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lunes, 11 de julio de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro I: El Extraordinario Viaje de Adam Kadmón, La Carga de las Valkirias

La muerte solo es un tránsito por el que los humanos deben pasar para poder adquirir un cuerpo nuevo. Vamos, es como comprarse unas sandalias nuevas.

Una de las valkirias (hijas de Odín)

Dimensión Gaia, hace mucho, mucho tiempo

La Carga de las Valkirias


Vayamos hermanas, cantando nuestra canción, tras la estela de los rayos del martillo de Thor. Vayamos hermanas, tronando nuestra canción a recoger, del campo de batalla, a los guerreros caídos para trasladarlos al Valhala, como ofrenda a nuestro Padre Odín- Dirigía, con su tonada, Brunilda la cabalgada de sus hermanas.
-Cuerpos destrozados a nuestro paso. Se matan los hombres, entre ellos y  en batalla. Odín los quiere fríos y odiosos o apasionados de amor; pero nunca tibios –Vociferó la Hermana Patricia.
-Solo los valientes heredarán el Valhala de Odín. Perezosos no quiere a su vera y así serán vomitados de su boca –Cantaron todas al unísono.
El campo de batalla estaba cubierto de guerreros malheridos y cadáveres descuartizados. La sangre manaba de los cuerpos inertes y teñía, de púrpura, las arcillosas tierras del norte escandinavo.
Las valkirias, montadas en sus corceles alados, sobrevolaban el campo de batalla, alzando sobre sus monturas, las almas de los guerreros caídos en combate y que con gran valor habían sucumbido ante sus contrarios.
-Buena cosecha la de hoy –Dice Brunilda a sus hermanas-, Contento se pondrá Odín cuando vea que llevamos nuestras alforjas rebosantes de almas para que cohabiten, con él, en su celeste santuario.
-Bárbara tendrá buen almuerzo de sangre hoy; pero las almas de los fallecidos, hoy, no podrá arrastrar hacia su lúgubre morada. Hoy esas almas han sido bendecidas y arrebatadas del mundo para alzarlas más allá y que regresen junto a sus inmortales hermanos.
-Bien dices Karen- replicó Brunilda, la mayor de sus hermanas -hoy los buitres comerán carroña sin esencia. Lloremos por aquellos que habiendo sido heridos no han tenido la suerte de morir en combate y han sido llevados fuera del campo de batalla para fallecer sin honra, sin que nosotras, hayamos podido rescatar, para Odín, sus almas.
Algunos malheridos, con la vista nublada, miraban hacia el cielo implorando por una muerte rápida que nunca llegaba. Al borde de la muerte, los guerreros podían vislumbrar a los blancos rocines y a sus armadas jinetes al alba.
-Por favor, valkirias amadas, llevadme con vosotras, por el amor de Odín. Ya estoy más muerto que vivo. Por favor valkirias amadas, llevadme con vosotras antes de que partáis de aquí hacia vuestra lejana morada.
-Tú, hoy no te me escapas- Gritó la pelirroja Bárbara, sacando unos voluptuosos brazos del interior de la tierra atrapando, en abrazo feroz, al mortal malherido.
-¡Bárbara, por el Dios de nuestro Corazón!, déjalo partir. Uno menos, en tu festín, no te importará. Alimento tienes de sobra, desparramado, por toda la llanura.


