Introducción a los otros Blogs de ARALBA

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Lección 19, Tercer grado, Primera Orden

  "Las Bodas Químicas 19"


-Jornada Tercera I-


Si no cumples con tu vocación, también te mueres. El Ser Interno, como hemos venido insistiendo, posee la potestad de romper la existencia de su vehículo de manifestación, si es tan rebelde y caótico como para no cumplir con, al menos, una parte del guión que trae escrito en sus genes.


Esa vocación, ya sea temprana o tardía, siempre aparece y pobre de nosotros si, por cualquier circunstancia, nos negamos a seguirla.


La Vocación puede ser de cualquier tipo; desde religiosa a tecnológica, artística o de servicio a los demás. Cada uno, cuando llega el momento siente la llamada y un impulso extraordinario que te impele a la acción vocacional.


Ya sea que tengas un trabajo absorbente o una dedicación a la familia demasiado exigente, o cualquier otra circunstancia, si aparece la vocación y no solo no la conviertes en tu prioridad, sino que la ignoras, ten presente que tu vida será mucho más corta de lo que venía registrado en el guión. Existen asignaturas,ven está Vida, que no pueden aplazarse ni dejarse pendientes.


Jonás, el Profeta bíblico tragado por un pez, por temor, no siguió su vocación, la llamada de Dios para profetizar en Ninivé y Dios envió una tormenta tan fuerte que los propios tripulantes del barco lo echaron por la borda. Aquel pez, lo llevó hasta las costas de Ninivé y comenzó a predicar la Palabra de Dios. ¿Qué hubiese sucedido si después de ese episodio se hubiese seguido negando a cumplir con su vocación? Con sinceridad, no lo sabemos; pero no podemos descartar que Dios se lo hubiese quitado de encima por defectuoso, inútil y desobediente.


No sirve la excusa de miedo a perder el trabajo o a que tu familia quede desamparada o que tu esposa desee que estés metido en la Iglesia todas las semanas. Todo ello son servidumbres que nos hemos ido imponiendo para los demás a cambio de abandonar nuestra necesidad vocacional. Pues ten cuidado, pues hacer eso puede no solo acabar con tu vida sino perder la única oportunidad de convertirte en el medio de manifestación para Cristo, tu Señor Dios.


Cumplir con nuestra Vocación no significa que tengamos que incumplir con nuestras labores habituales, incumplir con nuestros deberes conyugales o paterno. No significa que debamos abandonar la Iglesia u otras cuestiones que hemos ido añadiendo a lo largo de nuestras vidas. No, lo que debemos de hacer es hacerle sitio a nuestra Vocación y, paulatinamente, irla convirtiendo en nuestra prioridad principal, siendo las siguientes la familia y tu trabajo. Ahora bien, si por contentar a tu esposa, a tu jefe o a tus hijos, desatienden tu vocación principal, ten presente que tu Ser Interno puede decidir, con toda la pena del mundo, prescindir de tí, pasando, a continuación, al registro de los nombres olvidados.


Es muy lamentable ver cómo hay personas que sacrifican su vocación espiritual por cumplir con sus obligaciones mundanas, no dejando algún tiempo para su Desarrollo Espiritual e incluso haciendo oídos sordos a la insistente voz de su vocación. Una persona que podría llegar a los setenta u ochenta años cumpliendo con su vocación, puede ver cercenada su existencia a los cuarenta o cincuenta si, cabezonamente, se niega a escuchar la voz de su conciencia.


Por favor, que no sirvan estas palabras para juzgar a nuestros semejantes, sino para realizar introspección personal y juzgar si nosotros, no los otros, estamos cumpliendo con nuestra Vocación o seguimos insistiendo en hacer oídos sordos a la Llamada Interior.


Y no sirve decir que no poseemos una Vocación bien definida, porque la Vida, de forma invariable, nos conduce hasta nuestra Vocación. Otra cosa muy distinta es que nos negamos a abandonar nuestra "Zona de Confort".


