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martes, 2 de agosto de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro II: Conspiración, El Incidente de Roberto Beltrán

Curiosa especie la humana, Hermano, dijo el alienígena. Necesitaron más de un millón de años para evolucionar, cien para prosperar tecnológicamente y tan solo unas décadas para desaparecer.

Armando Arpegio (Doctor)


(Dimensión Gaia 2025 d.c.)

El Incidente de Roberto Beltrán


Arriba en el Cielo, más allá de las nubes que cubren la atmósfera terrestre puede verse un espectáculo majestuoso lleno de luminarias incandescentes unas y a modo de espejos otras. El negro fondo está lleno de estrellas. Ese Universo, uno entre infinitos, es el destino de un Ser aparentemente insignificante pero cósmico en esencia.
No se sabe si saldrá del terrible periodo por el que está pasando. El orgullo, el egoísmo y la avaricia son unos de tantos estorbos en el camino hacia la eclosión de su crisálida. Un Ser aparentemente inteligente; pero que de un modo incomprensible está destruyendo su entorno.
Está predestinado a conquistar estrellas y planetas primero, para convertirse en uno con el vacío cósmico después. Su futuro ser, a modo de ameba, pace majestuosamente luminosa entre las nebulosas planetarias cargadas de polvo de helio e hidrógeno. Una vez debió de vivir en un planeta que giraba alrededor de una estrella; pero después llevó consigo los gases que le permitieron respirar en un entorno, tan hostil, como el aparente vacío del espacio exterior.
Después ya no fue necesario, pues su organismo se adaptó a su nueva vivienda. Su cuerpo perdió consistencia y los huesos desaparecieron. Ya no era necesario respirar otra cosa que “la nada”. Partículas minúsculas, compuestas de neutrinos, y que son conocidas por muy pocas especies evolucionadas.
Se ve un planeta azul verdoso. Gira alrededor de su estrella, el Sol. Un satélite rocoso y plagado de cráteres de impacto, a su vez, lo orbita elípticamente.  Una estación espacial, inacabada, mohosa, roída por el polvo y oxidada por el contacto con las gotas de agua que desprenden las colas de los cometas, permanece inerte; como una fotografía de color sepia, como si fuera mudo testigo de algo que podría haber sido y que sin embargo no llegó a ser.


Nuestro Hombre, caras ropas pero de aspecto andrajoso, regresaba a su vivienda muy de mañana. Todavía no había levantado el Sol. Una noche de música y alcohol en algún fiestorro mal llevado.
Se encuentra en el andén de algún suburbano. Medio encogido aún permanece en pié, gracias a que se encuentra apoyado sobre una pared; pero sigue luchando, por mantener controlada una borrachera difícilmente inhibida.
Se oye el sonido de las bocinas del tren. Son como truenos en una noche tranquila de verano. Sus pabellones auditivos se resienten y lleva las manos hacia sus oídos. Llega el metro; pero le han entrado ganas de vomitar. Piensa que debe esperar al próximo, ya que todavía tiene consciencia del estropicio que puede armar en el interior de algún vagón.
Empieza a escuchar voces en su interior. Él sabe que no se trata de ningún sonido audible, aunque lo parece, pero lo achaca a su lamentable y triste estado. Algo le impulsa a lanzarse sobre la nada; pero no se puede mover y termina vomitando sobre el esquinazo que forman el muro y el suelo del andén. Su cabeza permanece inclinada sobre la pared y los brazos abiertos, con las manos apoyadas, manteniéndole en vilo.
No entiende por qué las voces le inducen a comprar un coche de alto precio que él no puede adquirir. Si pudiese ya habría ido al concesionario, aun en su estado; pero el dilema le lleva a un extraño intento de suicidio que no entiende. Vuelve a vomitar y lleva una de sus manos, con un pañuelo de papel, hacia su sucio rostro.
Se vuelve y contempla un espectáculo entre dantesco y daliniano.
Una joven y bella Señorita, posiblemente una secretaria, cargada con una carpeta rebosante de documentos, entra en uno de los compartimentos del metro, acompañada por otros tres individuos trajeados a modo de ejecutivos.
Cuando la Joven trata de sentarse; algunos de sus papeles resbalan y van a caer, por propia inercia, a la amplia junta que se vislumbra entre el vehículo y el andén.
–Lo que faltaba para el canto de un duro leche– Expresó la Joven su disgusto, mientras realizaba la acción de levantarse.
Las mismas voces que machacan el cerebro del Joven espectador le indican, a la Señorita, que sea valiente y que debe conseguir su objetivo. Por otro lado el borracho entiende que debe tratar de ayudar a la Señorita que se encuentra en apuros; pero la idea del coche caro, no se quita de su cabeza. “Todo es fácil no debes de tener miedo” repiten las fantasmales voces.
–Joder, estás borracho Jilipollas– se dice en voz casi inaudible–, espere Jovencitaa hip, que ya le echo un cableee hip...
Hace un intento por moverse; pero cae de rodillas. Intenta arrastrarse; pero no puede. Se vuelve a incorporar, sujetándose con la misma pared que le había mantenido erguido hasta ese instante.



