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lunes, 25 de julio de 2011

KAOS QUÁNTICO, Libro I: El Extraordinario Viaje de Adam Kadmón, La Invasión Aria

La invasión de los pueblos hindúes, por los arios, supuso un retroceso enorme para la especie humana, en la consecución de la libertad del alma.

Romancero Gitano

La Invasión Aria



Hace mucho, mucho tiempo, en los albores de la civilización, existía un extraordinario Reino. Un reino de Amor regido por la Señora de los cielos.
Kali, era el nombre de aquella mágica Diosa, cuya cara, finamente ovalada, estaba ornamentada con unos majestuosos ojos de color negro azabache.
El pueblo de la Reina Kali conocía la escritura e inventó el primer sistema complejo, el más antiguo, conocido como Sanscrito.
Era un Reino de paz, donde el Amor imperaba, en todas sus manifestaciones, desde la más espiritual hasta la más mundana.


Era un reino de agricultores y algo de pastoreo de vacas, cabras y ovejas para obtener su leche. Los varones eran tratados como zánganos y utilizados únicamente para la reproducción; pero eran mimados hasta límites insospechados. Las hembras del Reino de Kali eran poderosas y estaban educadas como reinas. Sus armas de mujer eran desarrolladas hasta los límites de la realidad de tal modo que los varones no podían resistirse a las manipulaciones de sus encantos.
Las ciudades hindúes de la Reina Kali eran de una hermosura extraordinaria. Los paisajes de sus alrededores estaban conformados desde el desierto más inhóspito a la las selvas más lujuriosas. Las edificaciones, realizadas con ladrillos de adobe, eran espaciosas y con todas las comodidades de una Gran Civilización, como era aquella. Un servicio de agua corriente individualizado con desagües colectivos. Con el fin de evitar los males de las riadas, solo se podía acceder al interior de las viviendas por el tejado, al que se llegaba por medio de escaleras de madera.


Las plazas de las ciudades eran una inmensa alberca, a modo de piscina, donde se realizaban abluciones rituales, de cara al mantenimiento de las relaciones interpersonales. Los rituales matrimoniales, los ayuntamientos maritales y las relaciones entre los diferentes sexos eran allí mantenidos, en público, sin ningún tipo de escrúpulo o pensamientos maliciosos. Allí, eran siempre las damas quienes elegían a los futuros Padres de sus hijos; Padres que, indefectiblemente, eran abandonados a su propia libertad una vez que habían realizado el acto inseminador.
Unos grandes animales con una probóscide enorme, conocidos como elefantes, habían sido domesticados y dirigidos con gran soltura, por las amazonas de los poblados, de cara a las labores del campo y de la construcción de edificaciones y viviendas.


Cuando algún varón se volvía irascible o agresivo, dentro del Poblado, era expulsado de forma temporal hasta que el arrepentimiento moraba en su corazón. Entonces, de nuevo, era admitido en la comunidad donde podía seguir ayuntando cada vez que alguna Dama apeteciera de su compañía o presencia íntima.
Tal poder y dominio, sobre el varón, tenía aquella mujer brava, que fueron aquellas hembras indómitas  a quienes encontraron, en aquellas latitudes, los nómadas bárbaros del norte y que venían huyendo de unos inviernos terribles y gélidos, donde la vida era muy dificultosa de mantener. Esa estirpe de rudos guerreros eran los bárbaros arios que comandara, por línea de sangre, la estirpe de Ieu.


Un reguero de sangre y destrucción, aquella horda, dejaba a su paso. La intendencia se mantenía a la retaguardia junto a sus mujeres y niños; fuera del peligro de los campos de batalla. Mujeres desvalidas e indefensas que otrora fueran bravas guerreras en batalla; pero que ahora estaban sacrificadas en el cuidado y educación de sus hijos y el mantenimiento de las sagradas líneas de sangre.
Ya, los jinetes, con sus monturas, podían divisarse hacia el norte, desde la gran ciudad hindú de la Reina morena Kali; cuando una de sus vigías dio la voz de alarma.
-Avisad a la Reina Kali y que convoque a las amazonas guerreras. Jinetes armados se acercan y no parecen hacerlo con demasiado buenas intenciones. Avisadla ya.
La esbelta y estilizada Reina Kali, hija de dioses y hermana gemela de sus hermanas Brunilda, Bárbara y Edith, salió al encuentro de los bárbaros acompañada de un pequeño y desarmado séquito.


