo en contadas ocasiones, conseguirlo.


Cuando los rubios nórdicos despertaban a la mañana siguiente, podía oírse en todo el poblado el llanto y los gritos de dolor por sus hijos perdidos. En muchos casos, encontraban en las cunas de sus niños, los propios hijos de los Trolls que habían sido cambiados, unas criaturas deformes y horribles para ojos nórdicos, y eran, en unos casos matadas o en el mejor de los casos dejados morir de hambre. Eso era lo que Bifredo sabía por boca de Demian; pero también porque algo desconocido, en su interior, lo intuía.
El arcón de Hierro fundido que le dejara, a su cuidado, la Reina Edith siempre estuvo vació. Demian, el Mayordomo del reino, lo calmaba indicándole que él no había tenido constancia, jamás, de que aquella caja de hierro hubiese contenido algo más que nada.
-No te preocupes –le decía-, no te preocupes mi amigo teutón, tu cabeza siempre estuvo a salvo. Quizá la Reina te haya puesto alguna prueba, por motivos que se me escapan; o quizá, también te diera otra cosa en prenda y de lo cual tu no has podido darte cuenta.


-Cuando regrese nuestra Reina –continuaba Demian-, de su batalla contra los Trolls, te dará las explicaciones necesarias. Seguro que es algo sin importancia.
A pesar de las palabras alentadoras y de las continuas visitas de Demian, Bifredo no paraba de preguntarse porqué tardaba tanto la Reina, en retornar, de aquel Viaje.
Otra de las cosas que más intrigaba a Bifredo, era esa especie de nueva memoria que no sabía ni como ni de qué manera le había llegado. El ahora creía saber cosas que nunca había aprendido de nadie. Solo sabía que empezó a notar extrañas sensaciones una vez que la Reina le dijera sus últimas palabras y lo abandonara en aquella triste cueva. Eso, realmente le inquietaba por misterioso y desconocido.
El siempre había sido un hombre acostumbrado a ver el mundo a través de sus manos. El siempre había sido un hombre de acción. Herrero, en su aldea, tierras adentro en la gran península, acostumbrado a soportar la tensión de sus músculos y el calor de la fragua. Cuando guerrero, sostenía en sus manos escudo y pesada espada. El no era persona dada a la imaginación desmesurada. Sin embargo su mente estaba inundada de recuerdos que no le pertenecían y contemplaba, en extraños sueños, como unos más extraños pero hermosos seres de luz se despedían para a continuación contemplar una tremenda explosión que invariablemente le despertaba de su pesadilla.
Bifredo de Albanya, guerrero teutón era un hombre de mediana estatura y pelo castaño. Sus ojos entre azules gris y verdosos daban a entender su mestizaje entre gentes de los hielos y de las tierras templadas... El sabía que no podía haberse convertido en un sabio, de la noche a la mañana y además, lo más curioso del caso es que estaba convencido de saber cosas acerca de la Reina rubia Nórdica. Cosas de Edith, que ni ella ni ningún otro le habían jamás contado.
Corroído por la curiosidad, en una de las múltiples visitas que le realizaba el Mayordomo Demian, no pudo aguantarse más y le comentó de sus inquietudes, a lo que su compañero le contestó.
-Espera un momento, amigo Bifredo ¿Qué fue lo último que dijo o hizo su Majestad la Reina antes de abandonarte?
-Que contase las cosas que había en el arcón –contestó el teutón-, pero en el arcón nada había; es por ello que tengo miedo por mi propia vida tal y como te comenté.
-Olvídate de eso, Amigo, la Reina Edith tiene un excelente sentido del humor; un tanto especial es cierto…, paradójico; pero te aseguro que si te salvó el pellejo en aquel campo de batalla no lo hizo para disfrutar viendo como ahora te cortan la cabeza.
-Contradictoria, quieres decir, Amigo Demian.
-Bueno –pensó Demian-, eso también; pero dime ¿hubo algo más, algo a lo que tu no le hayas dado importancia alguna?
-Nada Demian, nada más me dijo que la besara y eso hice, besarla.