Sin pensarlo dos veces, durante un periodo de tiempo indefinido, la Joven se abalanza sobre unos papeles que, ella supone, han huido por propia voluntad. Introduce las manos y parte de su cuerpo en el peligroso hueco por donde aquellos habían escapado.
Una voz inaudible, y que su consciencia no podía escuchar, venía a decirle que fuese valiente y que se decidiera a adquirir aquella casa de la sierra de tan elevado precio; pero sus neuronas entendieron que debía de actuar "ipsofacto". El metro cierra sus puertas e inicia la marcha arrollando en su camino a la joven y desapareciendo, aquella, entre sus ruedas de acero.
Actuando, por algún sistema de seguridad automático, el vehículo eléctrico detuvo su marcha por un instante  y abrió las puertas de los compartimentos.
El joven borracho sigue escuchando esas voces y al parecer debe de ser el único que las oye debido a un efecto secundario, quizá, producido por tan alta ingestión de alcohol.
– ¿Quién coño quiere que me mate? ¡Hostias!– susurra intentando lanzar un grito reprimido–, no me gusta mi Vida; pero que se jodan, que la voy a seguir viviendo. ¿Quiénes sois? ¡descubriros ya, de una puta vez!
Los demás, todos, son afectados por esas mismas voces; pero no son conscientes del mensaje silábico implícito.
Mientras, el Borracho sollozando trata en vano de dominar su estado con el fin de poder ayudar. Los tres compañeros de la Joven salen del vagón para intentar rescatar a su compañera.
Las voces siguen insistiendo. “Sé valiente y no te reprimas, adquiere lo que más te gusta, el dinero es para gastarlo”
Las personas trajeadas se abalanzan sobre las vías al inútil objeto de rescatar a su compañera. Sus rostros al igual que, anteriormente, el de la Secretaria no reflejaban ningún tipo de sentimiento; parecerían marionetas u otro tipo de androides sino fuese porque al arrancar de nuevo el tren, sus cuerpos, al ser arrollados, se habían transformado en un amasijo sanguinolento de restos humanos.


En un último golpe de lucidez, el infatigable espectador, reacciona introduciéndose en el vagón más cercano y accionando el sistema de seguridad manual.  La máquina paró definitivamente su marcha y su conductor salió con la cara desencajada al contemplar tan macabro espectáculo.
Al poco, empezaron a llegar los médicos y la policía municipal.
– ¡Oiga Joven! ¿Qué le ha pasado, que ha sucedido?– Se dirigió al Borracho un viejo doctor, creyendo que el estado del Espectador había sido consecuencia de algún trauma psicológico, debido a tan trágico accidente.
El Anciano era de tez cetrina y su piel cargada de arrugas estaba adornada con un monumental mostacho, tan níveo, como su deshilachada cabellera.
–Yo estaba aquí, sin molestar a nadie, y hip…, entonces hip, empezaron a pasar cosas que hip... ¿Dónde estoy?
Entonces, el viejo Doctor pudo comprobar que el Joven se encontraba bajo la influencia de una embriaguez bastante aparatosa; pero también, según le había explicado el Conductor del metro, aquel sujeto había tenido la suficiente lucidez como para intervenir aunque hubiese sido a los postres.
En el hospital Doce de Octubre, pasadas unas horas, el mismo Doctor intentó descubrir lo sucedido manteniendo una conversación con tan inédito espectador; pero tuvo que esperar a que el Agente de policía, de rigor, acabase con su pequeño interrogatorio.
–Ya puede entrar Doctor –dijo el joven Agente, mientras salía de la habitación –, se encontraba allí de forma casual y no sabe nada.
–Gracias Agente –Contestó con una sonrisa el anciano.
Una vez en el interior, el trabajador del Samur se dirigió a quien era objeto de su interés.
–Joven, me llamo Arpegio, Armando Arpegio, ya nos conocemos pues nos vimos en el accidente ¿se acuerda?– Dijo el Anciano, casi saltando como si hubiese recibido una pequeña descarga eléctrica.
–Joder, ¡Si, que me acuerdo!, tengo una resaca de mil demonios, parece que me hubiese atropellado un tren, casi no me acuerdo de nada– dijo el Joven con una visible actitud de cansancio y malestar mientras se echaba las manos a la cabeza intentando parar su cerebro, que tantas vueltas le daba–, me duele todo el cuerpo y me cuesta pensar.
–Tómate este paracetamol, te ayudará un poco– le ofreció el anciano Doctor, una cápsula junto a un vaso de agua–, ¿Quiere que le traigan un café, Jovencito?
–Disculpe, Don Armando, no le he dicho mi nombre. Soy Roberto Beltrán, ingeniero en telecomunicaciones aeronáuticas y tengo treinta y cinco años. Me haría muy bien ese cafetito, je, je…
– ¿Buena fiesta la de anoche?– sonrió con complicidad el Doctor Arpegio, mientras hacía señas a una de las enfermeras haciéndole saber que el paciente estaba necesitado de una bebida excitante, – por cierto, no aparentas la edad que dices tener.