El rudo, sanguinario y malhumorado General Ieu, extrañado de que unas indefensas damas saliesen a su encuentro, increpó en la propia lengua de aquellas tierras y que había ido aprendiendo sobre la marcha.
-Decidme, bellas y morenas señoras. ¿Acaso no hay hombres en esta Tierra, que darnos la réplica, puedan?
A lo que la Gran Reina Kali, con la gallardía que le caracterizaba, aclaró.
-¿Desde cuando, tropas guerreras son comandadas por impacientes y lujuriosos varones? Aquí, el hombre se dedica para lo que realmente vale, osar y fecundar a nuestras prolíficas doncellas. ¿Dónde se encuentran vuestras hembras?, solo con ellas aceptamos parlamentar.


El ya de por sí rojizo rostro del bárbaro Ieu, mostró un punto sin retorno de cólera indescriptible. Sus vasos, venas y arterias parecían querer estallar.
-¿Cómo osáis, mujer, contestarme de dicho modo? Vosotras, cuidando y amamantando a vuestros retoños deberíais estar. Con vuestro Rey, General o Alcalde queremos hablar para que confirme nuestras condiciones para vuestra rendición. Porque sabed, que estas tierras ya están tomadas y cualquier resistencia será considerada como acto de rebeldía. Llamad pues, a vuestros hombres, para que caigan aquí bajo el filo de nuestra espada.
Con el terror anidado en el corazón de tan digna Señora; pero sin mostrarlo al exterior, manteniendo la hidalguía, la Reina morena respondió.
-Veo extraño, ilustre guerrero, que ponernos de acuerdo podamos. Aquí, los hombres disfrutan libre y plácidamente de los favores y frutos que a bien les tiene dar, mis amazonas, sus hembras. Cuando llega el tiempo propicio, dejamos que ayunten con nosotras para el mantenimiento de la propia especie. Por lo tanto,  ilustre caballero, aquí no hay Rey, General o Alcalde que daros la réplica pudiera. Si tenéis a bien, hablad conmigo, Kali, Hija de Brahma y si no seguid, en paz, vuestra marcha, lejos de estas tierras.


-¿Cómo os atrevéis mujer insolente? –Clamó el General Bárbaro-, ¡Cogedlas a todas! Y ningún daño las hagáis. Vuestro rostro, Kali, me es sospechoso y extrañamente conocido; pero no sé el porqué.
-Llevadlas a mi Tienda, junto a las concubinas –continuó Ieu-, como botín de guerra, después, serán repartidas. Kali, de ti, yo mismo me encargo.
Esa actitud tan belicosa y beligerante, jamás habría sido sospechada por alguna de las amazonas de estas tierras, acostumbradas a las rudas tareas del campo y a torear con la poca formalidad de los inmaduros e infantiles varones. En su desconcierto, fueron desamparadas, en el rudo encuentro con machos demasiado fuertes y nervudos, ante su frágil condición.
Tras tomar a sus prisioneras, el fornido grupo de guerreros bien pertrechados para la guerra y montados en ágil caballería, tomaron la Ciudadela a fuego y acero. Siempre lo habían hecho así y no iban a cambiar ahora. Todas las hembras fueron tomadas como concubinas sagradas, ya que conocían los más profundos secretos para proporcionar placer a los hombres.


Los varones nativos, como cosa inútil, de cara a los hombres bárbaros, eran pasados a cuchillo y solo algunos tomados como esclavos.
Ante la cruel acometida de los arios, de ojos claros, grandes masas de hombres y mujeres, nativos del lugar, tuvieron que huir de sus tierras buscando algo de cobijo y paz. Hacia los cuatro puntos cardinales de la tierra, gentes morenas, de carácter real, se expandieron a la espera de que su Reina algún día, de nuevo, les convocara. Pueblo Gitano se hacen llamar.
Era el comienzo de la edad del hierro y el final de las edades del cobre y del bronce. El acero más destructivo se había encumbrado como el más cruel gobernante sobre los hombres.
Los rubios invasores, en su supina ignorancia, tomaron como propia, la elaborada religión de los pueblos invadidos; pero, para mantener a perpetuidad su poder, crearon el Sistema de Castas que se mantendría hasta el confín de los tiempos. Por supuesto, ellos, los invasores se adjudicarían el título de hijos de los dioses y se dieron a conocer como los brahmanes.