*


"El sol salió por detrás de las montañas y se fue elevando para cumplir su viaje por el cielo, y así despuntó el día. Nuestros compañeros fueron levantándose de sus camas y empezaron a prepararse para la prueba de la balanza. Según llegaban a la sala, se saludaban y deseaban buenos días y, al vernos atados, algunos se reían de nosotros. Les parecía motivo de burla que, en vez de intentar pasar la prueba como ellos, nos hubiéramos dejado llevar por el miedo al resultado. Otros, sin embargo, no compartían esa postura de crítica. Nosotros nos excusamos alegando falta de inteligencia y que teníamos la esperanza de que en breve nos dejarían salir libres y que nos serviría de lección para el futuro. También les argumentamos que no era seguro que se pudiera pasar la prueba y que no estaban libres de la amenaza de grandes peligros.


Cuando estuvieron todos, la fanfarria de trompetas y tambores resonó igual que en la víspera. Esperábamos ver al novio, pero la verdad es que muchos no lo vieron ni entonces ni nunca. Apareció la virgen, esta vez vestida de terciopelo rojo con un cinturón blanco, y en la cabeza llevaba una corona de laurel verde. Su séquito no estaba formado por luces en esta ocasión, sino por una guardia armada de doscientos soldados vestidos de rojo y blanco como ella.


Se levantó de su trono y avanzó hasta donde estábamos los prisioneros y, tras un saludo, nos dijo: "Mi señor está satisfecho al ver que algunos de vosotros sois conscientes de vuestras faltas y, por ello, seréis recompensados".


Cuando me reconoció por mis vestiduras, se me dirigió a mí sonriendo: "¿Tú también te has sometido a las ataduras?; yo creía que estabas bien preparado". Al oír esas palabras, me eché a llorar.


A continuación, ordenó que desataran nuestras cuerdas y que nos volvieran a atar, pero esta vez de dos en dos, para llevarnos a un lugar desde el que pudiéramos ver la prueba de la balanza. Después agregó: "Quizá la suerte de estos fuera preferible a la que correrán algunos de los que ahora están libres".


La balanza, de oro macizo, fue suspendida en el centro de la sala, al lado de una mesa en la que había siete pesas. La primera era grande y, encima de ella había otras cuatro más pequeñas, y aparte se encontraban otras dos, también grandes. Eran tan pesadas en relación a su tamaño, que era algo inconcebible para la comprensión humana. Cada soldado llevaba una cuerda al lado de la espalda y la virgen los dividió en siete grupos, tantos como pesas había. De cada grupo eligió a un soldado para cada pesa en la balanza y, después, regresó al trono.


Luego se inclinó y dijo:


"Si alguien visita el estudio de un pintor sin saber nada de pintura y pretende hablar sobre ella con petulancia, será el hazmerreír de todos. Así pues, quien suba a la balanza sin que su peso sea equivalente al de la pesa y, por lo tanto, sea alzado hacia arriba, también será el hazmerreír de todos."


Cuando la virgen terminó de hablar, un criado invitó a quienes iban a pasar la prueba a que se colocarán en un plato de la balanza según su rango. El primero en hacerlo fue un emperador ricamente ataviado que, después de saludar con una inclinación a la virgen, se subió al platillo. Entonces, cada soldado colocó su pesa en el otro lado y, para sorpresa de todos, aguantó ese peso, pero la última pesa desequilibró la balanza y lo levantó. Esto le entristeció de tal modo que hasta la virgen sintió compasión por él. Mandó callar los murmullos de todos y ordenó que el emperador fuese atado y entregado a los soldados de la sexta sección.


Tras él, otro emperador se subió con decisión a la balanza. Guardaba escondido entre sus ropas un voluminoso libro, de modo que pensaba pasar la prueba con ese peso añadido. Pero no fue así, y la cuarta pesa lo elevó sin misericordia e hizo que el libro se le cayese. También fue atado y entregado a los soldados de la sexta sección. Otros emperadores corrieron la misma suerte y fueron atados en medio de las risas de los soldados.


Por fin, un emperador de baja estatura y con perilla morena subió a la balanza, tras la reverencia ante la virgen, y ningún peso pudo alzarlo. La virgen se levantó de su trono, lo saludó cortésmente y pidió que le vistieran con un traje de terciopelo rojo. Luego le entregó una rama de laurel y le rogó que se sentara en los escalones de su trono.


Llevaría demasiado tiempo narrar todo lo que ocurrió con los demás emperadores, reyes y nobles, pero baste añadir que fueron muy pocos los que superaron la prueba. Al contrario de lo que yo esperaba, presencié cómo se mostraban las virtudes de algunos, resistiendo distintos pesos, aunque pocos lograron la perfección. Y, como había dicho la virgen, los que fracasaron en la prueba fueron el hazmerreír de los soldados.