–No estoy acostumbrado ni a las fiestas ni al alcohol. De hecho, se trataba de un compromiso estúpido que no supe evitar.
– ¿Puedo hacerte algunas preguntas Roberto?– el Doctor hizo uso de su veteranía para seguir tuteando a su paciente–, y por favor; te ruego que me tutees tú también, seguro que será más cómodo para ambos.
Arpegio gesticulaba con sus manos mientras se dirigía a su contertulio, y un pequeño tic, en uno de los párpados de sus salientes ojos, le concedía un indudable aire de profesor chiflado.
–Desde luego, Armando –Dado lo campechano que parecía ese anciano, Roberto decidió que no perdía nada con concederle su confianza.
El joven Ingeniero comenzó a contestar las, aparentemente sin sentido, cuestiones mientras el anciano Profesor emérito de la Universidad Autónoma y médico Psiquiatra del Samur, asentía unas veces, y ponía cara de perplejidad en otras ocasiones.
Pronto las preguntas cesaron y el encuentro se fue transformando en un relato surrealista, que el Joven no dejó de narrar.
Hasta el más mínimo detalle, que permitía la maltrecha memoria de Roberto, fue desnudado antes los oídos de Arpegio: Que había escuchado unas extrañas voces que le incitaban a un consumo inadmisible; así como que un impulso irresistible le empujaba a tirarse al andén; pero que su situación de embriaguez le impidió realizar tamaña  majadería.
–Roberto, todo lo que acabas de contarme me suena mucho, diría más, muchísimo; ahora…, ahora, si tu me lo permites…, y si no, te va a dar lo mismo, soy yo quien tiene que decirte algo ¿vale?
–Como usted, disculpa, como tú digas Armando –El Joven sonrió.
–Así me gusta. Buen chico este Roberto, sí buen chico.
–Mira tú –comenzó el Anciano su disertación–, esto es un secreto a voces; pero a pesar de que ejerzo la docencia en la universidad y en los ratos libres ando haciendo el indio de "Onegista", en estas ambulancias del Ayuntamiento, en realidad soy autodidacta. Mi título de Doctor en Neuropsiquiatría lo adquirí en Costa Rica por unos pocos de dólares; cuando todo se supo, no hace demasiado, ya llevaba ejerciendo la medicina desde hacía más de treinta y cinco años. Nadie daba crédito a esta herejía científica y todo el mundo pensó que o estaba teniendo demencia senil y que el altzeimer estaba haciendo mella en mi vejestoria mente o, simplemente que les tomaba el pelo. Nadie me creyó y aquí sigo.
Hijo, hazme caso, el Sistema se defiende gracias a los poderes fácticos y si la defensa es imposible, intenta convertir a sus enemigos en irrelevantes. El Ejército, las religiones, incluso en los países que se denominan como laicos, y los políticos tienen que pasar por la escuela del Sistema. Sí, cuando tú has estudiado para ingeniero, lo que menos importa es que llegues a ejercer tan laureada profesión; lo que realmente es imprescindible es que si algún día llegas a ejercer, seas un fiel vasallo del Sistema. Da lo mismo que sea una monarquía, como tuvimos, no hace mucho, aquí en España, una república como ahora;  o unas indeseables dictaduras militares o del tipo que fuesen.


Por otro lado, eso de tener uno o varios títulos oficiales, universitarios, sirve para que te lisonjeen en cualquier ponencia u acto público. Los aplausos también ayudan a dar brillo a nuestro natural narcisismo. Viene a ser algo así como un privilegio ganado con el esfuerzo de muchos años de estudio y ¡Ojo! Exámenes, que hacen que los no aptos, eso lo decide el Sistema, no tengan la más mínima posibilidad de acceder a los escalafones del poder. Así el Sistema se defiende y mantiene la hipocresía e injusticia como los mayores baluartes. Esto lleva a lo siguiente. No sirve de nada que seas una eminencia si no posees tu título universitario oficial y el pelo engominado. Si intentas saltarte las normas, tendrás como oposición y terribles enemigos a todos aquellos que tuvieron que entrar, a la fuerza, por el aro de lo previamente establecido.
Llevo muchos años viendo que suceden cosas, tan macabras, como la experiencia que tú has vivido en el suburbano. Me alegro que estuvieses en estado de embriaguez; si no, el trauma que hubieses padecido podría haber resultado mayúsculo. Es imposible que tanta locura se haya apoderado de la humanidad sin un motivo bien evidente. Tengo mis sospechas; pero me falta información, algún eslabón, que permitiera corroborarlas. ¿Puedo hacerte una pregunta de nada Roberto?
–Como no, las que tú necesites Armando– Dijo Roberto, mientras la expectante atención que había mantenido hasta ese instante se había transformado en una curiosidad sin límites.
– ¿Cuál es la rama de tu ingeniería?
–Licenciatura en telecomunicaciones y doctorado en electrónica de altas frecuencias.


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