El inevitable mestizaje fue provocando la creación de nuevas castas. Todas ellas, se elevaban por encima de la de los nativos originales, los sudras o intocables. Cuya casta estaba incluso por debajo de la consideración de los propios perros, tan abyectos y aborrecibles.
Un gobierno de dureza y terror suplantó al liberal, de amor, de las amazonas morenas. La sangre no dejaba de correr por las calles como el agua lo hace por el cauce de los ríos.
Mientras tanto, los brahmanes, descendientes de los rubios bárbaros usaban a las nativas y sus innatas cualidades para cumplir con sus placeres más sórdidos e innombrables. Aquellos placeres ocultos que, por pudor, ni siquiera se atrevían a pedir a sus propias esposas de piel de leche.


Así, bajo el sino de la Religión, fueron creados inmensos templos de lenocinio; donde las sacerdotisas, que no eran otras que las descendientes de las poderosas amazonas del sur, sacrificaban su propio cuerpo en beneficio de la paz; con el único fin de aplacar el furor del pueblo invasor y que no siguiese corriendo la sangre de su sagrada estirpe.
Kali, la verdadera Reina de esas tierras, quedó consagrada, en su línea de sangre, como suprema sacerdotisa de los templos a los que acudían con regularidad los guerreros invasores, sus hijos y los hijos de sus hijos.


Kali, la Reina morena, era vista por los varones que la poseyeron, gracias a sus artes de sugestión, como una diosa que en un baile digno de dioses hacía aparecer sus cuatro brazos que movía en un vals de creciente vorágine. La ingesta de alucinógenos tenía mucho que ver con aquella percepción ficticia e irreal.
Ieu el Bárbaro llegó a ser el único hombre que visitaba a la Reina Kali. De hecho hacía mucho tiempo que el guerrero no visitaba el lecho de su esposa oficial ya que fue atraído por las artes mágicas del Tantra y que solo conocían las mujeres del lugar para mantener sojuzgados a los varones.


Kali, siempre mantenía el lecho caliente para Ieu, su hombre. Siempre esperaba la llegada diaria de su bárbaro invasor; pero su prudente e indómito corazón siempre mantuvo una esperanza guardada y alimentada por el más inhumano y furibundo rencor. Rencor hacia todos aquellos que destruyeron su Reino de paz y Amor con las armas de la perfidia y el terror.
Una hoz, la Reina Kali guardaba a buen recaudo, bajo su lecho, a la espera del momento más oportuno y el lugar más discreto que alguna garganta quisiera sajar. Porque la venganza estaba anidada en su corazón desde el comienzo del terror; porque en definitiva se había acabado la edad del Cobre y había comenzado la edad del hierro, la edad del Kali Yuga, la Era de la Venganza femenina, donde la mujer retomará el poder para regresar al mundo la cordura y la bondad. Hoces y guadañas, ahora de acero, preparadas para recoger una cosecha de sangre y cabezas. Hoces y guadañas que deberían haber sido utilizadas, en otro momento, para recoger los frutos de la tierra que alimento a los hombres proporcionara.
Había dado comienzo el Kali Yuga, la Era de la Venganza de la Diosa. La Edad del Hierro. Era que se mantiene hasta nuestros días.
Cuando llegaron las catires, pelirrojas, y güeras, rubias huestes de las reinas Brunilda, Edith y Bárbara, a estas castigadas tierras, ese sangriento panorama se encontraba.