-Acabáramos, Amigo, ella te ha entregado en depósito el contenido de su Alma. La nueva consciencia, los pensamientos y la memoria que te surgen sin motivación alguna, no son los tuyos sino los de la propia Reina.
-Amigo Bifredo –continuó el Mayordomo-, no es el arcón el que deberíais defender con vuestra propia… -interrumpió en ese instante, Bifredo, a su interlocutor.
-Mi propia vida; eso es, deberé proteger mi propia vida para que cuando nuestra Real Dama regrese, pueda devolverle lo que ella me dejara en prenda ¿Un Beso, un simple y puñetero beso?
-Pero Demian –continuó Bifredo con su exposición-, yo nunca fui supersticioso ¿Es posible que con un simple beso sus recuerdos me haya entregado?
Demian que era hombre sabio y mago, curtido en lides de alquimia, filosofía y religión, pudo calmar las dudas de su amigo, el guerrero teutón.
-Sí, claro que sí. Sí teutón. Desde tiempo inmemorial se sabe que nuestros cuerpos comparten información mediante el contacto físico. Cuando ese contacto es pleno, interior entre cuerpos de diferente polaridad, se produce la reproducción y los niños vienen al mundo.


-Igual sucede con el Alma y el Espíritu, querido Amigo –continuó-. Dicen nuestras tradiciones que el Dios Odín sopló de su propio aliento sobre la primera criatura humana que creó. Esa criatura, el hombre, a partir de entonces tuvo Alma y llegó a ser un Ser Viviente. Evidentemente. Mi Hermano Privilegiado, tu eres depositario de la sagrada información del Alma de nuestra Reina élfica.
-Y el espíritu –volvió a interrogar Bifredo de Albanya-, como se transmite la información.
-Según esa misma tradición, amigo mío, el Espíritu es uno, único e indivisible aunque cercenado en miríadas, casi incontables partículas. El Espíritu no precisa compartir información, ya la tiene de origen. El espíritu se identifica, entre sus polaridades, sus almas, por la vista, los ojos, en suma, su mirada.
-Dices Demian ¿Un espíritu dividido en muchos? y ¿Cada partícula de espíritu controlando, a su vez, dos almas?
-Eso es Amigo teutón. Cada partícula dividida de Espíritu posee dos almas de polaridad opuesta y separadas entre sí –Se produjo un pequeño silencio.
-Te contaré una historia hermano Teutón.


-La Reina élfica, apareció así sin más, un día en la llanura, acompañada por algunas de sus hermanas. Trajeron consigo este castillo sustentado entre las nubes; yo en su confidencia, sabiendo ahora, que contigo no rompo algún secreto. Ella está buscando algo suyo, de su propiedad y que le pertenece. Como si fuera, por decirlo así, ella la llave de una cerradura que una puerta abriese. Esa cerradura, otra alma afín a ella, es lo que anda buscando. Esa alma que case con la suya y que solo, el Dios de nuestro corazón, sabe que sucederá entonces.
-¿Cómo podrá Demian, la Dama reconocer a ese privilegiado?
-Al parecer –responde el Mayordomo-, eso no funciona así, mi Amigo. La Reina Edith es conocida en todo el Mundo y los espejos mágicos transmiten el fulgor de su penetrante mirada hacia todo ser vivo consciente por muy lejano que se encuentre.
-Ya entiendo –interrumpió Bifredo-, Es ese alguien quien deberá reconocerla a ella. Hacer lo posible por hacerle llegar esa circunstancia ¡Óyeme estoy aquí! a la Reina y que ella a su vez le proporcione audiencia.
-Eso es mi avispado amigo teutón, se ve con claridad, que el beso recibido en prenda, de nuestra Reina élfica, sus frutos empieza a dar.
-Pero entonces, si hay por ahí fuera un alma gemela de Edith ¿Qué sentido puede tener que su propia alma me haya dejado en prenda?
-No sé, Bifredo. La Reina como diosa que es, misteriosa también; pero podría presentir que en peligro su vida estuviese. Su necesidad podría ser dejar a salvo esa información en tu poder para, pasado el peligro,  volvérsela tú a transmitir de nuevo. Es una simple suposición.
-Ya, amigo Demian; pero parece tener cierta lógica. Ahora, lo que yo no entiendo es porqué tanto está la Reina tardando. ¿No le habrá sucedido algo malo?
Según se encontraban enfrascados, en esa conversación Demian y Bifredo, se escuchó, fuera de la gruta, en la Sala Real, una fuerte algarabía. El Paje real penetró en la gruta, desfallecido, tiritando y acalorado, casi sollozando.
-Es la Reina mi Señor Demian, es la Reina…
-Por el Dios de nuestro Corazón, Daniel, háblanos ¿Le ha sucedido algo a nuestra Edith?
-Mi Señor Demian, las tropas reales han sido salvajemente derrotadas y la Señora ha caído…
A penas si podía expresarse Daniel, el Paje real, de los sofocado que se encontraba por tan arduo y accidentado viaje.
-¿Acaso murió Edith la Reina? –Preguntó, casi gritando, Bifredo el Teutón
-Tranquilo Bifredo –Intentó, el siempre afable,  Demian poner algo de cordura en aquella situación-. Calmémonos un poco. ¿Ya? Deja que el paje recupere el aliento.
Tras tomar, Daniel, un sorbo de agua de la jarra que Bifredo le ofreciera, continuó con su exposición.
-Señor Demian, señor Bifredo, nuestra Reina ha caído malherida en el Campo de Batalla. Cuando darnos cuenta hemos podido, prisionera era de las fuerzas en liza.
-¡OH, no, Dios nuestro! –Exclamó Demian con el corazón en un puño. ¿Qué otras nuevas traes?
-La Señora me entregó esta tablilla, para que en caso de que esto sucediera, presto, os la entregase a vos.
Demian tomó la tablilla de arcilla, cincelada con caracteres rúnicos, y después cocida. Sus runas pudieron ser leídas, en voz alta, en un lenguaje rúnico que el guerrero extranjero en ningún instante pudo entender.
-¿Qué dice, Demian, Amigo? – Preguntó, impaciente, Bifredo de Albanya.
Está en escandinavo y ese lenguaje bárbaro, en las tierras interiores, era poco menos que desconocido. No obstante, Demian se prestó a traducir su contenido al teutón y comenzó a leer por segunda vez:
-Querido hermano Demian, lo que estaba escrito por el Destino ha sucedido. Si estás leyendo esto es que he sido muerta o capturada. Dile a mi Hermana Brunilda, Capitana de las Valkirias, que le concedo el honor, que yo no he podido tener, de nombrar Caballero a Bifredo, que salió ileso del mortal abrazo de nuestra común Hermana Bárbara. Así debe ser, ya que en mi corazón descubrí que se trata de un Hombre verdadero; además que, tanto, la información de mi alma como la de mi gemelo contiene en su aliento.


