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domingo, 7 de agosto de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, Bárbaro y Caballero

La mayoría somos Personas que interpretamos un papel; solo algunos son Seres Humanos Verdaderos.

Gabón (Bárbaro del Norte)

(Dimensión Gaia 1025 d.c.)

Bárbaro y Caballero



El atronador ruido que producían los calzados cascos de un alazán rojo, a galope tendido, desgarraba el embriagador silencio que había traído consigo las primeras horas del alba.
El Caballero de Albany abandonaba el campo de batalla; donde centenares de muertos yacían apilados, entre las cañadas del río, cuyas aguas aparecían tintadas de un rojo intenso, debido a la sangre derramada.
–No razono – pensaba el armado guerrero- ¡Huyo! ¿De quién?..., ¡De la pesadilla y del horror! 
Macabra danza de muerte y destrucción, donde los miembros volaban tras ser cercenados de sus troncos,  para ser esparcidos a todo lo largo de la mancillada rivera.
Esas horribles imágenes se repetían, sin algún tipo de compasión, en la mente del maltrecho y horrorizado caballero.
En un instante de su azarosa huida, de sí mismo y tras hundir, sin compasión, las espuelas que calzaba en los flancos del brioso y bello corcel, la montura encabritó su cuerpo sobre las patas traseras e hizo descabalgar, de forma violenta, a su asustado jinete.



La fuerte bebida elaborada con lúpulo y malta fermentada, había realizado su embriagador milagro sobre los bárbaros que contendieran contra las tropas cristianas.
Muchos de los suyos sufrían el dolor fronterizo de la muerte. Muerte que era bien esperada, como si de una bendición se tratara, por muchos de los miles de heridos.
Gabón sólo luchaba. Gabón nunca entendería la guerra; pero era consciente de ser considerado, por sus hordas, como el más poderoso y salvaje guerrero de las tierras norteñas.
–Yo debo luchar. Las circunstancias me obligan a hacer la guerra para proteger a mi tribu, familia, esposa e hijos. Me roban la tierra y matan a mi ganado.
Desde hacía varias generaciones, Gabón y sus hermanos bárbaros habían luchado contra diferentes pueblos, que se denominaban a sí mismos como civilizados, y que proferían una misma religión. Ellos eran denominados, por aquellos, paganos al tiempo que violaban a sus mujeres y robaban a sus hijos para convertirlos en esclavos.
Distintos estandartes habían sido enarbolados contra su pueblo obligándoles a armarse con la violencia de sus propias manos. Serpientes y águilas eran mostrados como símbolos por los invasores. La Cruz reinaba sobre todos ellos intentando destruir su cultura rúnica y sus arcanas creencias. Brujos y brujas, seguidores del diablo, les llamaban.
Ellos siempre se habían defendido, como mejor sabían. No poseían grandes conocimientos de ciencia guerrera; pero algo debían de hacer, con el fin de preservar su milenaria cultura de caza, pastoreo y respeto a la Naturaleza.
Tras la embriaguez, proporcionada por la mágica cerveza, Gabón montó a su blanca mula y partió en persecución del Caballero huido y que, instantes antes, mandara las destruidas tropas invasoras.



Después de pasar un tiempo indeterminado en estado de inconsciencia, Bifredo de Albany, gravemente herido, visualizó la bella imagen de su amada Dama Laura, la madre de sus hijos. Las imágenes de la guerra se mezclaban, intermitentemente, con situaciones familiares de gran ternura.
–Yo – se decía -, Gran Caballero y Alto Dignatario de las grandes casas de Roma, poseedor de extensas tierras pobladas por multitud de vasallos. Mis hijos, naturales, putativos y oficiales... Sus hijos, los bárbaros también tienen niños y sus ojillos se alimentan de un gran sufrimiento y de una efímera alegría. Veo los ojos llorosos de mi progenie. Veo los llorosos ojos de sus hijos..., los niños no ¡No!
–También reconozco la incontenible rabia de las viudas, obligadas a mantener en soledad a sus jóvenes retoños. ¡Dios!, perdóname si puedes. Gran Señor pensaba que era y bárbaro me encuentro por haber asesinado a tanto ser humano. No soy digno de ser llamado Guardián del Ánfora.
El delirio, consecuencia del dolor, fue arropado por una incipiente razón que se había despertado en la consciencia del Grande y vitoreado caballero.
Una afilada y roñosa daga de acero, templado en nitrógeno por la sangre de muchas muertes, rasgó con inusitada violencia la primera capa de piel de su blanco cuello.
Albany abrió sus llorosos ojos y vio, ante sí, una sombra de sí mismo. Un alto y fornido salvaje, acostumbrado a tratar con el ganado. Lo había tomado por el cabello dispuesto a cercenar su cabeza.
Gabón, el pastor de las laderas del norte, mantuvo su queda mirada en los ojos del despojo de hombre que tenía a su merced. Intentaba ver en ellos un pequeño atisbo de pánico, terror o tan siquiera miedo. Esperaba un gesto que lo indujese a la clemencia, aunque en su interior sabía que aquella estaba desterrada de su mente. Gabón no sólo no pudo ver aquello en los ojos del guerrero sino que observó pena, dolor, bondad y amor. Un señorío y sincero arrepentimiento era lo único que pudo ver antes de...
–Toma mi daga Gran Señor, empuña este puñal y atraviésame las entrañas. 
–Hunde en mi vientre – continuó -, el arma que pretendía acabar con tu vida y destruye la mía para darme paz y descanso. ¿Qué valor tiene ya?, después de haber visto morir a mis amigos y a toda mi familia.


Unas lágrimas resbalaron sobre las mejillas del gigante, mezclándose como en cascada de amor, con las ya, hacía tiempo, surgidas de los ojos del Caballero de Albany.
– ¿Porqué haces esto, Gran Hombre? – Balbuceó el cristiano teutón.
–No lo sé – replicó el nórdico Gabón -, quizá haya visto algo en tus ojos que nunca antes había observado. Tu eres alguien, yo nada.
– ¿Qué? – preguntó Bifredo de Albany.
– Tu humildad mostraba, en el espejo de tu mirada, mi propio rostro. Como si yo solo pudiera existir mientras tú seas.
*