-Debo encontrar a esa bestia de Ieu –se decía la Reina güera.
-Debo encontrarlo Jordi –se dirigió a su mayordomo vivo más querido-, todo, todo en el Teatro de la Vida se ha descontrolado.
-Sí, mi Reina –Contestole el fornido y moreno caballero Ibero, de larga melena negra-, los arcontes enfrentan, entre sí, a las almas de los hombres en feroces combates para recoger su alimento cotidiano de energía compuesta de odio y terror.
-Sí, querido Jordi –ratificó la reina nórdica-, esos seres, cuya vida es solo prestada, gobiernan a los divinos humanos como si de simples títeres se tratase. Provocan odio, celos y otros sentimientos y bajas pasiones con el objeto de recolectar su luminosa cosecha.


-Comprendo mi Señora –asintió Jordi-, con esos sentimientos, las ignorantes almas de los hombres entran en guerra y de ese modo sus corazas bajan. El Alma queda a la luz pública y los arcontes devoran su luz. Cuando eso sucede, ellos las ordeñan hasta consumir su energía. Energía que de llegar a un límite, por lo alto, sería posible el poder recordar las vidas pasadas; pero siempre les falta. Nunca hay suficiente luz porque de eso se encargan esos dragones, los arcontes devoradores de almas.
-Tengo que pedirte un favor Jordi –dijo la poderosa y amante Reina Edith-, con sus ojos cargados de lágrimas sin derramar.
-Necesito hablar con mi Hermana Kali; pero Ieu la tiene recluida en una especie de prostíbulo al que gusta llamar como templo del Amor. El barroco palacio, repleto, en su fachada, de lujuriosas imágenes esculpidas, está rodeado de un foso donde habita un horripilante monstruo marino, al que los lugareños llaman cocodrilo; pero que a mí me gusta llamar Dragón.


-Sí, mi Señora. Para que las descendientes de las amazonas hindúes no puedan huir, los bárbaros han creado un foso donde habita el más grande de los lagartos. Más de nueve metros desde el hocico a la cola dicen los más candidos que tiene y que un hombre entero podría entrar dentro de sus fauces abiertas de par en par; pero no tengáis cuidado, mi Dama, pues mi poderoso acero dará buena cuenta de tan crecido monstruo.
-Con ello cuento, Jordi. Mi hermana Kali, según cuentan, se ayunta a diario con mi Ieu, mi Gemelo del Alma. Si de mí, Kali el aliento tuviera, ya todo estaría acabado; pero aunque idénticas en casi todo seamos. No somos la misma Entidad Espiritual.
-Sí, mi Señora –respondió Jordi-, el está creído que Kali sois vos con otro color; pero supongo que, algo en su interior, le dirá que no; que algo no anda bien.
-Eso es, Amigo mío –dijo Edith, la Reina rubia-, y esa incertidumbre le produce ansiedad y esa ansiedad, producto de su falta de memoria, ignorancia, es lo que lo hace parecer malo. A pesar de las atrocidades que ha venido cometiendo, a través del Tiempo, su Alma es limpia y pura pues me pertenece. Una costra de miseria y dolor la cubre. Esas sombras de maldad son los arcontes alimentándose de la candidez de su Alma. Eso le impide ver las cosas con total claridad. Tengo que llegar a él como sea; pero las fuerzas de la oscuridad nos lo impiden. Debo entrar por una puerta trasera y esa es mi Hermana Kali. Pásale mi aliento, mediante un beso, a mi Hermana sagrada; después ella, a su vez lo pasará a él refrescando su pobre memoria; si no, la muerte llegará de nuevo e inundará de impureza mis entrañas.


-Mi Amada Reina, el beso que acabáis de darme y que contiene vuestro aliento, a vuestra hermana transmitiré para que a vuestro Amado lo haga llegar; por esta –mostró el filo de su espada-, por esta que os lo juro.
Cuando, poco tiempo después, el valiente Jordi se acercó al Palacio sagrado de las meretrices, salió a su encuentro un mortal y poderoso monstruo de terribles fauces. Más de un metro y medio de alto estando erguido. Diez metros, sin exagerar, de longitud total y una poderosa coraza natural lo cubría. Sus fauces abiertas olían a muerte y putrefacción; pero al valiente caballero no le temblaron las canillas. El vientre del lagarto debería rasgar con el acero, ya que el resto de su cuerpo estaba fuertemente protegido y parecía impenetrable.
Cuando el monstruo se izó, para abalanzarse hacia el armado caballero, aquel se dejó caer bajo el vientre del lagarto, armado de tan solo una daga bien afilada.
El arma mortal rasgó, primero, para atravesar después, la poderosa piel del abdomen del animal penetrando hasta lo más profundo y encontrar su frágil corazón. El cocodrilo convulsionó su cuerpo y se separó del de su matador.