-Ha llegado –continuaba-, el final de su cautiverio necesario para que se repusiera de sus heridas y para que la información que le di en prenda, mediante un divino beso, pudiese asentarse y fermentar en su propia alma para así no perderla. Hazle entrega de nuestra espada Nothung, Excalibur. La espada divina que forjara para mí. Dile, Demian, que la use siempre como defensa; pero que nunca, nunca deberá hacer correr, su filo, la sangre de nuestros enemigos. Si ello sucediera así, el poder mágico de la espada se volvería contra nosotros y la Luz que intentamos llevar al mundo se convertiría en una terrorífica oscuridad. Dile también a Brunilda que ceda el mando a Bifredo el Teutón, Caballero de Albany, quien deberá comandar a nuestros dos ejércitos conjuntos. También te ruego, como un favor a tu Hermana Edith, Demian, que lo acompañes como médico, hombre de ciencia y asistente y que lo puedas servir con el mismo fervor que si de mí misma se tratase. La tablilla ya no da para más así que presto y venid, montados en los barcos, hacia la Isla de Hielo del Norte. Venid a Groenlandia. Hacedlo antes de que el invierno y su larga noche nos alcance.


-¿Porqué yo Demian, porqué yo y no algún otro?- Preguntó a todo el que lo rodeaba el guerrero Bifredo.
Demian contestó las dudas de su Hermano y Amigo.
-Probablemente vos seáis un Hombre auténtico, verdadero; aunque es evidente que no sois su alma gemela. Quiero entender que ese es el único motivo por el que os rescató a vos y no a otro moribundo de las garras de su siempre hambrienta Hermana Bárbara, allí en el Campo de Batalla. Un simple figurante, de la Magistral Obra de Teatro, no hubiese servido para cumplir con sus objetivos. El ser portador de los recuerdos de nuestra Reina y de su Hermano Gemelo del Alma.
-Tiempo es Bifredo, futuro Caballero de la Güera élfica, de que saquéis del yunque la espada sagrada, que vos forjasteis y con la que seréis armado Caballero de Edith, la Reina Nórdica.
-Dios de nuestro Corazón ¿En un Yunque?- La pregunta de Bifredo quedó sin respuesta.