Luego llegó el turno de los señores, de los sabios y demás grupos. En algunos de ellos pudieron encontrar un justo o, a lo sumo, dos, en otros, ninguno. A continuación les tocó el turno a los pillos, a los farsantes y a los fabricantes de "Lapis Spitalauficus" (falsa piedra filosofal). Estos llegaron a la prueba entre burlas; incluso yo, pese a encontrarme abatido por la tristeza, no pude por menos que reír también.


Gran parte de ellos ni siquiera tuvieron acceso a la balanza, y fueron expulsados a bastonazos y llevados junto a los otros prisioneros. De entre la multitud de invitados quedaron tan pocos que he de decir que sentí vergüenza. Había personajes muy importantes entre los elegidos, y a todos se les puso un vestido de terciopelo rojo y se les dio una rama de laurel."


*


Aquí encontramos representado el coraje, la pureza y la disposición al sacrificio (las túnicas rojas y blancas) por aquellos que salen victoriosos (el laurel) de la Prueba de la Balanza que mide, entre los aspirantes, su Fortaleza e Integridad moral, su señorío y su grandeza de alma. 


Sí, son muchos los que poseen títulos y renombre; pero, ¿cuantos de ellos, en realidad, lo merecen?. En eso consiste la prueba de la balanza. Más adelante vendrán otras pruebas, incluso más duras y que prueban cuestiones más espirituales; pero en este momento lo que se pretende es que ningún farsante, mal nacido, pueda infiltrarse en el ceremonial de las Bodas.


Muchos de los que se presentan a la Prueba de la balanza, dice el texto, nunca vieron al Rey; es decir, al novio, ni nunca lo verán. Esto es así, porque aunque hayan asistido a la llamada, en realidad lo hicieron por curiosidad más que por vocación. En realidad, la llamada nunca fue dirigida a ellos pues son mero egos egregóricos sin contenido espiritual alguno y cuyo límite vocacional se encuentra en el Mundo y sus cosas. Estos egos no son apropiados, como almas groseras e impuras, para convertirse en el definitivo vehículo de manifestación del Alma; dicho de otro modo, en su guardián y protector dentro de los planos materiales.


La Virgen queda sorprendida al ver a nuestro Protagonista atado y no entre los que van a sufrir la prueba. Ella sabe, si no intuye, que Rosentkreutz está perfectamente preparado y que hacer frente, maniatado, a esa aciaga y obscura noche del Alma, en lugar de dormir plácidamente sobre un mullido lecho, solo es una prueba más de la humildad ya demostrada con anterioridad.


Les dice a los nueve atados que les trae un grata sorpresa; pero aún no les dice de que se trata, pues se verá en nuestro siguiente pasaje; pero queda una cosa clara. Nuestra Virgen entiende que los nueve, al menos algunos de ellos, están ahí más que por una cuestión de miedo a las consecuencias, por un reconocimiento interior de la Verdad. Nadie, en algún momento, puede estar plenamente seguro de encontrarse preparado para el Nuevo Nacimiento. Presentarse voluntario es muy arriesgado y no deja de ser una suerte de lotería. El reconocimiento de nuestra insuficiente preparación, al parecer, es algo importante para nuestras almas y fundamental para que, en algún instante, podamos ver el rostro de Cristo nuestro Señor.


En los anteriores manifiestos se arremetía sin miramientos sobre los químicos que pretendían tener la piedra filosofal para convertir el plomo en oro o para desarrollar el elixir de la eterna juventud. Aquí, esa falsa piedra filosofal, inexistente por cierto, se la denomina como Piedra "Spitalauficus" (es un apelativo despectivo sin traducción posible). Las Bodas Químicas son una Historia de Iniciación contada mediante una alegoría que utiliza la alquimia, de la época, como ejemplo. Con esto, los rosacruces nos dicen, con meridiana claridad, que ellos nunca se han dedicado a la fabricación de oro o a conceder la eterna juventud, tal cual, sino a mostrar el proceso de restauración de la condición grosera y degenerada como el plomo, de la naturaleza humana, hacia su original y verdadera naturaleza divina, refulgente como el oro, eterna e Inmortal que solo puede concedernos el verdadero elixir de nuestra Alma espiritual.


Aralba Pensator Minister, Frater R+C