Jordi se irguió y recuperó su espada mandoble. Espada con la que atravesó el cráneo del dragón. Una vez muerto el guardián del templo, entró en palacio dirigiéndose a algunas sacerdotisas en busca de alguna respuesta válida.
-Debo encontrar a la Reina Kali con urgencia.
-¿Quién la busca? –una de las meretrices preguntó-
-El actual escudero de Edith, la Reina del Norte –contestó el moreno caballero.
-No sabemos –le contestaron-, pero pasad por este pasillo hasta el final. Allí, de nuevo preguntad, que, seguro, no lejos estará.
Tras realizar algunos interrogatorios, el Caballero Jordi hasta el mullido lecho de la Reina Kali llegó.
El caballero quedó extrañado al contemplar en aquella bella faz el propio rostro de su Señora Dama.
-¿Edith? –preguntó.
-¿Cómo me habéis llamado, Guerrero?
-Sois idéntica a mi Reina Edith; si no fuese por el color de la piel, ojos y pelo.
-Venid Jordi, su escudero, a mi lado y templad al calor de mi sagrado cuerpo vuestra luminosa alma. Os aclaro vuestras dudas. Somos cuatro Hermanas que poco tenemos de este Mundo. Las cuatro somos iguales, bueno, casi iguales; pero poseemos diferentes almas y el espíritu que nos dirige no es exactamente el mismo.




-Ieu, el Amor de mi Hermana rubia –continuó la Reina Morena-, me visita todas y cada una de las noches de su vida, en busca del alma de Edith, que no encuentra; pero siempre, como habrás comprendido, siempre de vacío marcha.
-Dadme, hermoso caballero, vuestra semilla y a cambio, recogeré en mi corazón la prenda que sé, os ha concedido mi hermana.
-Como vos mandéis bella dama –dijo el escudero de Edith yaciendo, cuerpo con cuerpo, con la gran sacerdotisa del Templo del Amor.
Fue entonces cuando comprendió que aquella diosa mujer, no era una mujer corriente sino una diosa capaz de despertar en él, con su magia tántrica,  todos los puntos del placer. De otro lado, un profundo y sentido beso transmitió la información de Alma de su Reina Edith, su hermana.
-Nuestro Hijo –dijo la diosa confirmando el hecho de la fecundación-, será un factor clave en el desarrollo del Alma del mundo. Tras haber yacido conmigo, en hermandad de sangre, ahora comprende como vosotros gentes del norte habéis perdido la fuerza que proporciona la mujer guerrera.
-Esclavizándolas –continuó la Reina morena-, las habéis convertido en meros objetos pasivos dirigidos fundamentalmente a la reproducción y a la obtención de placer. Las mujeres, en estas tierras, hasta que llegaron las huestes de Ieu, eran como yo. Como vuestras propias mujeres del norte antes de ser avasalladas y sojuzgadas por los hombres bárbaros del norte, sus vencedores.
-Este inmenso placer, me consta, recibido de mí –prosiguió la mujer diosa mostrándole al amante sus cuatro brazos-, es lo que habéis perdido los varones al tomar el poder en vuestras manos. Ahora, ya calmo y pasada la euforia de mi sagrada droga, marcha con mi rubia hermana, no vaya a ser que regrese Ieu y pida tu cabeza por haber maridado tu semilla conmigo.


Jordi. El Caballero de Edith, salió del templo de la lujuria y del placer y dirigió su caminar hacia el no lejano campamento de las tropas, catiras, de la reina Edith y sus hermanas Valkirias; pero antes se ocupó de arrancar la piel acorazada del monstruo vencido para ofrendarla a la Hermana de Edith, la siembre voraz Bárbara, Reina de la Naturaleza y de sus elementos.
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