En la majestuosa sala del trono, en su centro, se encontraba un imponente yunque de hierro fundido y negro como el azabache; donde el mandoble se encontraba hundido, penetrando hasta una cuarta de la enjoyada empuñadura.
Bifredo puso cara de extrañeza, intentando comprender como aquella espada podía haber sido clavada en tan duro e impenetrable objeto de herrería.
Demian rió al contemplar la cara que había puesto su gran Amigo el teutón.
-No te preocupes, Bifredo, si hay algo en este mundo para lo que hayas nacido, es para sacar esa espada del yunque que la retiene. Como prueba de que lo que te digo es cierto haremos una prueba.
Demian gritó en aquella estancia repleta de fornidas amazonas y guerreros.
-Todos los bravos guerreros y guerreras de nuestra Edith, acérquense a mí. La Reina Edith convertirá en Capitán de sus ejércitos a aquel que fuera capaz de arrancar a Nothung, la espada, de este yunque, con sus propias manos.
Una tras otra. Uno tras otro, las guerreras y guerreros más capaces y valientes intentaron arrancar el mandoble enjoyado de aquella su prisión. Uno tras otro. Una tras otra fracasaban al intentarlo.
Bifredo preguntó en voz baja a Demian.
-¿Como habéis podido introducir la espada en el yunque y quien ha sido?
-Empujándola, con sus manos la propia Reina ha sido. Te recuerdo que es una Diosa; pero no sigas preguntando que tu turno ha llegado.




Sin demasiada fe, todo hay que decirlo, el guerrero teutón agarró la espada por su empuñadura con la dos manos y puso un pié sobre el yunque, para haciendo fuerza así ayudarse; pero el mandoble salió de su prisión sin el más mínimo esfuerzo, como si el yunque de mantequilla o nata hubiese sido construido, no quedando en él la más mínima huella de que allí clavada hubiese habido espada alguna.
Acto seguido sonaron los cuernos de las amazonas y en repuesta a su plegaria, los ejércitos de Valkirias, comandadas por Brunilda aparecieron.


Demian mostró a Brunilda la tablilla de barro con las runas grabadas por la propia mano de su Hermana Edith, la Reina Nórdica.
-Vamos, presto, ya no hay más tiempo –dijo Brunilda-, Bifredo entrégame la espada que arrancado haz del yunque –Mientras decía esas palabras, la Hija de Odín miraba fijamente a los ojos de guerrero. Este reconoció, al instante, el Espíritu verdadero de Brunilda y la espada en sus manos dejó.
-Rápido arrodíllate –Bifredo el teutón así lo hizo y bajó su rostro en actitud de extrema humildad.
-Ya no, Hombre, no hay tiempo para eso –Gritó con fiereza Brunilda-, levanta ese rostro al cielo para que puedas ver la faz de Odín y mira, como hombre que eres; primero al único ojo cegador del dios y después a mí, tu hermana, a los ojos.
Brunilda levantó a Excalibur y, con velocidad felina y fuerza de oso, la dejó caer hasta posarse con extrema suavidad, primero sobre el hombro izquierdo del guerrero, después, del mismo modo, sobre el derecho. Finalmente, realizó el mismo gesto sobre la propia cabeza de Bifredo.
Esos gestos fueron acompañados por las mágicas, dulces y  poderosas palabras de la diosa guerrera…
-Por el poder que me confiere ser la Hermana mayor de los hijos del Primado Mayor, y por lo tanto de Kali, la Reina Morena de la venganza, De Bárbara la Reina pelirroja de la avaricia y de Edith la Reina Güera, de Elfos y Hombres; yo os nombro Caballero de Albany y, por lo tanto, pasaréis a llamaros, a partir de este mismo instante, Don Bifredo el Teutón, Caballero de Albany y depositario de las almas de Edith y de su gemelo Adam Kadmón.
-Ahora –terminó el ritual la Hermana mayor de Edith-, retomad a Excalibur Nothung, con vuestras manos y poneos al mando de nuestros dos ejércitos conjuntos, como Gran Capitán de las tropas élficas. A partir de ahora Hermanas, serviremos a este Hombre y no a Odín; por lo tanto libres seréis de cercenar vidas y dejar abandonadas sus almas en el campo de Batalla.
Amazonas, Hombres y Valkirias montaron sobres sus corceles y dirigieron sus pasos hacia la costa donde les esperaban pertrechados sus barcos nórdicos.
Al frente de aquellas cuantiosas tropas, iba un caballero humilde e ignoto en los anales de la historia. Un simple hombre conocido como Bifredo el Teutón, Caballero de Albany.


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