-Cállate maldita hermana. Deja que mi voracidad y avaricia se colmen de una vez con el fin de que estos hombres dejen de amar la Vida. Vida por la que tanto lloran cuando es cercenada. Hermana Brunilda, a estos hombres no les ha llegado el tiempo de arrebatar el cielo por asalto. Son valientes, cierto; pero no lo han dado todo. Ellos morirán; pero no batallando y mis amantes brazos los atraerán hacia mis abiertas fauces, donde serán devorados para que puedan renacer de nuevo.
-¡Por Odín valkirias, ayudadme!- Clamó un guerrero al Cielo.
-Hombre, hoy nada podemos hacer por ti –contestó una de las valkirias-, Odín nos tiene prohibido arrebatar almas en que no hayan fenecido sus vidas. Tú estás más muerto que vivo; pero vivo aún. Nuestra hermana os devorará con delicadeza y placer. Mira sus turgentes pechos. Contempla sus torneadas piernas. Pierde tu consciencia ante su belleza y cae en una profunda somnolencia. Muere entre sus brazos para, al poco, volver a nacer.
-Bellas palabras hermana; pero inútiles. Perdéis el tiempo intentando dar calor a mis muertos. Ellos fríos quedan para pudrirse y convertirse en parte de mí cuerpo. Yo, Bárbara como Avatar del mundo devoro, con gran apetito a la Tierra y a todas sus criaturas. Sí, hermanas, largaos ya con vuestro bien ganado botín de guerra  y dejad a esta, vuestra hermana hambrienta, en paz.
Lejos parten las valkirias con su cargamento de almas. Almas que serán limpiadas, embellecidas y uniformadas para ser entregadas a Odín. Héroes del Hombre serán. Héroes que ayudarán a, sus hermanos mortales, la Sesión teatral cerrar.
El hombre sufriente y herido, tras la batalla es mecido sino zarandeado, por los poderosos brazos de la Diosa de la Avaricia y de la Muerte.
-Pobres hombres- dice Bárbara al guerrero-, hoy es el día de mi venganza porque yo estoy aquí por culpa vuestra. He venido a realizar mi trabajo de devoradora de hombres y no me retiraré sin haberlo llevado a cabo. Muere indolente, por la pérdida de sangre, ya que mis hermanas han marchado. Muere y deja tu alma atada a la tierra y este cuerpo, en descomposición, para poder ser devorado.
Tiempo ha pasado, ya los guerreros marchado y en el campo solo quedan los cadáveres y aquellos que han sido, en su mal estado, por muerto dados. Una tremenda mujer Güera como pocas, de buen porte y divina como la luz del amanecer, aparece alumbrando el mortuorio terror de aquel funesto paraje.
-Maldita hermana y bruja, deja inmediatamente a este Hombre, a quien no le ha llegado aun la hora. Retiraré tus brazos de muerte de su derredor y con tu propio cuerpo, la roja arcilla, curaré sus heridas. Este, Hermana Bárbara, hoy conmigo viene. Satisface tu hambre con el resto de yacidos que veo en derredor.
-Edith, Hermana ¿Porqué robas mi alimento tan bien ganado? Yo no te he hecho nada.



-Hermana, yo no te robo nada. Este Hombre aún sigue vivo y vendrá conmigo. Curaré sus heridas y me hablará de su historia y aconteceres. Lo meceré en mi regazo y le ofreceré el carnal calor de mi cuerpo. No sé quien es, cierto es; pero no sé que me da que, éste, concretamente éste, algo me tiene que contar.
Ya el sol empieza a mostrar sus primeros rayos por Oriente. La Dama lleva, delante suyo, montado sobre su blanco corcel, a un agonizante guerrero desnudo ya que sus ropas, mallas y coraza fueron en el valle abandonadas. Al abrazo del calor de la yegua y de la blanca dama que lo protege; el guerrero parte de su consciencia recobra.
-Bárbara, por favor no me lleves contigo…
-Tranquilo estate, hermano humano, que mi cruel hermana ya te ha soltado. Ahora eres mío y de mi total propiedad. He salvado tu pellejo y ahora tú me tendrás que ayudar.
-Lo que sea Señora mía. Mi vida ahora es suya, ninguna duda cabría. Vos diréis cual será para con usted mi deber.
-Ahora calla, Hombre. Ahora calla y recupérate del dolor acontecido. Tiempo habrá para que sepas que te depara el futuro y que es lo que a mí me tendrás que retornar.
-La Vida, si así fuera, Bella Dama.
-Tu Vida es mía Caballero. Algo más importante se requerirá de ti llegado el momento.
Cabalgando va la yegua con sus dos pasajeros. Una buena samaritana, quizá, y un no muerto ya revivido. Viajan hacia el horizonte en busca de agua, calor y cobijo. El dulce olor de matorrales y jaras parece que despiertan su humor y alegres van, cantando la Dama una bella canción de elfos y hadas. El escucha, atento, el rumor del viento meciendo las ramas de los árboles, que a modo de bienvenida, flexionar sus troncos parece.
Al final del camino, un castillo entre las nubes. Un palacio digno de príncipes y reyes.
Una multitud de vasallos salen al encuentro de Edith, su Dama. Los colores de sus trajes, aunque humildes, son majestuosos y dignos de la realeza.
Como la reina que es, se dirige a sus vasallos.
-Tomad a este hombre y curadle sus heridas. Lo aseáis y lo lleváis ante mi presencia. Mucho y de muchas cosas debemos de hablar, pues tiempo ha llegado que a esta barbarie pongamos final.


-Señora –habla el Comendador y Mayordomo de la Corte- ¿Habéis podido departir amigablemente con vuestras hermanas?
-Mi buen confidente y asistente, solo con Bárbara ha sido posible, ya que Brunilda y sus valkirias ya habían partido. No obstante, tenlo todo preparado. Si todo sale como tengo pensado, este varón pasará a ser mi Contador Real.
Ya se han llevado al herido guerrero. Ya le han lavado, cosido y ungüentos untado en sus graves heridas. Comida ha alimentado su débil cuerpo y su espíritu ya puede verse en su luminoso rostro. Conducen al guerrero, como si fuera caballero, ante la Reina del Palacio.
-¿Cuál es tu nombre Caballero?- pregunta la Reina Edith-, ¿Cuál es tu Oficio, a parte de Guerrero? ya que eso está claro.
-Bifredo de Albanya, mi Señora y herrero de profesión.
-Fuertes brazos tienes, no engañas, cierto es. Para mí trabajarás hasta que la tumba te llame. He venido a gobernar por estos Lares, con fuerza y prudencia; pero necesito alguna ayuda. Has podido saludar a mis hermanos que no vasallos. Entre ellos, los que curarte las heridas han podido. Serás mi herrero y fundirás para mí una espada digna de dioses. Tengo un metal, no de este mundo, que conmigo de lejos he traído. Yo soy Edith, Reina de las ninfas y Dama del Lago y Excalibur o Nothung será mi espada; que blandida por tus poderosos brazos hará posible que entrambos venzamos al Mundo y a su mal calaña.



Pronto, Bifredo el Teutón se hizo cargo de la herrería y su fragua. Con esfuerzo y tesón un metal más duro que el acero va tomando forma de espada mandoble. Una hoja tan ancha como la mano de un hombre adulto y afilada como ácido frente a carne humana.
-Señora, vuestra espada ha sido forjada ¿Qué utilidad le daréis?
-Bifredo, mi Amigo y Hermano. Leyéndote el pensamiento, esa no es un arma aunque parecerlo pueda. Es un instrumento sagrado de amor para salvar de su trágico destino a la especie humana. Tú eres hombre de carne y yo ahora también lo soy. Tú no conoces tu pasado; pero, sin embargo yo sí recuerdo el mío. Ya no necesito un herrero pues tu trabajo ha concluido; pero contable quiero que seas en las, subterráneas, tierras de mi reino.
-Baja conmigo –continúa la Reina Edith-, baja conmigo a las catacumbas donde hay un secreto guardado. El secreto que os hará libres a ti y a tu descendencia. Yo podré así regresar a casa, dados de la mano con mi Amado.
-Bifredo, Hermano, aquí en este arcón guardo mis atributos divinos. Cuéntalos como es tu obligación y pongo tu cabeza en prenda de que cuando regrese, aquí no llegue a faltar nada. Toma una campana. Si necesitares algo o pasaras hambre tócala para que uno de nuestros hermanos te baje buen sustento. Como necesidades de animal tienes, de ello no hay que avergonzarse, bajando esas escaleras encontrarás un profundo foso. Allí podrás defecar y hacer tus escatológicas necesidades. En esta tina, de aquí al lado, podrás lavar tu cuerpo sudado cada vez que lo creas necesario. Mis doncellas estarán a tu disposición para tal menester.
-Señora mía- miró el guerrero con cara de miedo- ¿Me habéis salvado para condenarme a estar encerrado de por vida?
-No mi amor Bifredo. Tienes el más alto privilegio y honor jamás concedido a mortal alguno. Guardar mi Tesoro hasta que yo regrese de una gran batalla, a la que solo puedo enfrentarme sola, con el fin, como ya te dije, de salvaros a ti y a todo lo que por encima o debajo de la faz del abismo existe, se mueve o vive.


Edith, la Reina Amazona dio media vuelta… Paró un instante pensativa y con una mueca sonriente. Se volvió y llamó a su guerrero Bifredo. Éste se acercó y la reina Edith le dijo –Bésame y deja que te pase mi aliento, esta es la auténtica prenda que deberás proteger con tu vida hasta mi pronto regreso.
*